La condició semiòtica de la tecnocaverna.
Insistamos en la importancia ontológica de esos
objetos artificiales que los titiriteros de Platón movían por la boca de la
caverna. Proceda la luz del sol, de los focos, de los rayos catódicos o de una
central nuclear, por sí misma no basta para generar sombras. Los objetos artificiales son la mediación
entre las luces y las sombras. Para que los prisioneros tengan impresión de
realidad, los objetos artificiales son indispensables. No son las ideas en sí,
tampoco las apariencias, son la mediación entre dos tipos de personajes: los
constructores de ficciones y sus potenciales cautivos. Antes de decir algo de
los primeros y de los segundos, hay que analizar el estatus ontológico de esos
objetos que se interponen a la luz y generan sombras de cosas, animales,
personas, etc., incluida nuestra propia sombra y la de nuestros conocidos.
La modalidad de caverna mediatizada por las
tecnologías de la información y la comunicación se le suele llamar realidad virtual. En ella surgen nuevas
apariencias, que se superponen a las previamente existentes, y a veces las
mejoran. La televisión responde todavía al canon visual platónico. En cambio,
Internet aporta varias novedades importantes. La más significativa consiste en
que los objetos artificiales son producto de la escritura digital. Las paredes
y la boca de la cueva electrónica están hechas de signos, es decir, de
relaciones entre significantes y significados. Esos signos y esos objetos no
existen ni son visualizables sin el lenguaje-máquina, ni sin una serie de lenguajes
de programación que permiten analizar y sintetizar imágenes, textos y sonidos.
Esta condición semiótica de los
objetos artificiales de la tercera caverna es explícita. La caverna digital no
está formada por cosas, sino por signos. Desde una perspectiva ontológica, la
diferencia es radical. No hay bien en sí ni cosas en sí.
Por otra parte, el espacio semiótico digital ha
mostrado su capacidad para integrar y reducir cualesquiera otros sistemas de
signos. La escritura digital permite poner en pantalla textos de cualquier
lengua, así como digitalizar la voz de cualquier hablante. Una vez digitalizada
nuestra voz y nuestra imagen, los titiriteros digitales (editores de textos,
imágenes y sonidos digitales) pueden manipular nuestros discursos y acciones,
componiéndolos a su antojo. Esta capacidad de intervenir y cambiar la imagen y
la voz ajena no tiene precedentes en otras épocas y abre nuevas posibilidades
para la construcción cavernícola del mundo contemporáneo. Esa nueva modalidad
de escritura, que no es posible sin la ayuda de los ordenadores y otros
artefactos electrónicos, ha emergido en la segunda mitad del siglo XX y tiene
poco que ver con el habla en medio físico o la escritura en soporte papel o
impreso, aunque sea capaz de fagocitarlas. En el caso de Internet, nada es
posible sin la mediación de esa escritura tecnocientífica. La caverna
electrónica no está compuesta por imágenes, aunque eso sea lo que aparece en la
pantalla del ordenador. Los objetos artificiales de Platón son los programas de software,
los sistemas de configuración y procesamiento, los protocolos de interconexión
entre los diversos artefactos, los programas de reconocimiento de voz, los
paquetes informáticos de edición de textos e imágenes, los identificadores de
objetos digitales (DOI), etc. Los objetos artificiales del tecnobiombo no son
de madera ni de piedra, sino electrónicos y digitales. Una vez construidos, son
proyectados por doquier a través de la red. Cada prisionero elige su propia
cueva electrónica en Internet, sea una web, un chat, un blog, un avatar en Second
Life o un sitio en Facebook, Twitter u otra red social. Todo lo que aparece en
la pantalla de un ordenador proviene de esta nueva modalidad de escritura. Como
la mayoría de los usuarios somos analfabetos en las artes de la escritura
electrónica, los ingenieros y los informáticos se toman el trabajo de crear
artefactos capaces de escribir nuestra imagen, nuestra voz, nuestros gestos y
nuestros movimientos, de modo que las veamos como si fueran auténticas. Son
ficciones bien construidas, o mejor, programas bien escritos. En resumen, la
principal novedad que ofrece la caverna Internet es una nueva modalidad de
escritura, la característica digital.
El lenguaje de unos y ceros, que solo es descifrable y operable mediante artefactos
TIC (tecnologías de la información y la comunicación), ha posibilitado la
emergencia de la nueva caverna electrónica, que tiende a ser global e incluye
entre sus recovecos todo tipo de subcavernas.
Otra novedad estriba en que, en Internet, somos
nosotros quienes construimos nuestros propios objetos artificiales,
implementando el trabajo de los titiriteros digitales: cartas, textos,
fotografías, emisiones por teléfono móvil, etc. Una vez que hemos aprendido
mínimamente el funcionamiento de la mampara electrónica, y supuesto que
dispongamos de las herramientas para ello, somos titiriteros de nosotros
mismos, es decir: productores de nuestro propio personaje o sombra digital
(avatar, alias, etc.). La luz es la electricidad, y por ende una luz artificial. El biombo son las
diversas pantallas, más el hardware y
el software que las soporta. Los
objetos artificiales son los textos, imágenes y sonidos que nosotros mismos
tecleamos o pronunciamos ante un micrófono. La boca de la caverna electrónica
conforma un bucle que nos devuelve al interior más profundo de la cueva, a
nosotros mismos. En la pantalla aparecen las imágenes, discursos y gestos de
nosotros mismos, es decir, de nuestros personajes electrónicos.
En suma: los lenguajes y sistemas de signos que
posibilitan la construcción de la caverna virtual electrónica no son naturales,
sino artificiales, o mejor, tecnocientíficos. La caverna electrónica se
distingue de otras modalidades de caverna virtual porque los hombrecillos que
trasladan los objetos artificiales por la boca de la cueva somos los
prisioneros mismos. También la topología es diferente, en red y a distancia,
como vimos en el caso de la televisión y sigue siendo cierto en Internet y en
los teléfonos móviles. La caverna electrónica está diseminada y se expande por
doquier (pàgs. 21-23).
Javier Echeverría, Entre
cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid
2013
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