Governar és comunicar.

En el ámbito político, tanto lo que se pretende hacer como lo que se hace ha de ser comunicado a la población, con el fin de ganarse el favor y el apoyo de la mayoría. La eficacia en la comunicación deviene una de las principales artes políticas, por eso se admira a aquellos que son buenos comunicadores, es decir, que saben transmitir su mensaje al electorado. Como resultado, la política se convierte en un espectáculo, en una escenificación mediática, y el control de dichos escenarios mediáticos pasa a ser un objetivo indispensable para lograr el fin último de la actividad política, que no es sino la conquista del Poder. Cierto es que, en principio, el poder no es más que un medio, puesto que permite llevar adelante las iniciativas, acciones y programas que cada partido preconiza; pero la necesidad de comunicar lo que uno hace resulta tan perentoria como el hacer mismo, al menos en los países donde se practica la tecnopolítica, que está fuertemente influida por los medios de comunicación.

El ejemplo canónico son las contiendas electorales, que requieren grandes inversiones económicas para poder competir por el poder. Antes que nada, un candidato a Presidente de un Gobierno hace publicidad de sí mismo, de su partido, de sus siglas y de sus lemas, que han sido cuidadosamente elaborados por los correspondientes expertos en marketing electoral del partido. Cuando los partidos políticos se presentan a unas elecciones, ante todo hay mensajes publicitarios que compiten entre sí. Salvo en momentos excepcionales, por ejemplo de crisis, las contiendas electorales del siglo XXI no son combates entre ideas y programas, sino competiciones entre empresas tecnopolíticas que proponen diferentes mercancías al electorado, así como personas que puedan suscitar apoyo y confianza. Las imágenes de los líderes y sus familias, junto con los mensajes publicitarios de cada partido, conforman la proyección que los titiriteros de la política lanzan al electorado, que está preso por su derecho a votar, hasta el punto de dejar de ser ciudadano para convertirse en elector, es decir, en cliente (o al menos simpatizante) de uno u otro partido político. La selección de los respectivos candidatos se hace en función de estudios previos de mercado, es decir, de encuestas demoscópicas de aceptación o rechazo. La demoscopia es uno de los procedimientos para explorar la caverna política, pulsando las actitudes y preferencias del electorado. Los mercados mediáticos han devorado a la política tradicional al convertir a los políticos en mercancías de diseño que compiten en la caverna publicitaria. Cada cual ha de atenerse a su rol, que ha sido prefijado en gran medida por los diseñadores de campaña, aunque a veces dejen un ápice a la improvisación, sobre todo en el caso de políticos experimentados. Como en la caverna de Platón, lo importante es la imagen que cada cual ofrece a sus posibles votantes, que suelen ser prisioneros de las siglas a las que votan. Esa imagen ha sido cuidadosamente construida por expertos en marketing político, al igual que los lemas, los iconos y las consignas de cada partido. Los candidatos deben seguir el guión preestablecido para la campaña, ateniéndose estrictamente a la imagen diseñada para ellos; por eso se convierten, salvo raras excepciones, en sombras proyectadas por los titiriteros de la caverna política. Otro tanto cabe decir de los discursos: cada político dispone de un «argumentario» elaborado previamente y tiene quien le escriba sus discursos. Un buen político ha de limitarse a ser eco fiel de esos discursos, ateniéndose al pie de la letra a los mensajes y titulares a lanzar y, en todo caso, leyendo bien y gestualizando bien, como si creyera en lo que dice. De esta manera, la tecnopolítica se convierte en una representación teatral, donde las acciones de cada partido son altamente previsibles. La espontaneidad y la creatividad de los líderes suelen ser consideradas peligrosas por los aparatos de los partidos, que son el equivalente a los hombrecillos que proyectaban objetos y personas de todo tipo en la caverna platónica. Hoy en día hay tecnopolíticos, es decir, constructores tecnológicos de lo que hay que hacer y decir, así como de lo que hay que ver. El marketing político tiene una importancia estratégica e, incluso, puede ser considerado como la acción política por excelencia. Comunicar es gobernar.

Desde esta perspectiva, la democracia se caracteriza por la existencia de una caverna partida, donde unos prisioneros se identifican con los gestos, discursos y promesas de unos partidos, y otros con las ideas y programas de los partidos rivales. la boca de la caverna es el lugar del poder y distintas organizaciones intentan llegar e instalarse allí, compitiendo ferozmente entre sí. La idea platónica del Bien ha sido reemplazada por la del Poder, cuya posesión pretendidamente aseguraría el control y dominio de toda la caverna y, en su caso, la posibilidad de liberarse de la prisión y acceder a un «mundo nuevo», o al menos a un «mundo mejor». La pugna por el Poder está regulada mediante leyes y procedimientos que regulan la competición entre los diversos partidos, aunque también hay quienes impugnan o sesgan las reglas de juego. Todo vale por lograr el Poder, que es entendido como el Bien Político Máximo. Sin embargo, lo normal es que el poder se parcele y que unos partidos manden en unos territorios o sectores, y otros en otros. Pero el objetivo de todos ellos siempre es el mismo, tanto en lo pequeño como en lo grande: conseguir el Poder. Hay otras ideas y valores a tener en cuenta (libertad, igualdad, solidaridad, justicia y progreso, por ejemplo), pero solo pueden ser realizadas si el partido propio llega al Poder y lo ejerce durante el mayor tiempo posible. Al final de la contienda democrática se recuentan los votos y aquel que cuenta con el apoyo de más prisioneros pasa a ejercer el poder durante un tiempo prefijado: una legislatura, un mandato. Resulta entonces que el Poder deja de ser la idea platónica máxima y se convierte en poder, es decir, en una capacidad limitada de acción que nunca implica la liberación de la caverna, aunque sí puede acarrear algunas transformaciones en ella. Lo importante es que también a lo largo de la acción de gobierno la necesidad de comunicar y publicitar lo que se hace sigue siendo perentoria. Los partidos políticos dependen estrictamente de los medios de comunicación para conseguir el poder, pero también para ejercerlo. La caverna política está profundamente mediatizada por la caverna mediática, de modo que esta última se convierte en el escenario de la acción política, y por tanto en la pantalla donde se proyectan los gobernantes y sus acciones de gobierno. Y lo mismo cabe decir de parlamentarios y jueces. La caverna política también está partida en base al principio de la división de poderes, pero la dependencia respecto de los medios de comunicación afecta profundamente a los tres poderes democráticos, no solo al ejecutivo.

El político siempre ha de estar pendiente de lo que ocurra en los medios de comunicación y en la opinión pública, los cuales componen la pantalla sobre la cual se proyectan las acciones políticas que gobernantes y oposición llevan a cabo. Los partidos políticos actuales necesitan tener políticas de comunicación, es decir, estrategias para emitir mensajes en la parte de la cueva que cada cual controla, y en su caso en el conjunto de la caverna. Casi todos los medios de comunicación se han decantado previamente por unos u otros partidos, de modo que la propia pantalla de proyección está partida, no solo la caverna. Esto sucede desde un punto de vista partidario, pero también desde una perspectiva territorial. La alegoría platónica tuvo como referente a la humanidad, o al menos así ha sido interpretada. En cambio, cada caverna política ha sido construida (y constituida) para un determinado Estado o Nación, conforme al principio de partición territorial que divide a los seres humanos según sus países y nacionalidades. Vista la actividad política en su conjunto, está compartimentada varias veces: por Estados, por Poderes del Estado, por administraciones, por Territorios, por edades (no todos tienen derecho a voto) y, en algunos sitios, también hay partición por criterios de género, religión o clase social. Eso sí, el discurso ideológico predominante suele ser el de la unidad de la caverna. Puesto que hablar de Partidos unidos sería una contradicción in terminis, se lanzan consignas sobre el Pueblo unido y sobre la Patria una, mayormente para oponerse a la Patria vecina o para subyugar a otras patrias más pequeñas o menos poderosas. Cuando hay que pactar entre partidos, el criterio básico es claro: repartir los recursos, las competencias, las
prebendas. Eso sí, en nombre de algunas grandes Ideas que son enfáticamente publicitadas.

Podríamos prolongar esta línea de argumentación, pero lo dicho hasta ahora basta como sucinta descripción de la caverna política, que tantos conflictos y muertos ha causado a lo largo de la historia. La pugna política es una contienda entre varias tribus cavernarias, cada una de las cuales habita en su subcaverna correspondiente, donde también se establece una lucha feroz por el Poder. Y así sucesivamente, caverna tras caverna, hasta llegar a la caverna mental de cada cual. La condición cavernaria vale para unas y otras tendencias políticas, en la medida en que están fundadas en creencias irreductibles entre sí y con fuerte componente emocional.

Para salir de la caverna política la vía más adecuada no es la búsqueda del Poder, sino el exilio, sea interior o exterior. La cárcel y la muerte son las otras dos salidas habituales. Siendo el autoexilio una actitud aconsejable, tiene el inconveniente de que, cuando se practica por traslado a otro país, suele conducir a una nueva caverna política, a cuyas paredes, reglas y partidos hay que adaptarse. En el fondo, las cavernas políticas no son sino una modalidad de caverna social, que surgen por la condición social del ser humano y por su necesidad de comunicarse con los demás. Los idiomas conforman simas muy profundas, pero las Constituciones, Estados y ciudades aportan formas específicas de caverna social, más pequeñas, pero más determinantes. Algunas resultan relativamente llevaderas, pero siempre desde el supuesto de la existencia escindida, que es constitutiva de los seres humanos en la medida en que tienen lenguaje, como Freud señaló hace más de un siglo (pàgs. 175-179).


Javier Echeverría, Entre cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid 2013

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