"Una ola de desconfianza recorre el mundo ..."

El caso es que se acerca la primavera, con sus brotes alérgicos y sus alteraciones sanguíneas, y no solo el Estado no ha vuelto (al contrario, parece más bien estar en paradero desconocido) y la hora de la política se aleja a pasos agigantados a favor de la de la economía en su acepción más siniestra, sino que las fotos de los líderes de la derecha festejando con cava y habanos su cobro actual o inminente del despojo de la crisis dejan una impresión amarga: los grandes beneficiarios políticos del descalabro van a ser los únicos que parecen tener un discurso apropiado a las sombrías circunstancias. El discurso de la liquidación del Estado de bienestar por motivos contables, el que concibe la Administración del Estado con los mismos criterios que la gestión de una empresa (y aun como sumisa a los dueños de las grandes empresas) o el sistema educativo entero como correa de transmisión de las exigencias de ese lobby económico; ahora que todo el mundo clama por una juventud ahormada a las necesidades del mercado de trabajo, vemos lo rápido que se nos ha olvidado que en el antiguo régimen las gentes estaban mucho mejor adaptadas a las exigencias laborales -tanto que tenían que ponerse a trabajar en cuanto estaban físicamente maduras para ello, como el Lazarillo- de lo que lo estuvieron después, cuando la revolución ilustrada y la escuela pública les dieron una tregua que les permitía acceder al saber, corregir algunas desigualdades y encontrarse por unos años a salvo de la feroz lógica del beneficio (pues, como escribe Martha Nussbaum en Sin ánimo de lucro, un mundo en el que la ganancia es el único objetivo es un mundo tan pobre que no merece la pena vivir en él). Pero lo más fatigoso es que ese discurso es justamente el que nos ha traído hasta donde estamos en este preciso momento, como si la salvación nos la fueran a proporcionar quienes provocaron el naufragio y a base de profundizar las vías de agua. Y mientras tanto, se diría que la izquierda se ha limitado en los últimos tiempos a remedar ese sermón con algunas variantes y a oscilar entre el populismo y la demoscopia.

Una ola de desconfianza recorre el mundo, pero no es únicamente desconfianza económica sino ante todo pérdida de legitimidad de la política, desconfianza en la vida pública y en la acción institucional, desconfianza de todos respecto de todos agravada por las privaciones, en espera de un nuevo pacto social que se adivina difícil, puesto que quienes tendrían que promoverlo son aquellos mismos que han destruido el antiguo justamente con su concepción miserable de la política y de la vida pública. El "sálvese quien pueda" que anima los mercados parece reinar también en el espíritu de la Unión Europea, en el de las Naciones Unidas y hasta en el de la sociedad civil de cada uno de sus miembros: "El temor, la defensa, / el interés y la venganza, el odio, / la soledad: he aquí lo que nos hizo / vivir en vecindad, no en compañía", escribía Claudio Rodríguez. Y la primavera, ajena a las limitaciones de velocidad, nos ha pillado desprevenidos.

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