La revolta kuhniana contra el castell falsacionista.

Por el plácido océano de la epistemología y de su principal sucedáneo, la llamada Filosofía de la Ciencia, navegaba, todo orgullo y ostentación, el último gran paquebote de este siglo maléfico, el falsacionismo del Sr. Popper, un trasatlántico que formaba en el cielo, con el vapor que salía de sus calderas, unas nubes con la bella forma de un sueño: la vieja utopía -mecanicista- de una Razón construida a imagen y semejanza de la Lógica Formal. A la mirada atónita del siglo respondía Popper levantando el gran castillo de arena del modus tollens, verdadero castillode Kafka que convertía a la Razón en una especie de contabilidad analítica. Navegaba, pues, plácidamente el paquebote popperiano por ese mar muerto cuando de pronto, de una minúscula barquichuela, propiamente sin filiación ni bandera, se soltó una espita explosiva, un fragmento teórico -un libro titulado La estructura de las revoluciones científicas- que fue a estallar en la misma línea de flotación del mamotreto, que saltó por los aires, aunque ha seguido disfrutando de múltiples condecoraciones. En el constructo aparentemente hermético de la epistemología postpositivista reentraba, por las grietas del modus tollens, aquel enemigo al que, con 1.000 tretas y estratagemas, habían desterrado a las últimas mazmorras: la Historia.Lo que el ahora fallecido historiador de la Ciencia Thomas S. Kuhn venía a decir en su ya hoy famoso libro era que la historia de la ciencia contradecía la amañada ideología científica popperiana: la Ciencia, más que asemejarse al modelo refutacionista y acumulativo de Popper, se parecía a la política, es decir, sufría profundas convulsiones y rupturas, revoluciones, y, para cerrar esos fenómenos revolucionarios, la falsación y el resto del instrumentario popperiano eran tan útiles y adecuados como una cuchara para abrir una lata de sardinas. Caía así, casi a plomo, el majestuoso edificio popperiano y, con ello, aquel modesto historiador de la física, se convertía, involuntariamente, en el hombre que había matado a Liberty Vallance, o sea, en el gran guillotinador de la lógica de la investigación científica.

Luis MeanaLa minirrevolución de Thomas Kuhn, El País, 13/07/1996
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