La ideologia de les portes obertes.
La ideología de lo secreto, de lo reservado, privado y oculto dominó en casi todos los ámbitos de la sociedad del siglo XIX y primeros años del XX. Lo íntimo constituía un tesoro a imagen y semejanza de un alma que se guardaba para solo tener una exclusiva ventilación en el contacto con Dios. "Hogares cerrados; puertas cerradas, posesiones celosas de intimidad", decía André Gide de ese tiempo que vivió en buena parte encerrado en el armario.
Lo abierto, lo expuesto, lo publicitado socialmente componen, sin embargo, la ideología que fue emergiendo al final del siglo XX y se enseñoreó del mundo intercomunicado en estos años del siglo XXI. A la condena de todo aquél que hablaba abiertamente de las cosas o enseñaba demasiado, fueran partes de su cuerpo o de su interior, ha seguido la obsesión por la transparencia, la exposición y la apertura en cualquier terreno. Esta cultura hace de la imagen iluminada y ampliada su emblema, convierte el "directo" en la óptica suprema y promueve la evisceración del secreto -sea en casos gürtels, wikileaks o Sálvame- como la gastronomía más celebrada y sabrosa.
La política y la empresa, el congreso o las fábricas buscan legitimarse popularmente con los días de puertas abiertas y los edificios se consagran como contemporáneos a través de la multiplicación de vidrios y espacios exentos. El mundo del secreto ha entrado en decadencia puesto que el planeta que se representaba antes con destinos remotos y zonas por explorar se ha vuelto global o transparente. Toda opacidad conduce a la sospecha de estar tapando basura y no custodiando cualquier clase de tesoro. Lo que no se ve o no se dice es, en términos generales, susceptible de encerrar lo peor y lo no revelado pasa de ser un atributo de lo sagrado a material viciado.
La ansiedad por saberlo y publicarlo todo, por mostrar los entresijos de la creación cuando se trata del arte, de las fases en la cadena de montaje cuando se fabrica, de las incidencias de las operaciones cuando se refiere a trasplantes especiales forman parte de lo mismo. Igualmente, el gusto por contemplar las llamadas "tomas falsas" de los rodajes o las primeras versiones de un cuadro a través de rayos X que muestran los "pentimentos" denotan que tanto en la demanda como en la oferta, el producto estelar es aquél despojado de misterios.
Las exposiciones sobre los interiores del cuerpo humano despellejado, los éxitos de una instalación, entre muchas, como la cama de Tracey Emin mostrando sus sábanas manchadas, la pulsión por sacar del estudio a la calle los programas de radio o televisión, el planetario desembalaje de la intimidad a través de las webs, el gusto por los muchos chismes conforman una época en cuya escena la penumbra ha perdido su fama y la claridad ha ganado prestigio.
Incluso el lenguaje del cortejo amoroso se abrevia para llegar cuanto antes a lo más explícito. Y así son también los estilos del blog, de los chats, de Twitter, de los SMS o de las amistades que, en Facebook, se confirman en la pantalla mediante relampagazos.
Formando parte además de este panorama, los mismos interiores de los complejos reactores de la central nuclear de Fukushima han sido ofrecidos una y otra vez en los medios de comunicación con infografías tan detalladas como incomprensibles. Acaso imposibles de entender pero coherentes con el mandato de llevar el interior al exterior y las entrañas de cualquier entidad, nuclear o no, a la observación completa.
Celine decía: "Nada es más terrible que lo que no se ha dicho". Y Dios precisamente se define como "aquel que es el que es" para que, gracias a esa cacofonía en el límite cero de la explicación, su potencia pueda alcanzar el pavoroso grado de radiación máxima.
De hecho, toda supuesta ocultación en los comunicados de las autoridades japonesas sobre el estado de los reactores y los riesgos de radiación desencadena un pánico muchas veces superior a toda revelación puesto que el desnudo es ahora mucho más inofensivo e incomparablemente menos provocador que el velo.
Lo enterrado, lo subterráneo, lo velado es, en esencia, lo temible. Y el horrible terremoto sería según este mandato de obscenidad total la carga maldita, sepultada y oscurecida que salta a la luz para producir miles de muertos a cielo abierto, muertos que multiplican uno a uno o en masa la trágica metáfora de la muerte expuesta en la escombrera.
Vicente Verdú, El hábito del desnudo, El País, 19/03/2011
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