Rejeted.

A cierta altura de la vida llega un momento en que los chips del cerebro, tal vez oxidados o simplemente saturados, no admiten más información y uno se sorprende a sí mismo siempre cabreado sin un motivo concreto. Le pasa exactamente lo mismo al ordenador, pero en este caso su cabreo es frío, automático, informático. En inglés el verbo reject significa rechazar. El ordenador lo usa a menudo cuando le pides una respuesta y los enanitos que pueblan su tripa deciden no dártela. Mandas un correo con la dirección incorrecta, consultas un dato sin la clave apropiada y aparece en pantalla la palabra rejected. Rechazado. El aparato también tiene una opción que cualquiera debería incorporar al cerebro: con solo darle una orden con un botón rechaza de antemano toda la basura cibernética que puedan enviarte desde cualquier punto del planeta. Dicho esto, es evidente que a medida que uno envejece se vuelve conservador, siempre a merced de un cabreo envasado contra todo, contra nada, sin más explicación. Tal vez por falta de minerales las neuronas se oxidan y se niegan a admitir nuevas ideas, nuevos proyectos, nuevos conocimientos, nuevas amistades. Esa actitud negativa es un síntoma de vejez. Rechazar las formas cambiantes de la sociedad y que todo impulso juvenil te parezca una idiotez, es señal inequívoca de que uno ya no comprende nada porque el cerebro está saturado. El reject informático actúa de forma automática en medio de una sopa de neuronas muertas, pero también podría significar que no te rindes a aceptar cualquier clase de basura moral, intelectual, social, cultural o televisiva, cualquier spam cibernético que trata de asaltarte en el camino. No me presente usted a nadie porque ya no quiero conocer a nadie más, se suele decir a cierta edad. Reject es el verbo que uno debe usar a menudo para librarse de pelmazos. También sirve para hacer limpieza del légamo sucio que se ha posado en el fondo del subconsciente. Tener siempre activado y en estado de alerta el rechazo cerebral a una edad es un signo positivo, que unido a un cabreo personal indica que uno se mantiene joven y dispuesto a defender la última muralla. Al final sucede que un conservador puede hacerse progresista tomando una dosis diaria de minerales.

Manuel Vicent, Rechazar, El País, 20/03/2011

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