La distinció entre discurs filosòfic i vida filosòfica (Pierre Hadot).
La distinción entre discurso filosófico y la filosofía misma de los
estoicos la encontramos en toda la historia de la filosofía, porque la
oposición entre las palabras, por una parte, y las prácticas, por otro, siempre
ha estado viva, siempre se ha insistido en el hecho de que el verdadero
filósofo no es aquel que habla, sino aquel que actúa. (…) Una vez más: cuando
los estoicos decían que el discurso filosófico no era filosofía no querían
decir que el discurso no fuera filosófico; pues, cuando se enseñaba a los discípulos
las tres partes de la filosofía, la lógica, la física y la ética, se hacía
realmente filosofía. Por otro lado, cuando se decía que la filosofía no era el
discurso filosófico, esto no quería decir que no hubiera discurso en esta vida
filosófica, por la simple razón de que hacía falta ya al menos un discurso
interior para actuar sobre uno mismo. En el fondo, se podría habla de la
filosofía como de una elipse, que tiene dos focos: un foco de discurso y un
foco de acción, exterior pero también interior, ya que la filosofía en
oposición al discurso filosófico es también un esfuerzo por ponerse en
determinadas disposiciones interiores.
En la Antigüedad, estos dos focos aparecen claramente en dos fenómenos
sociales diferentes: el discurso filosófico corresponde a la enseñanza
dispensada en la escuela; la vida filosófica, a la comunidad de vida
institucional que reúne a maestro y discípulo y que implica un determinado
género de vida, una dirección espiritual, exámenes de conciencia, ejercicios de
meditación, y que corresponde también a la buena manera de vivir como ciudadano
en su ciudad. Por una parte, la filosofía como vida está inspirada por un
discurso de enseñanza filosófica: por ejemplo, vemos a Marco Aurelio escribir sus Pensamientos
para hacer revivir en sí mismo el discurso filosófico que acaba siempre por ser
abstracto; es decir, que por el hábito, la distracción o las preocupaciones de
la vida, el discurso filosófico se vuelve pronto puramente teórico y ya no
tiene la fuerza necesaria para impulsar al individuo a vivir su filosofía. Hará
falta, pues, dar vida y eficacia al discurso. Por otra parte, el discurso
puramente teórico: a menudo adopta también la forma de un ejercicio. Tenemos el
ejemplo perfecto del diálogo socrático, pero hay también, incluso en la
enseñanza que no es un diálogo, un esfuerzo retórico por influir en los
espíritus de los discípulos. Los dos focos de la filosofía son indispensables,
pero muy importante distinguirlos.
(…) Reconociendo, como propongo, la vida filosófica como uno de los dos
focos de la filosofía, habría lugar, de nuevo, en nuestro mundo contemporáneo,
para filó-sofos, en el sentido etimológico de la palabra, es decir, buscadores
de sabiduría que, ciertamente, no renovarían el discurso filosófico, pero que
buscarían no la felicidad –parece que esto ya no está de moda-, sino una vida
más consciente, más racional, más abierta a los otros y a la inmensidad del
mundo. Por otra parte, que aquellos que tienen vocación, los profesores y los
escritores que hablan de filosofía, tienen el deber de continuar renovando y
transformando el discurso filosófico, es evidente. (…) Personalmente,
intentando asumir bien mi tarea de historiador y de exegeta, me esfuerzo sobre
todo en llevar una vida filosófica, es decir, simplemente, como acabo de decir,
consciente, coherente y racional. (…) Tengo que confesarte además que, al
envejecer, aunque probablemente sea un defecto de la vejez, prefiero cada vez
más la experiencia al discurso. (167-171)
La tendencia a satisfacerse con el discurso fue denunciada a lo largo de la
Antigüedad. Platón decía que había
hecho política justamente para que no se pudiera decir de él que se contentaba
con hablar. (…) El paso del discurso a la vida es un salto verdaderamente
peligroso, que difícilmente nos decidimos a arriesgar. (…) Ya encontré este
problema en tiempos del existencialismo. Sentía que había una contradicción en
el existencialismo entre la idea de una filosofía comprometida con la vida, y
casi confundida con la vida, y el discurso que decía que la filosofía debía ser
comprometida, pero se contentaba con decirlo. Se hablaba mucho de ello, como en
las óperas, cuando la gente canta: “Caminemos, caminemos” o “huyamos, huyamos”
y no se mueven. (…)
Creo que este peligro acecha a todos los filósofos, y consiste en
satisfacerse con el discurso bien hecho, porque es más fácil hablar que hacer.
(175-176)
El discurso filosófico como ejercicio espiritual
Pierre Hadot, La filosofía como forma de vida.
Conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson, Alpha Decay, Barna
2009
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