Fa 50 anys el sentit comú era un altre.



Estas navidades he visto mucho cine, en casa y en salas. En algunas ocasiones he buscado películas ya vistas, antiguas, que me apetecía volver a ver. Ha sido el caso de La gran evasión (The great escape), película americana realizada en 1963. La película está basada en hechos reales sucedidos en un campo de prisioneros de guerra, ingleses y americanos, durante la Segunda Guerra Mundial en Alemania. Quería volver a ver la famosa carrera de Steve MacQueen con una moto a través de los campos, huyendo de los alemanes.

Recordaba que me había gustado en su día, y tenía todos los ingredientes de una buena película para una tarde fría de invierno, en una casa llena de familia. ¡Mi gozo en un pozo! Consiguió aburrirme y decepcionarme. Resulta increíble para un espectador actual la ausencia de cualquier sufrimiento de unos prisioneros de guerra en un campo alemán: ni frío, ni calor, ni hambre, ni sed, ni cansancio, ni enfermedad. Steve McQueen entra y sale de la “nevera”, que es como llamaban a la celda de castigo, con el mismo aspecto radiante y el mismo buen humor; los prisioneros son enormemente solidarios y generosos entre sí; los alemanes son el enemigo, pero hacen un juego limpio. A toda la película le falta sentido común.

Ahora bien, no fue esa mi impresión cuando era joven. Entonces no sentí la distancia, la extrañeza, como ahora, y supongo que también fue esa la experiencia de los demás espectadores de entonces. En general, algo parecido nos sucede con películas históricas rodadas en los años 50 y 60 del pasado siglo, por ejemplo pensemos en Ben-Hur o Cleopatra. No es que la historia que narran sea un cuento chino sino que, al margen de los acontecimientos del guión, no nos creemos el modo en que hablan o se mueven los personajes. Si eso es lo que pensamos ahora y no cuando se estrenaron, se debe a que somos nosotros, nuestra visión sobre las cosas, lo que ha cambiado. No éramos más tontos antes y ahora más sabios y por eso ya no nos tragamos lo que cuentan las películas de antes. No estamos ahora más cerca de la verdad que antes. Más bien hay que pensar que hace 50 años “el” sentido común era otro.

Cuando vemos una película de romanos o de nazis rodada hace medio siglo, nos parece que lo que vemos son personajes disfrazados. Por supuesto que son actores, pero para que funcione una película que quiere contarnos algo, tenemos que poder encontrar realismo en los personajes, y eso no sucede cuando descubrimos que un romano habla como una persona de los años 50 del siglo XX, porque entonces pierde verosimilitud. En cambio, en las actuales películas de romanos, eso no nos sucede: Russell Crowe, haciendo de gladiador en una película del año 2000, nos mueve a una cierta identificación.

Las películas recientes sobre períodos históricos pasados nos parecen más reales que las que vimos hace 40 o 50 años. Por ejemplo El puente de los espías, película estrenada en el 2015, ambientada en 1956 en el momento de la construcción del muro de Berlín: Tom Hanks es un héroe que sufre el frío, el hambre y el miedo y por eso su personaje es más creíble que Steve McQueen.

Como está claro que no podemos afirmar que los espectadores de mitad del siglo XX carecieran de sentido común, tenemos que sacar dos conclusiones: una, que no existe “el” sentido común; y, en segundo lugar, que es importante interrogarse acerca de su papel en la configuración de la realidad.

“El” sentido común nos indica lo que es evidente, lo que es normal. Lo que vemos tiene para nosotros en sí mismo una gran carga de veracidad y de realidad. Pero lo que hace unos años era evidente, no lo es ahora. No se trata de engaño, sino de condiciones de posibilidad: todas las cosas dependen para poder ser vistas de unas condiciones históricas de visibilidad. La realidad que vemos y de la que hablamos ha sido construida históricamente. Foucault señala que vemos lo que para una época dada es visible, algo así como si lleváramos unas gafas que seleccionan ciertos aspectos que, al mismo tiempo, nuestro lenguaje agrupa y nombra. No existe visión de la realidad sin gafas. Si me las quito, tengo que ponerme otras para poder ver.

La evidencia no se pone en duda, porque coincide con lo que nuestras gafas nos hacen ver y con lo que nuestro lenguaje nos enseña a reconocer. Sólo cuando nos sentimos incómodos con lo que vemos, porque sufrimos, queremos liberarnos de un sentido común, que en ese momento dejará de ser para nosotros “el” sentido común. Foucault afirma que todo lo que ha sido construido históricamente puede ser destruido políticamente. A mi madre le parecía de sentido común que yo actuara como lo que la sociedad esperaba que fuera el comportamiento normal de una chica, yo hice de mi vida un combate contra ese sentido común.

No hay un progreso en la historia del sentido común. El de ahora no es más verdadero que el de antes. No podemos caer en ese error grosero. Russell Crowe como gladiador o Tom Hanks como negociador resultarán inverosímiles a nuestros nietos. Todas las épocas han considerado con gran determinación que las cosas eran así y tenían que seguir siendo así. Lo que sí que puedo decir es que me parece mejor este sentido común frente a aquél. Tom Hanks no es más verdadero que Steve McQueen, pero puedo preferir que el cine no oculte los sufrimientos de un héroe.

Gramsci insistía en la importancia de dar la batalla en este nivel, si se quiere vencer: hay que hacer ver las cosas, hay que hacer que sean visibles como queremos que lo sean. Y en esta batalla, el cine tiene un papel fundamental por la sensación de realidad que transmite.

Es cierto que después de hacer estas reflexiones voy al cine con una cierta prevención. Estoy tan segura de que Suffragette será vista dentro de 30 años con extrañeza, que ya empiezo a verla yo también así. Será por eso que mi cine preferido son las comedias musicales: ahí no hay trampa ni cartón, porque todo es trampa y cartón y el espectador lo sabe.

Maite Larrauri, No existe "el" sentido común, fronteraD 04/01/2016

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