Podem sortir de la caverna platònica?

Según Platón, los seres humanos viven en una morada-prisión y no perciben las cosas como son en realidad. Consideran reales las sombras de multitud de objetos artificiales que otros hombres, los titiriteros del conocimiento, generan y proyectan sobre los demás. El engaño es visual, pero también auditivo, pues entre los porteadores de apariencias algunos hablan. Platón no dejó claro quiénes transportan esas figurillas. Por nuestra parte, propondremos la hipótesis de que los titiriteros son nuestros antecesores. Al educarnos y enseñarnos a hablar troquelan nuestra mente y nos dicen cómo poner nombre a las sombras. Nosotros hacemos lo mismo con nuestros descendientes. Unos y otros estamos prisioneros en la caverna terrestre, atados a las palabras, obligados a ver las cosas conforme aprendimos a verlas. Podemos representarnos a nosotros mismos como espectadores en un teatro, linterna mágica o sala de cine, con la peculiaridad de que estamos obligados a mirar siempre en la misma dirección: hacia el futuro. No podemos retornar al pasado ni vivir a contratiempo.

El mundo se compone de secuencias de cavernas espacio-temporales, cada una de las cuales conforma un microcosmos. Unas sombras son duraderas y se proyectan por doquier, es el caso de la biosfera, o caverna natural. Otras son efímeras, es el caso de las personas. Algunas microcavernas perduran en el tiempo y dejan rastro en la memoria colectiva, donde los prisioneros conservamos nuestros recuerdos más memorables, como en la época prehistórica. Surgen así otras cavernas, las culturas, compuestas por historias, novelas, hazañas, desastres y obras de arte de todo tipo, que nosotros mismos proyectamos sobre nuestros sucesores. Si la Tierra es la caverna común de la humanidad y estamos sujetos a ella por las leyes de la naturaleza, el decurso de la historia resulta ser una compleja red de cavernas culturales y personales, mutuamente imbricadas en el espacio-tiempo. Según esta hipótesis, seguimos siendo hombres y mujeres de las cavernas, aunque estas no sean formaciones geológicas, sino culturales y mentales. Esta es la propuesta que pretendemos desarrollar en este libro.

Volvamos a Platón. Él representó la caverna humana como un juego de luces y sombras. El sol está fuera y da luz al verdadero mundo, compuesto por ideas atemporales. En la caverna estamos nosotros y en ella hay penumbra, si no oscuridad. Cada idea se descompone en una multitud de sombras, que a los cavernícolas nos parecen reales. A juicio de quienes escribimos esto, que somos varios, la mayor aportación de esta alegoría consiste en sugerir que, por mucho que nos sintamos reales, también nosotros somos sombras proyectadas por los titiriteros del conocimiento, nuestros antecesores en esas artes. Si ponemos en duda la realidad del mundo, como Descartes, e incluso nuestra propia realidad, como Freud, podremos llegar a estar en condiciones de hacer filosofía, es decir, de experimentar el deseo de saber. Tal es el objetivo de estas páginas, las cuales conforman a su vez una caverna, en este caso impresa. Al inventar la imprenta, Gutenberg creó uno de los principales teatrillos del conocimiento, el libro. Los idiomas y la escritura son modos de proyectar ideas sobre las mentes de los demás. Algunos pueden quedar cautivos de las letras y las novelas, como le sucedió a Don Quijote, a quien evocaremos en el apartado siguiente. Están entrando Vdes. en una de las cavernas canónicas de la humanidad, los libros. ¿Cuál es la caverna más ficticia?
(pàgs. 12-13).

Javier Echeverría, Entre cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid 2013

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