La caverna financera.
El Roto |
Galileo afirmó que la naturaleza está escrita en lenguaje
matemático y que los números y las figuras constituyen el alfabeto para
conocerla. Combinando esa tesis galileana con la metáfora de Platón, podríamos pensar que la vía
para evitar las añagazas de la caverna radica en la ciencia, y más
concretamente en el lenguaje matemático. Los ídolos baconianos de la tribu
residen en los lenguajes naturales, mientras que las matemáticas aportan conocimiento
fiable, exacto y comprobable. Desde el Renacimiento, muchos científicos han
confiado en las matemáticas como medio para luchar contra las diversas cavernas
que dominaron a las sociedades medievales europeas.
El gran ejemplo del engaño de nuestros sentidos es
el movimiento de la Tierra en torno al sol. Nuestra percepción nos dice que,
salvo cuando se produce un terremoto, lo cual es muy raro, la Tierra está
inmóvil. En cambio, vemos moverse al Sol por el firmamento un día sí y otro
también. Pues bien, contrariamente a las apariencias sensibles, es la Tierra la
que se mueve en torno al sol, y eso puede demostrarse matemáticamente: Eppur si muove! El lenguaje matemático
permite distinguir lo sensible de lo inteligible y, por tanto, constituye la
vía para salir de la caverna. Buena parte de la ciencia moderna, así como la
Ilustración, surgió de la tentativa de escapar de la caverna de los engaños
siguiendo el hilo de los números, de las figuras geométricas y de las
ecuaciones. Los resultados fueron significativos. La matematización de la
física y la teoría newtoniana de la gravitación universal muestran que es
posible salir de las cavernas conceptuales, por muy arraigadas que estén. Las
fórmulas matemáticas permiten explicar fenómenos aparentemente diversos en base
a las mismas leyes, por ejemplo los movimientos de los planetas y los satélites
dentro del sistema solar, la caída de los graves, las mareas y otros fenómenos
naturales. sin embargo, la cosmología del siglo XX ha mostrado que esas
teorizaciones, aun siendo útiles y verosímiles, solo nos habían llevado a descubrir
otra caverna, la solar, detrás de la cual hay otros muchos sistemas y galaxias
en el universo, muy alejadas del planeta Tierra, que componen otros tantos
mundos posibles, haya vida en ellos o no. Valgan los agujeros negros como nueva
encarnación de la alegoría platónica, en la medida en que no solo devoran la
materia, sino también la energía, sin que nada pueda acercarse a su boca sin
desaparecer en el torbellino. la ciencia moderna nos sacó de la cueva bíblica,
pero nos ha conducido al descubrimiento de otras cavernas, y ello tanto a nivel
macro como a nivel micro, o mejor, nano. las nanotecnologías de finales del
siglo XX han posibilitado el descubrimiento de nuevas cavernas naturales, que
han sido detectadas a escala nanométrica y que hasta entonces habían
permanecido desconocidas. Las matemáticas pueden servir para salir de algunas
cavernas, pero ante todo permiten descubrir otras nuevas, incluyendo algunas
tan bellas como el fractal de Mandelbrot.
Hoy en día conviene parafrasear la frase de Galileo y decir que también las
relaciones sociales han de ser interpretadas en términos matemáticos, y más
concretamente mediante simulaciones informáticas. si algo caracteriza a nuestra
contemporaneidad es la omnipresencia de números, algoritmos y programas de software
que permiten designar, representar y simular todo tipo de objetos, relaciones y
procesos, tanto naturales como sociales. Valgan como ejemplo los números
propios que identifican a cada persona y que proliferan en el mundo digital,
contraseñas incluidas, la secuenciación del código genético, las diversas
distribuciones estadísticas y los sistemas de indicadores, que son
imprescindibles en ciencias sociales. Estos son algunos de los fuegos
artificiales de la caverna numérica, la cual tiene múltiples recovecos y
oquedades. Desde algunas de esas cuevas, como ya insinuamos en el caso del ADN,
se proyectan cifras, programas y órdenes a nuestras mentes, las cuales están
sometidas a los f lujos de información y a los diversos códigos inherentes a
nuestros cuerpos. Las cavernas matematizables se engarzan con otro tipo de
cuevas y las determinan. Las tecnociencias formales han inventado nuevos
sistemas de signos que permiten «leer», es decir, representar e interpretar
diversos procesos naturales que tienen lugar en nuestro cuerpo y en nuestras
células, y previsiblemente también en nuestras neuronas. No nos referimos ya al
lenguaje matemático de la época de Galileo,
sino a los distintos lenguajes informáticos que se han desarrollado en el siglo
XX, posibilitando la emergencia de la Gran caverna Virtual, o Tercer Entorno,
entre otras cosas.
Somos prisioneros de dichos códigos internos, los
cuales nos constituyen. Además, los seres humanos han sido apresados por otro
sistema de signos de origen aritmético, a saber: los números que permiten
representar los procesos económicos y, en particular, contar el dinero que cada
cual tiene. La cueva (escondite, baúl) de los tesoros es otra de las grandes
encarnaciones de la caverna platónica. No está dominada por la idea del Bien sino
por la del Dinero y, en términos más abstractos, por la idea del capital. La
llamaremos cueva capital, o cueva del capitalismo, que hoy en día ha pasado a
ser capitalismo informacional.
Los economistas clásicos padecieron algo la
influencia platónica, puesto que teorizaron sobre la riqueza (Adam Smith) y sobre los bienes
económicos, en lugar de interesarse por la pobreza, como recientemente ha hecho
Amartya Sen. La noción misma de bien
económico trasluce la raigambre platónica y sesgada de buena parte de la teoría
económica, sobre todo por no haber una teoría sobre los males económicos, los
cuales son muchos, y muy variados. El supuesto de que la riqueza es el bien y
la pobreza el mal económico resulta altamente discutible, pero ha impregnado la
historia de la economía. Como esos bienes económicos, además de ser bienes
(pretendidos bienes), tienen precio en el mercado, es posible cuantificarlos.
En consecuencia, ha sido posible aritmetizar la idea platónica del Bien, es
decir medirla, aunque solo sea desde una perspectiva económica. la creencia de
que los bienes económicos son medibles y de que la unidad de medida es el
dinero está ampliamente difundida entre los prisioneros de la caverna capital,
hasta el punto de que muchos creemos conocer el valor de nuestro patrimonio o
el estado de nuestra cuenta corriente. Una persona consultando en el cajero
automático una y otra vez el estado de sus cuentas, y por ende de su haber y de
su debe, ejemplifica perfectamente la dimensión económica de la caverna
virtual, la cual está dominada por la caverna capital, aunque muchos no sean
conscientes de ello. El mundo del dinero electrónico (red Swift, cajeros
bancarios, tarjetas de créditos, transferencias electrónicas, etc.) tiene tanta
o mayor importancia que Internet en el proceso de globalización, a pesar de que
los prisioneros digitales solo ven y hablan de Internet, (…)
Mas retornemos a nuestras pequeñas cuevas
electrónicas, por ejemplo a nuestras tarjetas de crédito y débito, o
simplemente a nuestras cuentas bancarias, accedamos a ellas por Internet o no.
la mayoría de los seres humanos creemos firmemente en la realidad del dinero,
en particular la de nuestro dinero. Dicho de otra manera: las paredes de
nuestra cueva personal están tapizadas de dinero, sea este real o imaginario
(deseo de tener más). Así son las cuevas del pequeño Capital. En cuanto a la
gran caverna financiera, su paradigma es el broker
que invierte grandes cantidades de dinero ajeno en los primeros minutos de una
sesión en las Bolsas interconectadas, y ello en función de una serie de
indicadores que determinan su conducta como representante de fondos de
inversión. El pequeño ahorrador vive mentalmente en la pequeña cueva de sus
miserias, el broker juega en el
casino global y es capaz de enviar a miles de personas a la pobreza por efecto
de sus acciones especulativas, que incrementan los bienes (el capital) de unos
pocos.
Hemos puesto dos ejemplos sencillos del actual
capitalismo financiero. Funciona en base a las luces y sombras (ganancias y
pérdidas cuantificadas) que aportan los diversos indicadores económicos. Por
las Bolsas interconectadas solo fluyen bits, es decir ceros y unos, pero dichos
bits representan millones de dólares y de euros. Por nuestras cuentas
corrientes también fluye el dinero, que es como la energía de nuestra cueva
económica (su dínamis, su fuego),
aunque su destino consista frecuentemente en ser devorado por los agujeros
negros financieros que generan los especuladores. Lo importante es que los
flujos de dinero se miden matemáticamente, tanto en lo pequeño como en lo
grande, tanto en las ganancias como en las pérdidas. Aparte de su estado físico
y mental, cada cual tiene su propio estado de cuentas, es decir, sus bienes
económicos en el tercer entorno, los cuales conforman su cueva financiera
propia. En conjunto, todas esas cuevas conforman la caverna económica, cuyas
paredes, suelos y techos están recubiertos por números que van cambiando de
valor, para beneficio de unos y perjuicio de otros. La caverna financiera no es
una gran cueva única, como la de Platón,
sino que está compuesta por una multiplicidad de cuevas distribuidas, cada una
de las cuales contiene tesoros singulares, todos ellos medibles en dinero. La
topología de la cueva financiera es parecida a la de Internet, aparentemente,
pero no hay que confundirlas a las dos, por mucho que estén interrelacionadas (…).
La caverna financiera está fuertemente jerarquizada y centralizada, sin
perjuicio de ser una caverna distribuida. Obvio es decir que sus convulsiones
internas (crisis), cuando las hay, generan daños irremediables en múltiples
cuevas individuales y colectivas. Respecto al modo de escapar de la caverna
capital, una vez interiorizada, a nadie se le ha ocurrido el procedimiento, que
nosotros sepamos.
Eso sí, la caverna cerebral puede sentirse libre,
e incluso feliz, aun estando en plena ruina económica. Es una vía de escape
individual. El problema consiste en liberarnos colectivamente de la cueva
financiera, aun sabiendo que eso implicará pasar a otra caverna, quizá peor (pàgs.
179-184).
Javier Echeverría, Entre
cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid
2013
Comentaris