Teoria conspiracional i Doctrina de la veritat manifesta (Karl Popper)
Teoría conspiracional: Es la idea de que todo lo que sucede en la sociedad —inclusive los fenómenos que disgustan a las personas, por lo común, como la guerra, la desocupación, la miseria, la escasez, etc.— es el resultado del plan directo de algunos individuos o grupos poderosos. Esta idea está muy difundida, aunque se trata, no cabe duda, de una especie de superstición un tanto primitiva. Es más antigua que el historicismo (del cual podría decirse que deriva de la teoría conspiracional); y en su forma moderna, es el resultado típico de la secularización de las supersticiones religiosas. La creencia en los dioses homéricos, cuyas conspiraciones eran las causantes de las vicisitudes de la guerra troyana, ha desaparecido. Pero el lugar de los dioses del Olimpo homérico ha sido ocupado ahora por los Sabios Ancianos de Sión, o por los monopolistas, o los capitalistas, o los imperialistas. Al atacar la teoría conspiracional de la sociedad, no quiero decir, por supuesto, que no haya conspiraciones. Pero afirmo dos cosas. Primero que no son muy frecuentes y no alteran el carácter de la vida social. Suponiendo que cesaran las conspiraciones seguiríamos enfrentándonos fundamentalmente con los mismos problemas con los que siempre nos hemos enfrentado. Segundo, afirmo que las conspiraciones muy raramente tienen éxito. Los resultados logrados difieren mucho, por lo general, de los resultados que se querían alcanzar. (Piénsese en la conspiración nazi.) (409)
¿Por qué los resultados a los que llega una conspiración difieren mucho, por lo general, de los resultados que se pretendían alcanzar. Porque esto es lo que ocurre habitualmente en la vida social, haya o no conspiración. Y esta observación nos brinda la oportunidad para formular la tarea principal de las ciencias sociales teóricas. Consiste en discernir las repercusiones sociales inesperadas de las acciones humanas intencionales. Puedo dar un ejemplo de esto. Si un hombre desea comprar urgentemente una casa en cierto distrito, podemos afirmar con seguridad que no desea elevar el precio de mercado de las casas de ese distrito. Pero el hecho mismo de que aparezca en el mercado como comprador estimulará la tendencia a elevar los precios. Pueden hacerse observaciones análogas con respecto al vendedor. O, para tomar un ejemplo de un campo muy diferente, si un hombre decide asegurar su vida, es improbable que tenga la intención de estimular a otras personas a invertir su dinero en acciones de las compañías de seguros. Sin embargo, ese será el resultado.
Vemos claramente, pues, que no todas las consecuencias de nuestras acciones son consecuencias deseadas. Por consiguiente, la teoría conspiracional de la sociedad no puede ser verdadera porque equivale a afirmar que todos los sucesos, aun los que a primera vista no parecen deseados por nadie, son los resultados intencionales de las acciones de personas interesadas en esos resultados. A este respecto, debe recordarse que el mismo Karl Marx fue uno de los primeros en destacar la importancia de esas consecuencias no deseadas para las ciencias sociales. En sus expresiones maduras, Marx afirma que estamos todos atrapados en la red del sistema social. El capitalista no es un conspirador demoníaco, sino un hombre obligado por las circunstancias a actuar como lo hace; no es más responsable que el proletario por el estado de cosas existente.
Esa idea de Marx ha sido abandonada —quizás por razones propagandísticas, quizás porque la gente no la entendía— y ha sido reemplazada, en gran medida, por una teoría marxista conspirativa vulgar. Se trata de un descenso: el descenso de Marx a Goebbels. Pero es indudable que la adopción de la teoría conspirativa no puede ser evitada por quienes creen que pueden establecer el paraíso en la tierra. La única explicación de su fracaso al no lograr la creación de ese paraíso es la malevolencia del demonio, que tiene intereses creados en el infierno. (409-410)
La anterior revolución naturalista contra Dios reemplazó el nombre "Dios" por el nombre "Naturaleza". Casi todo lo demás quedó igual. La teología, la ciencia de Dios, fue reemplazada por la ciencia de la Naturaleza; las leyes de Dios por las leyes de la Naturaleza; la voluntad y el poder de Dios por la voluntad y el poder de la Naturaleza (las fuerzas naturales) y luego los planes de Dios y el juicio de Dios por la Selección Natural. El determinismo teológico fue reemplazado por un determinismo naturalista; es decir, la omnipotencia y omnisciencia de Dios fueron reemplazadas por la omnipotencia de la Naturaleza y la omnisciencia de la ciencia.
Hegel y Marx, a su vez, reemplazaron la diosa Naturaleza por la diosa Historia. Así, llegamos a las leyes de la historia; a los poderes, fuerzas, tendencias, designios y planes de la historia, y a la omnipotencia y omnisciencia del determinismo histórico. Los pecadores contra Dios fueron reemplazados por los "criminales que se oponen vanamente ala marcha de la Historia", y supimos que nuestro juez no será Dios, sino la Historia (la Historia de las "Naciones" o de las "Clases").
Es esa deificación de la historia lo que combato.
Pero la secuencia Dios-Naturaleza-Historia, y la secuencia de las correspondientes religiones secularizadas, no termina aquí. El descubrimiento historicista de que todas las normas solo son, a fin de cuentas, hechos históricos (en Dios, las normas y los hechos son una unidad) conduce a la deificación de los Hechos —de los Hechos existentes o reales de la vida y la conducta humanas (que incluyen, me temo, solamente presuntos Hechos) — y, de este modo, a las religiones secularizadas de las Naciones y de las Clases, así como del existencialismo, el positivismo y el conductismo. Y puesto (que la conducta verbal forma parte de la conducta humana, llegamos también a la deificación de los Hechos del Lenguaje." La apelación a la autoridad lógica y moral de estos Hechos (o presuntos Hechos) es, al parecer, la última sabiduría de la filosofía en nuestro tiempo. (414-415)
Doctrina de la verdad manifiesta: Al examinar la epistemología optimista inherente a ciertas ideas del liberalismo me encontré con un conjunto de doctrinas que, si bien a menudo son aceptadas implícitamente, no han sido —que yo sepa— explícitamente discutidas o siquiera observadas por filósofos o historiadores. La más importante de ellas es una que ya he mencionado: la doctrina de que la verdad es manifiesta. La más extraña de ellas es la teoría conspiracional de la ignorancia, que es un curioso desarrollo de la doctrina de la verdad manifiesta.
Por doctrina de la verdad manifiesta entiendo la concepción optimista de que la verdad, cuando se la coloca desnuda ante nosotros, es siempre reconocible como verdad. Si no se revela por sí misma, sólo es necesario develar, esa verdad, o descubrirla. Una vez hecho esto, no se requiere mayor discusión. Tenemos ojos para ver la verdad, y la "luz natural" de la razón para iluminarla.
Esa doctrina está en el centro mismo de la enseñanza de Descartes y de Bacon. Descartes basaba su epistemología optimista en la importante teoría de la veracitas dei. Lo que vemos clara y distintamente que es verdadero debe serlo realmente; pues, de lo contrario, Dios nos engañaría. Así, la veracidad de Dios hace manifiesta a la verdad.
En Bacon encontramos una doctrina similar. Se la podría llamar la doctrina de la veracitas naturae, la veracidad de la naturaleza. La Naturaleza es un libro abierto. El que lo lee con mente pura no puede equivocarse. Sólo puede caer en el error si su mente está envenenada por el prejuicio.
La última observación del párrafo anterior muestra que la doctrina de que la verdad es manifiesta plantea la necesidad de explicar la falsedad. El conocimiento, la posesión de la verdad, no necesita ser explicado. ¿Pero cómo podemos caer en el error, si la verdad es manifiesta? La respuesta es la siguiente: por nuestra pecaminosa negativa a ver la verdad manifiesta; o porque nuestras mentes albergan prejuicios inculcados por la educación y la tradición u otras malas influencias que han pervertido nuestras mentes originalmente puras e inocentes. La ignorancia puede ser la obra de poderes que conspiran para mantenernos en ella, para envenenar nuestras mentes instilando en ellas la falsedad, y que ciegan nuestros ojos para que no podamos ver la verdad manifiesta. Esos prejuicios y esos poderes son, pues, las fuentes de la ignorancia.
Esta curiosa creencia en una conspiración es la consecuencia casi inevitable de la concepción optimista según la cual la verdad y, por ende, el bien deben prevalecer sólo con que se les dé una oportunidad. "Dejadla que se trabe en lucha con la falsedad; ¿quién vio nunca que la verdad llevara la peor parte, en un encuentro libre y abierto?" (Aeropagítica. Compárese con el proverbio francés La vérité triomphe toujours). (…) Puede verse, así, que una actitud de tolerancia basada en una fe optimista en la victoria de la verdad puede tambalear fácilmente. (…) En efecto, es propensa a convertirse en una teoría conspirativa difícil de reconciliar con una actitud de tolerancia. (27-29)
Yo no sostengo que no haya habido nunca un grano de verdad en esta teoría conspiracional. Pero, fundamentalmente, se trata de un mito, como lo es la teoría de la verdad manifiesta de la cual surgió. Pues la simple verdad es que, a menudo, es difícil llegar a la verdad, y que, una vez encontrada, se la puede volver a perder fácilmente. Las creencias erróneas pueden tener un asombroso poder para sobrevivir, durante miles de años, en franca oposición a la experiencia, y sin la ayuda de ninguna conspiración. (29)
Por consiguiente, la epistemología optimista de Bacon y Descartes no puede ser verdadera. Sin embargo, quizás lo más extraño de todo esto es que tal epistemología falsa fue la principal fuente de inspiración de una revolución intelectual y moral sin paralelo en la historia. Estimuló a los hombres a pensar por sí mismos. Les dio la esperanza de que, a través del conocimiento, podrían liberarse, a sí mismos y a otros, de la servidumbre y la miseria. Hizo posible la ciencia moderna. Se convirtió en la base de la lucha contra la censura y la supresión del librepensamiento, así como de la conciencia no conformista, del individualismo y de un nuevo sentido de la dignidad del hombre; de las demandas de educación universal y de un nuevo sueño en una sociedad libre. Hizo sentirse a los hombres responsables por sí mismos y por los otros, y les infundió el ansia de mejorar, no sólo su propia situación, sino también la de sus congéneres. Es el caso de una mala idea que ha inspirado muchas ideas buenas. (29)
Pero esa epistemología falsa también ha tenido desastrosas consecuencias. La teoría de que la verdad es manifiesta —de que puede verla quienquiera que desee verla— es también la base de casi todo tipo de fanatismo. Pues, entonces, sólo por la más depravada maldad puede alguien negarse a ver la verdad manifiesta; sólo los que tienen toda clase de razones para temer la verdad pueden negarla y conspirar para suprimirla. (29)
Pero la teoría de que la verdad es manifiesta no sólo engendra fanáticos —hombres poseídos por la convicción de que todos aquellos que no ven la verdad manifiesta deben de estar poseídos por el demonio—, sino que también conduce, aunque quizás menos directamente que una epistemología pesimista, al autoritarismo. Esto se debe, simplemente, a que la verdad no es manifiesta, por lo general. La verdad presuntamente manifiesta, por lo tanto, necesita de manera constante, no sólo interpretación y afirmación, sino también re-interpretación y re-afirmación. Se requiere una autoridad que proclame y establezca, casi día a día, cuál va a ser la verdad manifiesta, y puede llegar a hacerlo arbitraria y cínicamente. Así muchos epistemólogos desengañados abandonarán su propio optimismo anterior y construirán una resplandeciente teoría autoritaria sobre la base de una epistemología pesimista. Creo que el más grande de los epistemólogos. Platón, ejemplifica esta trágica evolución. (30)
A Platón le corresponde un papel decisivo en la prehistoria de la doctrina cartesiana de la veracitas dei, la doctrina de que nuestra intuición intelectual no nos engaña porque Dios es veraz y no puede engañarnos; o, en otras palabras, la doctrina de que nuestro intelecto es una fuente de conocimiento porque Dios es una fuente de conocimiento. Esa doctrina tiene una larga historia, que puede ser rastreada fácilmente hasta Homero y Hesíodo. (30)
Podemos ahora comprender más claramente cómo, en esta epistemología optimista, el estado de conocimiento es el estado natural o puro del hombre, el estado del ojo inocente que puede ver la verdad, mientras que el estado de ignorancia tiene su fuente en el daño sufrido por el ojo inocente al perder el hombre la gracia, daño que puede ser parcialmente reparado mediante un método de purificación. También podemos ver más claramente por qué esta epistemología, no sólo en su forma cartesiana sino también en la baconiana, sigue siendo esencialmente una doctrina religiosa en la cual la fuente de todo conocimiento es la autoridad divina. (37)
Sin embargo, ese problema había sido advertido y resuelto hacía ya largo tiempo; apareció por primera vez en Jenófanes, y luego en Demócrito y en Sócrates (el Sócrates de la Apologia, más que el del Menón). La solución reside en comprender que todos nosotros podemos errar, y que con frecuencia erramos, individual y colectivamente, pero que la idea misma del error y la falibilidad humana supone otra idea, la de verdad objetiva: el patrón al que podemos no lograr ajustamos. Así, la doctrina de la falibilidad no debe ser considerada como parte de una epistemología pesimista. Esta doctrina implica que podemos buscar la verdad, la verdad objetiva, aunque por lo común podamos equivocarnos por amplio margen. También implica que, si respetamos la verdad, debemos aspirar a ella examinando persistentemente nuestros errores: mediante la infatigable crítica racional y mediante la autocrítica.
Erasmo de Rotterdam intentó revivir esa doctrina socrática, la importante aunque modesta doctrina del "¡Conócete a ti mismo y admite, por ende, cuan poco sabes!" Pero dicha doctrina fue desplazada por la creencia de que la verdad es manifiesta y por la nueva autoconfianza ejemplificada y enseñada de diversas maneras por Lulero, Calvino, Bacon y Descartes. (38)
Karl Popper (1963, 1965, 1969, 1972), Conjeturas y refutaciones, Barcelona, Editorial Paidós 3ª reimpresión 1991

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