La proposta metafísica davant la proposta de la ciència.





Agamben apela al capítulo XXI de la primera parte de El Quijote de la Mancha. Aquí, el encantado y hechizado Alonso Quijano confunde una cubeta de barbero con el yelmo de Mambrino. El yelmo es el Ser que el metafísico busca en las cosas particulares, pero que siempre se reduce “a bacines y otros utensilios de barbero”. Así es “el objeto supremo de la metafísica, que ‘siempre nos pone en un camino sin salida’ y que nosotros no podemos menos que buscarlo”. Y en esa evasión del objeto de la metafísica, la filosofía, nuevamente, cede ante la evidencia del conocimiento menos evasivo que las ciencias proponen.

La tesis que timonea la reflexión agambiana es que lo “primero” de la filosofía oculta en realidad su complementariedad y, más aún, su eventual subordinación a las ciencias físicas y matemáticas.

La filosofía se identifica con la metafísica, y esta identificación no pertenece exactamente al horizonte de la Grecia clásica, sino que surge a partir del siglo I con Nicolás de Damasco al emplear la expresión ta metá ta physiká para aludir a los tratados de Aristóteles, y al rasgo filosófico que se ocupa de las formas completamente separadas de la materia. Así, los aristotélicos llamaban teología o filosofía primera a lo que está más allá de la física, lo que trasciende las realidades físicas que las ciencias estudian como un saber “secundario”. La filosofía entonces se diferencia de las matemáticas y la física; y se erige, o pretende erigirse, como principio soberano respecto al saber científico.

La búsqueda de la soberanía de la filosofía respecto a otros saberes se impregna desde el principio de una precariedad insalvable. Lo más atinado habría sido, quizá, pensar la filosofía no desde la soberanía o dependencia respecto a las ciencias, sino desde “una autonomía plena y recíproca”.

La filosofía confiere su sitio a las ciencias dentro de la dinámica del conocimiento necesario, y sin advertir que, por esta maniobra, la dimensión filosófica “terminó esclavizándose a ellas”, a las ciencias. Luego, en el largo reino medieval, la filosofía fue ancilla theologiae (sierva de la teología), y ahora, entre los repliegues digitales de lo tecno-algorítmico global, la filosofía es “impotente ancilla scientiarum” (sierva de las ciencias).

Esteban Ierardo, Giorgio Agamben y el dilema de la filosofía: soberanía o servidumbre ante la ciencia, clarín.com 01/09/2025

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