No hi ha futur si no hi ha vincles amb el desig, els plaers i els cossos (Mark Fisher)






Para Fisher todos los proyectos políticos de la izquierda contemporánea existentes habrán sido inadecuados por la misma razón: no tomar en serio el deseo de los capitalizados. Estos modelos izquierdistas caerán siempre en el moralismo paternalista al pretender distinguir entre dos espacios, uno inmanente al capitalismo y otro trascendente, sosteniendo que existe una dimensión pura y libre del capital, y por ende de la tecnología, a la cual se puede regresar. El problema, según la lectura que hace Fisher de Economía libidinal (1974) de Jean-François Lyotard, es que estar “depurados” del capital implica también repudiar la tecnología que es su consecuencia lógica y en última instancia carecer de deseo, vale decir, liberarnos del capital necesariamente requiere extirpar la libido inmanente en la medida en que estamos constituidos por este sistema económico y tecnológico desde cero. En Lyotard hay un diagnóstico con el cual Fisher coincide: no debemos rechazar de plano ni moralizar con respecto al capitalismo ni tampoco caer en modelos simplistas e idílicos que pretendan restaurar la fantasía de un mundo no alienado.

El inconcluso proyecto fisheriano titulado "Comunismo ácido", en función de la introducción de la que disponemos y de los testimonios de sus colaboradores y alumnos, de alguna manera tenía por objetivo dar una respuesta por izquierda a la modernidad tecnológica del capitalismo tardío al proponer crear una “psicodelia digital”: un arma conceptual que enfrente al realismo capitalista que extirpa toda dimensión de delirio y reduce lo real a la neurosis del imperativo del trabajo, es decir, que nos condena al malestar cotidiano, la insatisfacción permanente, la depresión de los lunes. Esta psicodelia digital es un “egreso”, una salida, que permite ver el “sistema” desde fuera. El neologismo redpilled (haber tomado la pastilla roja), que los últimos años fue utilizado por las comunidades virtuales de las nuevas derechas a partir de una lectura perversa y pro-capitalista de Matrix (1999) como metáfora que permite la visualización intuitiva del sistema político-cultural-académico progresista (“La Catedral” según Curtis Yarvin) montado sobre un privilegio burocrático-estatal, puede ser reconducido a una lectura de izquierda aceleracionista que implica volver a ser fieles al discurso de las hermanas Wachowski en su crítica al productivismo maquinal.

En este sentido, “tomar la píldora roja”, desde la perspectiva de la contracultura tech y la psicodelia digital, implica dos movimientos necesarios: por un lado, ver el esqueleto de la constitución del realismo capitalista tal cual es y nuestro rol como meras “pilas” que alimentan la dinámica económica y maquínica; por otro lado, permitir nuestro “egreso” y mostrarnos la posibilidad de moldear y manipular nuestra percepción tecnológicamente, de manera de poder “cargar”, a través de la interfaz que las máquinas abrieron en nuestro cerebro, conocimientos y habilidades (como hace el propio Neo, protagonista de la película) que nos permitan enfrentar la tecnocracia autoritaria cibernética usando sus propias herramientas. En otros términos, Matrix tal vez sea la escenificación más clara del aceleracionismo de izquierda de Fisher y la representación cinematográfica más evidente del comunismo ácido: la velocidad extrema en el avance tecnológico del capital siembra, asimismo, semillas que permiten su propia destrucción. La tecnología que nos esclaviza, paradójicamente, nos da también las armas para la emancipación: en lugar de estar enchufados y dormidos como siervos energéticos al servicio del esquema maquínico capitalista, podemos suministrarnos conocimientos y fortalezas que amplíen nuestra libertad a través de la interfaz abierta por las propias máquinas con la finalidad de combatirlas. La droga psicodélica, entonces, nos posibilita hacer de nuestra existencia algo plástico y mutable: más que hacer la revolución, tenemos que devenir-revolucionarios.  

La función Fisher, del diagnóstico a la aceleración y la experimentación, es una invitación, quizá única, a pensar en izquierdas del siglo XXI desde la ventaja de no tener nada que perder, a partir del riesgo, del delirio, no desde la “inteligencia artificial”, sino, por el contrario, desde la “idiotez artificial”, tomando al idiota en sentido deleuziano, como aquel anormal visionario que crea sus propias categorías. La función Fisher nos lleva a experimentar una izquierda lisérgica digital donde la deformidad que modifica nuestra percepción y abre ventanas a imaginarios futuristas nos muestra la evidencia de la tecnología como la piedra de toque indispensable para poner en crisis los cuerpos “naturales” desde una mirada que asume que todos ya somos mutantes configurados desde prótesis y dispositivos tecnológicos, que nuestros sentidos amplificados y nuestra corporalidad maquínica son una realidad que toda izquierda debe asumir para desplegar hipótesis libertarias e igualitarias que sean sexys.

La función Fisher permite visualizar un izquierdismo tecnológico que sea al mismo tiempo crítico de las izquierdas moralistas, tecnófobas, estatistas, anticuadas, paternalistas y deslibidinizadas (sean populistas o socialdemócratas) y que al mismo tiempo dispute la exclusividad del futurismo tech a las nuevas derechas paleolibertarias (del mundo cripto al sueño de la conquista espacial de Elon Musk). Además del aceleracionismo de izquierda, las búsquedas del xenofeminismo del colectivo Laboria Cuboniks, de la anarquía queer de los simbiontes relacionales de Paul B. Preciado o del libertarismo de izquierda que personalmente estoy construyendo son todas vías posibles a transitar. En cualquier caso, se trata de salir de la utopía para entrar en la dimensión de la experimentación. Si hay un futuro tecnológico en la izquierda este necesariamente debe estar ligado al deseo, los placeres y los cuerpos.  

Luis Diego FernándezTecnología e izquierda: la función de Mark Fisher, Revista Supernova agosto 2025

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