La política i el carisma (Max Weber)
Quien hace política aspira al poder, al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder “por el poder”, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere.
El Estado como todas las asociaciones o entidades políticas que históricamente lo han precedido es una relación de dominación de hombres sobre hombres, que se sostiene por medio de la violencia legítima.
Para subsistir necesita, por tanto, que los dominados acaten la autoridad que pretenden tener quienes en ese momento dominan …
… existen tres tipos de justificaciones internas para fundamentar la legitimidad de una dominación.
- La legitimidad “tradicional”, costumbre, sistema patriarcal
- La autoridad basada en el Carisma – las cualidades que el político posee
- La legitimidad basada en la “legalidad” – la creencia en la validez de preceptos legales
Estos tipos puros se encuentran, por supuesto, muy raramente en la realidad.
Lo que hoy nos interesa es la dominación producida por el “carisma”. En su expresión más alta arraiga la idea de vocación.
La entrega al político por vocación (profeta, caudillo, demagogo …) significa que esta figura es vista como la de alguien que está “internamente llamado” a ser conductor de hombres, los cuales no le prestan obediencia por lo que mande la costumbre o una norma legal, sino porque creen en él, y él mismo, si no es un mezquino advenedizo efímero y presuntuoso, “vive para su obra”.
Políticos “ocasionales” lo somos todos nosotros cuando depositamos nuestro voto (…) Políticos profesionales son todos esos delegados y directivos de asociaciones políticas que, por lo general, solo desempeñan estas actividades en caso de necesidad, sin vivir de ellas, ni en lo material, ni en lo espiritual.
Hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive “para” la política o se vive “de” la política (…) generalmente se hacen las dos cosas.
Quien vive “para” la política hace “de ello su vida” en un sentido íntimo.
Vive “de” la política como profesión quien trata de hacer de ella una fuente de ingresos.
Para que alguien pueda vivir “para” la política (…) ha de ser económicamente independiente de los ingresos que la política pueda proporcionarle. (…) tiene que tener un patrimonio o una situación privada que le proporcione ingresos suficientes (…) en la economía cotidiana solo el patrimonio propio posibilita la independencia. (…) Quien vive para la política tiene que ser además económicamente “libre”, es decir, que sus ingresos no han de depender del hecho de que él consagre a obtenerlos todo o una parte de su trabajo personal y de sus pensamientos.
Plenamente libre en este sentido es solamente el rentista, o sea, quien percibe una renta sin trabajar (…) Ni el obrero ni el empresario (…) son libres en este sentido.
La dirección de un Estado o de un Partido por gentes que (…) viven para la política y no de la política, significa necesariamente un reclutamiento “plutocrático” de las capas políticamente dirigentes (…) los políticos profesionales de esta clase no están obligados a buscar remuneración por su trabajo político.
… el reclutamiento no plutocrático del personal político, tanto de los jefes como de los seguidores, se apoya sobre el supuesto evidente de que la empresa política proporcionará a este personal ingresos regulares y seguros.
Toda lucha entre partidos persigue no solo un fin objetivo, sino también y ante todo, el control de distribución de cargos.
Parcialidad, lucha y pasión (ira et studio) constituyen el elemento del político y sobre todo del caudillo político (líder carismático). Toda actividad de éste, está colocada bajo un principio de responsabilidad distinto y aun opuesto al que orienta la actividad del funcionario. (…) El honor del caudillo político, es decir, del estadista dirigente, está por el contrario, en asumir personalmente la responsabilidad de todo lo que hace, responsabilidad que no debe ni puede rechazar o arrojar sobre otro.
El “instinto de poder” está de hecho entre sus cualidades normales. El pecado contra el Espíritu Santo de su profesión comienza en el momento en que esta ansia de poder deja de ser positiva, deja de estar exclusivamente al servicio de la “causa” para convertirse en una pura embriaguez personal.
No hay más que dos pecados mortales en el ámbito de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad, que frecuentemente, aunque no siempre, coincide con aquélla.
… la ausencia de finalidad objetiva la hace proclive a buscar la apariencia brillante por el poder, en lugar del poder real.
… la ausencia de responsabilidad lo lleva a gozar del poder por el poder, sin tener en cuenta su finalidad.
Dicha actitud es producto de una mezquina y superficial indiferencia frente al sentido de la acción humana que no tiene nada que ver con el armazón trágico en el que descansa la trama de todo quehacer humano y especialmente el quehacer político.
… la causa para cuyo servicio busca y utiliza el político el poder constituye una cuestión de fe (…) lo que importa es que nunca deba dejar de existir la fe en algo, de lo contrario, si esta falta, cualquier éxito político (…) llevará en sí la maldición de la futilidad.
Max Weber, La política como vocación

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