"Els éssers humans no pensem en probabilitats, pensem en històries" (John Kay)
![]() |
Primavera de 2011. Máxima tensión en la Situation Room de la Casa Blanca. Barack Obama preside una reunión que definirá su legado: la decisión de lanzar o no una incursión de los Navy SEALs contra un complejo amurallado en Abbottabad (Pakistán), donde, sospechan, se oculta Osama bin Laden. No hay certeza, solo fragmentos de inteligencia. Obama, buscando un asidero en medio de la niebla, pide probabilidades. El líder del equipo de la CIA afirma estar seguro al 95%. Otro asesor baja la cifra al 80%. Los más escépticos no le dan más de un 30% o un 40%. El baile de cifras pretende disfrazar la ignorancia con el traje respetable de las matemáticas. El presidente detiene la subasta de porcentajes: "Mirad, chicos, esto es como lanzar una moneda al aire. No puedo basar esta decisión en la noción de que tenemos más certeza que esa". Obama entendió en ese instante crucial lo que la mayoría de los expertos olvidan: que hay situaciones donde la estadística es un velo, no una linterna; que calcular la probabilidad de un evento único e irrepetible es una fantasía reconfortante, pero inútil. Ordenó el ataque no porque los números cuadraran en un Excel, sino porque la historia tenía sentido.
Esa escena, donde la intuición y el juicio cualitativo triunfan sobre la falsa precisión de los modelos, anima el pensamiento de John Kay (Edimburgo, 1948). El economista británico, una de las mentes más brillantes y respetadas del establishment financiero -con credenciales que incluyen Oxford, la London School of Economics y el Banco de Inglaterra-, ha dedicado sus últimos años a dinamitar los cimientos de su propia disciplina. Junto a Mervyn King, exgobernador del Banco de Inglaterra, Kay firma Incertidumbre radical: el arte de tomar decisiones ante un futuro incierto (Innecesaria Ediciones), un libro que es a la vez un manifiesto filosófico y una advertencia urgente. En sus páginas, y a través de una conversación exclusiva que disecciona nuestras ilusiones de control, Kay argumenta que nuestra civilización ha caído presa de una enfermedad cognitiva: la creencia de que el mundo es un puzle lógico con una solución oculta, en lugar de un misterio profundo que requiere humildad y narrativa.Cuando le planteamos si nuestra adicción moderna a cuantificarlo todo no es más que un mecanismo de defensa psicológico para adultos aterrorizados, el economista no duda. Su respuesta nos transporta inmediatamente al colapso financiero de 2008, el ejemplo paradigmático de la arrogancia intelectual. Para él, la pretensión de poner fecha y hora al apocalipsis no solo es imposible, sino contraproducente. "Si hubieras podido predecir que Lehman quebraría en septiembre de 2008, entonces no habría sucedido, porque la gente se habría adelantado a ello".
No es que los banqueros no vieran venir una crisis; es que sus herramientas les decían que el riesgo estaba controlado, empaquetado y vendido. "Lo que yo no esperaba en absoluto era hasta qué punto los productos basura titulizados estaban realmente en los balances de los propios bancos, en lugar de en otras instituciones de inversión", confiesa con la perplejidad de quien descubre que el chef ha estado comiendo su propio veneno. "Al hablar con directores de bancos y otros financieros antes de 2008, fui muy consciente de que creían que las personas en sus instituciones que desarrollaban estos modelos complejos estaban describiendo la realidad y protegiendo a los bancos. Y ambas cosas eran completamente erróneas".La conversación gira hacia una distinción fundamental que vertebra su pensamiento: la diferencia entre un puzle y un misterio. Un puzle tiene solución; un misterio, no. El problema, según Kay, es que los economistas han tratado la realidad como una partida de ajedrez, un sistema cerrado con reglas fijas, cuando en realidad se parece más a una novela rusa incompleta.
"La observación de que 'el mapa no es el territorio' es algo que debería grabarse en la mente de todos", sentencia Kay, rescatando la famosa frase de Alfred Korzybski. Para el autor, el pecado original de la economía moderna es la envidia de la física, el deseo de encontrar leyes inmutables en el comportamiento humano. "Los modelos del mundo son realmente útiles, pero creer que son ciertos es un profundo error. Y ese es el error, en realidad, de tratar o creer que la economía puede ser como las ciencias naturales".
Esta postura es, en cierto modo, una herejía. Kay y King son la realeza de la economía, sumos sacerdotes del templo que ahora intentan demoler. Al preguntarle si escribir un libro que declara que el emperador de la economía está desnudo se sintió como una traición a su gremio, Kay ofrece una respuesta que revela su evolución personal, un viaje desde la teoría pura hacia la imperfecta realidad. "No sentí que fuera una confesión ni una traición", asegura. Recuerda los años 90, cuando salió de las aulas de Oxford para mezclarse con la élite empresarial. Fue un choque de realidad. "Había enseñado a la gente durante 20 años que las personas en los negocios maximizaban beneficios. Descubrí que en realidad no estaban haciendo eso. En su mayoría, la gente en finanzas y negocios no está maximizando nada; tratan de lidiar con un entorno que realmente no entienden y que no pueden predecir".
Uno de los momentos más surrealistas de la historia financiera reciente ocurrió en agosto de 2007, cuando David Viniar, director financiero de Goldman Sachs, intentó explicar las pérdidas de su fondo diciendo que estaban viendo "eventos de 25 desviaciones estándar" varios días seguidos. En términos estadísticos, esto equivale a un evento que no debería ocurrir ni una vez en la vida del universo.
¿Confirma esto que las finanzas modernas son "ciencia ficción escrita en Excel"?, Kay sonríe ante la absurda literalidad de la declaración de Viniar. "Bueno, no creo que lo que él dijo probara eso", matiza con ironía británica. "Lo que probó lo que dijo es que los modelos de Goldman Sachs no eran muy buenos describiendo el mundo real".
Es aquí donde Kay vuelve a la carga con la distinción que hizo Obama en la Situation Room. Si Obama hubiera sido un economista neoclásico, paralizado por la necesidad de maximizar la utilidad esperada bajo incertidumbre bayesiana, Bin Laden probablemente habría muerto de viejo. "Obama podría haber dicho: '¿Pueden decirme si la probabilidad es mayor que X?'. Y en ese caso, ordenaré la redada. Y, por supuesto, no podía obtener ese tipo de seguridad".
Kay elogia el enfoque del expresidente estadounidense como el modelo de toma de decisiones racional en un mundo de incertidumbre radical. Obama no buscó un número mágico; buscó entender la narrativa. «Hizo lo que cualquier persona sensata que toma decisiones haría, que fue ver cuánta información relevante para esa pregunta podía obtener y, luego, decidir: "¿Tengo la confianza suficiente para pensar que las cosas probablemente saldrán bien?"».
Para Kay, hay una diferencia abismal entre lo "probable" en el sentido matemático (cuantificable) y en el sentido del lenguaje común (verosímil). "La probabilidad implica alguna capacidad para cuantificar las cosas, mientras que yo siento sobre el mundo que hay muchas cosas que no sé y no puedo saber, pero puedo hablar de cosas siendo probables o improbables, y eso tiene sentido", concluye. Si el pasado reciente está plagado de errores de cálculo, el futuro inmediato nos presenta un desafío aún mayor: la Inteligencia Artificial. Silicon Valley nos vende una promesa seductora: con suficientes datos, la máquina puede predecir el mañana. Cuando se le sugiere que estamos entrenando a las máquinas para ser idiot savants -genios capaces de ganarnos al Go pero incapaces de comprender el contexto de una crisis humana-, el economista asiente con gravedad. "Lo seremos nosotros si estamos demasiado dispuestos a creer lo que nos dice la Inteligencia Artificial", advierte Kay. Para él, la IA es excelente resolviendo puzles (juegos con reglas fijas), pero terrible enfrentando misterios (la vida real).
Kay argumenta que los seres humanos no pensamos en probabilidades; pensamos en historias. Y cuando la realidad se vuelve incomprensible y los expertos fallan, el vacío se llena con narrativas, sean verdaderas o falsas.
"Eso ha creado oportunidades", explica, señalando un fenómeno global que va desde el Brexit hasta Trump. "Las tenemos en España, las tenemos en todos los países desarrollados realmente. El auge de personas que cuentan historias para gente enfadada, a quienes les gustaría una explicación más simple de lo que está pasando y de quién es la culpa, es un fenómeno que vemos en todas partes". La lección es clara: si los racionales no ofrecen una historia convincente, los irracionales ganarán la partida narrativa.

Comentaris