Com hem pogut arribar fins aquí? (Naomi Klein)
El fascismo está resurgiendo con fuerza en el siglo XXI, con un giro nauseabundo: afirma que la censura masiva, la vigilancia mediante la alta tecnología y las detenciones extrajudiciales son necesarias para proteger a las víctimas del fascismo del siglo XX.
¿Cómo hemos llegado a esta situación tan retorcida? ¿Para qué eran todos esos museos, planes de estudio y documentales sobre el Holocausto, sino para evitar un momento como este? ¿Y qué pasa con todos esos libros llenos de listas sobre lo que hay que comprobar para saber si un país está deslizándose hacia el fascismo? ¿Por qué tantas personas de las que los habían leído —e incluso algunas que los habían escrito— titubearon ante el genocidio que estaba desarrollándose ante sus ojos, un genocidio que ha abierto un agujero en el universo moral y ha diezmado el endeble edificio del derecho internacional humanitario, al hacer que, a partir de ahora, cualquier otra depravación parezca totalmente posible?
Las lecciones de historia y las listas de indicios de fascismo quizá nos prepararon para detectar los ataques actuales contra los tribunales, la prensa y las fuerzas de la oposición, además de la normalización del sadismo. Pero no para esto. No hay nada que nos preparase para ver que un país comete un genocidio al mismo tiempo que asegura que está protegiéndose del genocidio, todo con el pretexto de haber aprendido del genocidio del siglo pasado.
Mientras trataba de encontrar sentido a toda esta locura, me he refugiado muchas veces en la obra del escritor judío alemán Walter Benjamin, en particular en Sobre el concepto de historia, también conocido como Tesis sobre la filosofía de la historia. Uno de sus hallazgos fundamentales es la descripción de la historia no como “una cadena de acontecimientos”, sino como “una única catástrofe que amontona ruinas sin cesar, unas encima de otras”. Benjamin escribió el ensayo en 1940, poco antes de intentar escapar de la Francia de Vichy, donde corría peligro de que lo entregaran a la Gestapo. Según él, las ruinas de la historia forman una “montaña de escombros” que “sube hacia el cielo”. Ese mismo año, los fascistas lo encontraron y él se suicidó en un pueblo de Cataluña.
La idea de que la historia son “ruinas sobre ruinas” (y no un bucle que se repite de forma constante) es muy útil para explicar cómo hemos llegado a lo que la historiadora palestina Sherene Seikaly ha denominado “la era de la catástrofe”, una época en la que se usa un genocidio para justificar otro y la intersección entre el colapso climático y el auge de los movimientos neofascistas anuncia que nos esperan muchas más cosas.
Como sabía Benjamin, una ruina no es una sustancia inerte. Tiene una fuerza vital, cambia, sus elementos interactúan entre sí para crear compuestos volátiles y reacciones en cadena tóxicas. Nadie está a salvo del peso de la historia acumulada, ni siquiera las fuerzas políticas que en teoría deberían animar a la gente a luchar contra el fascismo. La izquierda actual, radicalizada por el genocidio y el ecocidio, no tiene ningún problema para expresar su desilusión con el humanismo occidental y el orden internacional liberal, pero no hemos conseguido unirnos en torno a ninguna alternativa política común, ninguna otra forma de convivir que sea genuinamente antifascista.
Naomi Klein, Contra el fascismos: de las trincheras de la Primera Guerra Mundial al genocidio de Gaza, El País 21/12/2025
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