La caverna de les paraules.
La cueva cerebral existe y funciona como tal, pero
es posible salir de ella por la vía de la acción y de la interacción con otros
sujetos. En este epígrafe diremos que la boca de la caverna cerebral radica en
la capacidad de actuar en el mundo, contrastando los fantasmas propios con el
mundo exterior y con los microcosmos o cavernas ajenas. El primer paso para
salir de la cueva consiste en actuar comunicativamente con otras personas. Conversando
con otros y, sobre todo, haciendo cosas conjuntamente, las respectivas cavernas
se interrelacionan y devienen comparables, aun siendo singulares e
irreductibles entre sí. La comparación e interrelación entre las cuevas
personales respectivas abre una vía para descubrir pliegues y recovecos
cavernarios, así como para encontrar algunas vías de salida, o al menos
imaginarlas. El recurso básico es la analogía, o si se quiere la metáfora:
ponerse en el lugar del otro (la place
d’autrui, que decía Leibniz) y
descubrir que mi relación con el mundo es comparable a la que otros tienen con
él, aun siendo diferentes e irreducibles a mí.
El filósofo platónico intenta salir de su propia
cueva accediendo a las ideas atemporales, es decir, intentado remontarse hacia
la divinidad. Los no platónicos recurrimos a las palabras, a los números, a las
analogías, a las proporciones y a las metáforas, pero sin creer en la realidad
de las ideas ni en los signos que las expresan, aunque los usemos. Siguiendo a Bacon, hay que denunciar la posible
condición engañosa de las palabras y las ideas, la cual se suele poner de manifiesto
cuando la cueva propia es comparada con otras cuevas ajenas. A partir de ahora
subrayaremos la condición relacional de las cavernas, así como sus componentes
sociales, sin olvidar nunca el carácter fenoménico y ficticio del mundo,
considerado «en sí mismo». Sobre todo, entenderemos las cavernas sociales como
escenarios para la comunicación y la acción, en lugar de verlas como un espacio
para la contemplación de pretendidas esencias eternas. Dicho de otra manera:
las cavernas lingüísticas conforman escenarios teatrales donde se puede
dialogar y reflexionar críticamente sobre las ideas, relacionándose para ello
con otros compañeros de prisión. Aunque nunca se logre, se puede pensar en la
fuga y recorrer las líneas de fuga de las que habló Deleuze. Dichas líneas no existen a priori, se crean al actuar.
Cada idioma genera una cavidad social específica,
donde miles o millones de personas se constituyen como sujetos y aprenden a
estar en el mundo, es decir a vivir en la cueva de las palabras que hablan del
mundo (pàgs. 170-171).
Javier Echeverría, Entre
cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid
2013
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