Subsistència i potencialitats humanes.
Pues bien, precisamente cuando las medidas económicas apagan el alma de los
ciudadanos, cuando la sumisión a agotadoras jornadas laborales tiene doloroso
contrapunto en la ausencia de trabajo (o en el pánico a perderlo), se impone
como exigencia política el restaurar la pregunta sobre la esencia de la
condición humana y la tarea que respondería a tal condición. ¿Está el ser humano
condenado a pensar que subsistir es ya mucho y así condenado a esa
tortura a la que para algunos remitiría (por razones más o menos etimológicas)
el término mismo trabajo, o es pensable una sociedad en la que la tarea
esencial de todos y cada uno sea aquella en la que se fertilizan las facultades
que nos caracterizan como especie singular entre otras especies de seres vivos y
animados?
Se ha dicho muchas veces que los niños dan muestras de gran curiosidad
analítica e inclinación a explorar y descubrir, las cuales a menudo quedan
ulteriormente paliadas, o simplemente abolidas. Me atrevo a conjeturar que
cuando mostraba tal disposición el niño no hacía otra cosa que responder a
nuestra específica naturaleza animal. El animal humano tiende a nutrir y
desplegar sus facultades cognoscitivas y creativas, ni más ni menos que como el
águila o el caballo tienden a activar sus capacidades innatas para el vuelo o el
galope.
El hombre ha domesticado individuos de la especie canis-lupus
canalizando y utilizando las facultades naturales de los mismos hasta hacer de
ellos aliados y cómplices en la lucha contra la adversidad del entorno. Mas
tanto para ser eficaz vigilante de las tierras o el rebaño, como para ser
auxiliar en la caza, el lobo-perro ha de permanecer tal, ha de mantener la
agudeza de sus facultades, ha de conservar rasgos esenciales de su condición
específica, cosa que no ocurre cuando es confinado en un ámbito de exposición o
en un angosto espacio urbano. Pues el individuo que no despliega las
potencialidades de su especie queda subsumido en lo genérico, reducido a mero
animal, o incluso a mero ser vivo.
Lo tremendo es, sin embargo, cuando tal reducción, tal mutilación en la
propia naturaleza, se efectúa con el propio ser humano. Y ello ocurre cuando
desaparece de su horizonte, de su ámbito cotidiano de vida, el objetivo de
fertilizar y desplegar las facultades de razón y de lenguaje que hacen su
especificidad animal. Enorme regresión no ya respecto a los proyectos
emancipatorios de la modernidad, sino también respecto a la concepción del
ciudadano que tenían los griegos.
En el momento en el que se critica con demagogia la existencia de
subvenciones para los teatros líricos no es ocioso recordar que en la Grecia que
mantenía abismales jerarquías sociales, los ciudadanos con menos recursos
recibían una ayuda para que pudieran asistir a las representaciones trágicas,
señalando así la frontera que les separaba de los esclavos, excluidos del
teatro, como signo terrible de que la condición de esclavitud deshumaniza, de
ahí el imperativo absoluto de abolirla en sus formas encubiertas. Tragedia
versus esclavitud, cabría decir.Toda forma de esclavitud, impide al ser
humano tanto la lúcida asunción del conflicto trágico inherente a su condición
como reconocer en sí mismo la exigencia de conocimiento desinteresado, eso que
algún político presenta como propio propio de exquisitos ociosos. La tesis que
estoy defendiendo es muy clara: esa disposición de espíritu que conduce al arte,
a la ciencia y a la filosofía es algo de lo que nadie puede hallarse
radicalmente privado sin verse amenazado en su humanidad.
Por eso es tan urgente denunciar las teorías pragmáticas que presentan como
único bien al que colectivamente podamos aspirar la posibilidad de que alguna
disminución de la amenaza laboral alivie un tanto el ofensivo terror al que los
trabajadores se ven sometidos. Es simplemente insoportable que la polaridad
entre trabajo embrutecedor y pavor a perder tal vínculo esclavo se haya
convertido en el problema subjetivo esencial, en el problema mayor de la
existencia. El tiránico orden social que posibilita tal cosa no es in-humano
(sólo los humanos son susceptibles de forjar prisiones físicas o espirituales)
sino literalmente des-humanizador, una máquina para impedir que los
humanos seamos cabalmente tales.
Víctor Gómez-Pin, Reducción del animal humano, El País, 27/03/2012
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