L´acudit i els mecanismes del populisme.
Hay en el mercado un volumen altamente
recomendable, una obra que todo político en ciernes o en sazón debería leer.
Más aún, es un libro que cualquier elector debería consultar antes de depositar
su voto. Se titula El show de
Berlusconi (2012) en la edición española de Errata naturae.
El original italiano tiene un rótulo menos
llamativo, pero más exacto: Il Re
che ride. Simone Barillari es su
autor, un estudioso literario, experto cultural.
¿Y por qué es recomendable dicha obra? Se
recopilan todos los chistes de Berlusconi de los que se tiene constancia
documental. El autor del libro los data indicando la fuente de la que los
extrae.
Es una historia de Italia a través del esperpento:
la historia de un país grande, de cultura antigua y honda, que eligió a Silvio
Berlusconi como primer mandatario.
Berlusconi empezó su carrera como animador de
fiestas, como contador de chistes, como cantante. Era lo que se dice un showman.
Después, conforme fue prosperando con sus negocios, dejó el mundo del
espectáculo para dedicarse al empresariado y finalmente a la política.
Bien mirado, no es así: Berlusconi nunca dejó el
espectáculo y los chistes eran un recurso habitual de su discurso público y
privado. Con ellos demostraba su agudeza --o eso creía-- y
demostraba su habilidad dialéctica: eran un instrumento con el que atacaba a
los adversarios o con el que hacía autobombo.
El autor del volumen reproduce la versión
original --o más primitiva-- del chiste y luego glosa el sentido que Berlusconi
le quiso dar y el contexto de la ocurrencia. Es un libro gracioso y repulsivo.
Da risa y da mucha pena: uno descubre o confirma el perfil ordinario de
Berlusconi, orgullosamente ordinario. Pero sobre todo uno descubre o confirma cómo funciona cierto
lenguaje político: el del populismo.
¿Y qué es el populismo? Es la política de la
demagogia. Es decirle al pueblo lo que supuestamente desea escuchar. Es hacerle
gestos de campechanía, de cercanía. ¿Con qué objeto? Con el fin
de que ese pueblo tome al político como un líder accesible y plebeyo, como un
dirigente próximo. Parafraseemos.
Yo me presento ante vosotros tal cual soy: sin ambages, sin
maquillajes, incluso zafio. Por eso simpatizo y bromeo. De hecho, soy como
vosotros y mi cuna no es la de una gran señor, pues no soy hijo de potentado.
Nadie me ha regalado nada: si tengo bienes o propiedades, es gracias a mi
perseverancia y, quizá, a algo de inteligencia. No he venido a robaros, sino a
enriqueceros. Si una persona como yo ha podido llegar a la más alta
magistratura, ¿cómo no os va a servir mi ejemplo? Soy el espejo en el que
miraros y soy el líder que necesitáis. Pienso como vosotros y lo que hago no
tiene otro fin: vuestro beneficio.
Pude analizar la figura de Berlusconi
tiempo atrás. Lo inquietante es que su ejemplo
empieza a cundir... Pero el populismo no es sólo la falsa campechanía. Es también la dureza
representada. Es la eficacia expeditiva. Es igualmente la autoridad impostada
del líder suspicaz: soluciones fáciles para cuestiones
abstrusas; salidas sencillas para problemas complicados. Y todo ello con puesta
en escena patriótica.
Cada vez que veo en pantalla a Nicolas Sarkozy
me acuerdo de ese otro rasgo del populismo. Repaso un libro del actual
presidente francés. Lo leí hace tiempo y confirmo ahora, en plena campaña
electoral y en plena conmoción, el diagnóstico.
El volumen de Sarkozy se titula La República, las
religiones, la esperanza. La edición española contiene un
prólogo de José
María Aznar. No es casualidad. “La esperanza espiritual también
necesita alimentarse con la escenificación”, decía Sarkozy. “El hombre necesita
alimentar su imaginario con representación, teatralización y algo de folclore”,
concluía.
No sé si Sarkozy sabe contar chistes; no sé si
bromea con tanta desenvoltura como Berlusconi, pero comparte con él y con Aznar un narcisismo inflamado: a
poco que te descuides se crecen o se coronan.
¿Hay más? No me tiren de la lengua. Ahora,
ustedes pongan los nombres locales, los linajes de los reyes autonómicos.
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