Camus i la seva idea de la premsa independent.
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Pero, respondiendo a quienes se quejaban no de la
prensa sino del público, añadió: «Lejos de reflejar el estado de ánimo
del público, la mayor parte de la prensa francesa sólo refleja el de quienes la
elaboran. Salvo un par de excepciones, el sarcasmo, la insolencia y el
escándalo constituyen el fondo de nuestra prensa. Si estuviera en el lugar de
nuestros directores de periódicos, no me felicitaría por ello: todo
cuanto degrada realmente la cultura acorta la distancia que nos lleva a la
servidumbre. Una sociedad que soporta ser entretenida por una prensa
envilecida y por un millar de bufones cínicos que se adornan con el nombre de
artistas corre hacia la esclavitud, a pesar de las protestas de las propias
personas que contribuyen a su degradación».
Al comentarle yo que el
periódico se había negado a aceptar esos métodos degradantes, el diario
Combat, del que Camus había sido director, no había sobrevivido, me
respondió: «Combat fue un éxito. No desapareció. Es la mala conciencia
de algunos periodistas. Y entre el millón de lectores que han abandonado la
prensa francesa, algunos lo han hecho porque compartieron durante largo tiempo
nuestras exigencias. Cuando la situación económica se estabilice, retomaremos
Combat o algo equivalente. Durante dos años hicimos un
periódico absolutamente independiente y que nunca se deshonró. Era todo cuanto
yo pedía. Todo fructifica un día y otro. Se trata de elegir».
A
continuación añadió: «Si los escritores tuvieran el mínimo aprecio por
su profesión se negarían a publicar en cualquier medio. Pero al parecer hay que
agradar; y para agradar, hay que doblegarse. Hablemos con franqueza:
por lo visto, es difícil lanzar un ataque frontal contra esas máquinas de
fabricar o destruir famas. Cuando un periódico, por más innoble que sea, tira
seiscientos mil ejemplares, lejos de herir a su director, se le invita a cenar.
Sin embargo, nuestra tarea consiste en no caer en esa sucia complicidad.
Nuestro honor depende de la energía con que nos neguemos a aceptar el
compromiso».
Aquel tono sombrío y altanero no podía
menos de exasperar a sus enemigos. Pero a Camus no le preocupaba ni lo
más mínimo. Corría el año 1951; Camus había dejado de dirigir Combat en
1947. Al cambiar la fórmula de Combat, hubo dos tipos de reacción. Los
partidarios de la gran prensa se mostraron triunfantes: aguardaban desde hacía
tiempo el fracaso de aquel joven (Camus tenía treinta años en el momento de la
aparición de los primeros números de Combat) que pretendía dar
lecciones a los veteranos y que, a pesar de su fórmula insolentemente
exigente, parecía haber emprendido, además, el camino del éxito comercial.
El período de 1947 a 1951 fue la época en que la prensa nacida de la
Resistencia fue perdiendo cada vez más lectores y en que se lanzaron los famosos
periódicos «eróticos comerciales», la llamada prensa «del corazón», y cuando
algunos diarios se transformaron negándose a sí mismos. Por otra parte, varios
escritores amigos de Camus se sintieron casi tranquilizados y declararon que un
Combat de éxito no habría sido un verdadero Combat: «Cristo no
crucificado no es el Cristo auténtico; hay fracasos que santifican. Camus estaba
obligado a clamar en el desierto; y, por otra parte, el autor de El
mito de Sísifo, El extranjero y Calígula se debía a su
obra».
Estas dos reacciones sublevaron a Camus; quizá más la
segunda que la primera. Camus se consideraba tan realista, tan lúcido,
tan responsable, que le indignaba que hicieran de él un utopista o, incluso, un
profeta. él, que adoraba el presente, negaba que se pudiera trabajar
por un futuro improbable. él, que sólo se interesaba por las víctimas para
sacarlas de su situación, odiaba ver una bendición en el
fracaso.
También era una cuestión de orgullo profesional:
Camus presumía de conocer los trucos, la «cocina» y la estrategia de la
profesión; pretendía demostrar que el éxito se había producido gracias
a una superación en el punto mismo en que unos fingían ver un fallo por
presunción, y los demás un fracaso por apostolado. Al defender, a menudo
con exasperación, su idea del periodismo, Camus protegía sin duda una de esas
raras síntesis que le habían permitido florecer. Pero su fe en el
periodismo se mantuvo, por lo demás, intacta. Las cartas de los miles de
lectores que no cesaron de escribirle tras la desaparición de Combat sólo
sirvieron para reafirmar la solidez de aquella fe.
Enumeremos de nuevo
-no está de más que lo hagamos aquí- las desviaciones que, según él, condenaban
al periodismo: el sometimiento al poder del dinero, la obsesión por
agradar a cualquier precio, la mutilación de la verdad con un pretexto comercial
o ideológico, el halago a los peores instintos, el «gancho» sensacionalista, la
vulgaridad tipográfica; en una palabra, el desprecio a los
interlocutores.
Se trata, en resumen, del proceso de quienes
reducen los medios de información a una simple empresa comercial sometida a la
ley capitalista de la oferta y la demanda, o a un instrumento de poder sujeto a
la regla totalitaria de la propaganda. ¿Puede el periodismo sustraerse
del todo a esas dos servidumbres? La condena implacable de Camus hace
de esta pregunta una cuestión decisiva. ¿Quién era Camus para permitirse una
acusación tan perentoria?
Jean Daniel, Camus, A contracorriente (extracto), El Cultural.es, 16/01/2009
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