El 'Lazarillo de Tormes': la identificació amb els dèbils i els desgraciats.
Leamos un par de líneas. “Cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi
madre, y, ambos llorando, me dio su bendición y dijo: —Hijo, ya sé que no te
veré más”. Las sencillas palabras con que la pobre mujer asume la fuerza de las
cosas tienen auténtica grandeza trágica. O tomemos un largo episodio. El proceso
a través del cual Lázaro va averiguando quién es de veras el fantasioso escudero
y cuántas hambres le esperan junto a semejante amo, y va compenetrándose con él
al mismo tiempo y en la misma medida en que le descubre los puntos flacos y no
entiende sus razones, es de una sympátheia y una perspicacia
psicológica rigurosamente geniales.
“Éste” —dice del escudero— “es pobre, y nadie da lo que no tiene”. Sin
descuidar sus otras caras, Lázaro no olvida nunca presentar el mejor lado de los
infelices y humildes y salir en su defensa. El acemilero que se amontona con su
madre hurtaba el pienso y “las mantas y sábanas de los caballos” para llevarle a
ella y los suyos “pan, pedazos de carne y en el invierno leños, a que nos
calentábamos”. Pero el narrador no está dando la simple imagen de un
ladronzuelo, porque detrás de esos datos objetivos nos propone el mismo juicio
moral que medio siglo después enunciaría Guzmán de Alfarache: “Que esté proveído
el hospital de lo que se pierde en tu botillería o despensa; que tus acémilas
tienen sábanas y mantas, y allí se muere Cristo de frío; tus caballos de gordos
revientan, y se te caen los pobres muertos a la puerta de flacos”. ¿Cómo
condenar a un esclavo si “el amor le animaba a esto”?
La identificación con los débiles y desdichados va de la mano con la enemiga
hacia quienes abusan de su poder. Lázaro arremete contra “el avariento ciego y
el malaventurado mezquino clérigo” que lo maltratan y le niegan la comida que a
ellos les sobra. A “los que heredaron nobles estados” proclama nada se les debe.
Es que no cree en los dogmas voceados por la sociedad y se deja guiar sólo por
un elemental sentido de humanidad y un cristianismo sin más precepto que la
caridad. Los biempensantes creerán lo que se les antoje, pero ningún principio
vale fuera de cada camisa, es decir, si no se sustancia en beneficio de los
individuos concretos.
“¿Las cosas de la honra, en que el día de hoy está todo el caudal de los
hombres de bien?”. ¿El medro que viene de un “oficio real” en la administración?
A Lázaro le da igual lo que opinen de su matrimonio con la criada del Arcipreste
y de su modesta función de pregonero. Bien están, para quien tantas miserias ha
padecido por los caminos. ¿Que la óptica común lo mira como a un bicho? Quizá.
Pero una higa para la óptica común. Inútil cualquier pretensión de universalizar
los grandes ideales más allá de las personas. No hay valores: hay vidas,
hombres, sentimientos. Ese relativismo escéptico es también un humanismo y la
verdad última de Lázaro de Tormes.
Que el Lazarillo es enormemente divertido, una maravilla de ingenio
y buen humor, nadie podría no percibirlo. Salta a la vista la gracia de las
situaciones y de los comentarios que las puntean, por más que la sabiduría
lingüística y el don de polisemia del apócrifo autor sean tan prodigiosos, que a
mí me ha llevado medio siglo pillar ciertos juegos de palabras. Nadie podría
tampoco no disfrutar la destreza y variedad de recursos que el escritor
despliega en el arte de narrar, ya se trate de articular una serie de estampas
en apariencia sueltas (los lances con el ciego), ya de graduar magistralmente en
ritmo y clímax una acción única, en un escenario casi desnudo (la casa del
cura), o de contar lo que no se cuenta, antes bien precisamente lo que se niega
(el lío del Arcipreste con la mujer de Lázaro).
Pero acaso la misma agilidad del relato y la frescura de estilo han
encubierto que el Lazarillo, a todos los propósitos, tiene una riqueza
significativa, una profundidad humana y una fuerza emotiva no ya equiparables
sino harto superiores a las del Tartufo y el Cyrano que
Naipaul conoció también en el colegio y que nunca fueron rechazados por un
director de los Penguin Classics.
Francisco Rico, La verdad última de Lazarillo de Tormes, Babelia. El País, 17/03/2012
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