Així acaben els negocis patriòtics.
¿Por qué fracasan los negocios patrióticos? En primer y principal lugar,
porque generan una espiral del silencio que neutraliza el ejercicio de la razón
crítica. Desde el momento en que se presentó como una gran operación de país,
cualquier voz discrepante quedaba automáticamente silenciada. Se la acusaba de
defender intereses espurios, de antipatriótica o de estar al servicio de otra
compañía. No había espacio para el análisis frío de la operación y de sus
posibilidades. La bandera iba por delante y nadie osó salirse de la
procesión.
En segundo lugar, porque las alianzas entre el poder político y el dinero
siempre caminan por sendas peligrosas. La razón patriótica funciona como
coartada para que los inversores privados estén en el cortejo, pero con el peso
del riesgo cayendo sobre el sector público. Así ha sido, con los resultados
catastróficos que hoy están a la vista. La falta de rigor con que se afrontó la
operación es apabullante: los hechos demuestran que en ningún momento la
aventura tuvo la más mínima probabilidad de ser viable.
En fin, a estos carros se suben a menudo personas con más vanidad y ambición
que orgullo. El principal gestor de la compañía la entendió siempre como un
trampolín hacia otros horizontes. La filtración, antes del cierre de la
compañía, de sus negociaciones para asegurarse un cargo directivo bien
remunerado en el Manchester City es casi una metáfora de esta aventura. Del
fútbol al fútbol volando con Spanair.
Este episodio dice mucho de los complejos de un sector de las clases
dirigentes de este país, que piensa que poniéndose los tacones patrióticos todo
es posible. La operación fue presentada como la irrupción de una nueva
generación de empresarios de la sociedad civil que debía superar las inercias y
las dejaciones de sus mayores. Esperemos que el baño de realismo del fracaso no
tenga efectos castrantes. Ha habido, además, frivolidad institucional al hacer
suyo un proyecto que carecía de la base real necesaria para ser viable. Hacer
del aeropuerto de Barcelona un hub de dimensión global es una pura
fantasía. Y eso vale para una Cataluña independiente y para una Cataluña
autonómica. El mapa aéreo de Europa está suficientemente definido para que quede
claro lo que cabe y lo que no cabe. El Gobierno de entonces picó y la oposición
siguió a pies juntillas y, una vez convertida en Gobierno, siguió atendiendo las
demandas del negocio patriótico. Ahora ha dicho basta, por miedo a un vapuleo
europeo, por unas ayudas públicas que atentaban contra las leyes de competencia
y porque en plena campaña de recortes el chorreo de dinero hacia Spanair era
difícil de sostener. En medio, la peregrinación del consejero de Economía a
Qatar a buscar el milagro del dinero árabe.
El empresariado catalán hizo la ola en acompañamiento del proyecto, pero a la
hora de la verdad aportó poco dinero. Sabían de la inviabilidad del proyecto,
algunos lo decían en privado, pero prefirieron callar en público para no
señalarse. En Cataluña hay bastante gente rica, pero más bien pocos
capitalistas. Es muy fácil correr riesgos mientras el dinero lo exponga el
sector público.
A partir de un discurso fantástico, jaleado en mítines empresariales y en los
medios de comunicación, con el aval de distinguidos economistas y de las
inefables escuelas de negocios, se modeló una operación económico-patriótica que
tenía que dotar a Cataluña de una gran compañía de bandera y hacer del
aeropuerto de El Prat un punto nodal de primer orden. Una fabulación que siempre
vivió con respiración asistida, sobre la que nunca se dijo la verdad, cuyo
fracaso proyecta una mala imagen del país y eleva el nivel de pesimismo en una
sociedad ya muy deprimida. Moraleja: por respeto a la patria, nunca más un
negocio patriótico.
Josep Ramoneda, Nunca más, El País, 31/01/2012
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