Petons.
El petó (Gustav Klimt) |
El beso en público está penado por la ley en Indonesia. Los extranjeros
denunciados por besarse podrían enfrentarse a cinco años de cárcel; los locales,
hasta 10 años, con multas de hasta 33.000 dólares, indica la novelista y actriz
británica Lana Citron en su obra A Compendium of kisses (Harlequin
Books). Y no es el único país. Charlotte Lewis, una británica de 25 años, fue
sentenciada en 2010 a un mes de cárcel en Dubai por besar a un ejecutivo en
público en la mejilla -según su abogado- y acariciarle la espalda. En la India,
el beso en plena calle sigue siendo un tema tabú, y resulta extremadamente raro
observar a las parejas besándose a la vista de todos. La multa en Delhi es de
unos 12 dólares. Siendo el beso una de las manifestaciones más antiguas de la
humanidad (las referencias escritas sobre los besos en la boca ya aparecen en
los textos indios en sánscrito hace más de 2.000 años), resulta paradójico
comprobar que no es universalmente aceptado. En China, el periódico Daily
advirtió en 1990 a sus lectores que la costumbre de besar había sido traída por
los "invasores europeos" y la describía como "una práctica vulgar rayana en el
canibalismo". En Sudáfrica va contra la ley que los menores de 16 años hagan una
manifestación pública de afecto. Los nepaleses no se besan. El beso a la vista
de todos no está bien visto en Oriente Medio, aunque países como Turquía o
Líbano son más tolerantes, indica Citron. En nuestra cultura occidental sí es
habitual; besamos a nuestros hijos o a las personas que amamos, besamos los
cuerpos de los familiares difuntos antes de ser enterrados, besamos en la
mejilla como una forma cortés de saludo. Pero cuando se explora en profundidad,
el beso humano y todo lo que le rodea se envuelve en un halo de misterio. No
siempre ha sido así.
¿De qué estamos hablando exactamente? Hagamos el retrato robot de un
beso. Primer paso: giramos la cabeza. Dos terceras partes de las personas lo
hacen hacia la derecha antes de besar a su compañero o compañera en la boca, de
acuerdo con los estudios. ¿Por qué? Según el psicólogo alemán Onur Gunturkun, el
80% de las madres acunan a sus hijos contra su costado izquierdo, sean diestras
o zurdas, por lo que los bebés tienen que girar su cabeza hacia la derecha para
encontrar el alimento y el contacto maternal. Segundo paso: juntamos y
presionamos nuestros labios con los de él o los de ella. Claro que los labios
humanos, en el reino animal, son muy raros, carnosos y vueltos hacia afuera. Y
muy sensibles e inervados. En la corteza cerebral que recibe la información de
los sentidos, la superficie dedicada a los labios y la lengua es más grande que
la de los pies o los genitales. Tercer paso: un buen beso requiere todos los
músculos faciales, en total 34, además de otros 134 músculos extra que
configuran la postura en el resto del cuerpo. Una ópera llevada a cabo en la
Universidad de Taiwán en 2007 por robots que se besaban requirió tres años de
programación. En los besos con lengua (el llamado beso francés) hay, además,
intercambio de saliva. Y en un solo mililitro de saliva anidan unos cien
millones de bacterias, un intercambio superlativo de microbios (la saliva tiene
también microbicidas que acaban con la mayor parte de estas bacterias ajenas).
Este tipo de beso representa el erotismo que nos caracteriza, el juego para
sublimar el mero acto sexual. Pero... ¿somos los únicos en practicarlo?
"No podría darle una respuesta concluyente", asegura Lana Citron a El País
Semanal. "Los amantes de los animales están convencidos de que sus mascotas
entienden el afecto y la comunicación con los humanos. Pero cuando nos
preguntamos por qué besamos de forma tan sexual no podemos afirmar que suceda lo
mismo en el mundo animal". Citron describe el caso de los bonobos, el chimpancé
más cercano a nosotros en su comportamiento: ellos también saben lo que es besar
usando la lengua como un instrumento de exploración. Practican el beso francés
(además de muy variadas posturas sexuales, incluyendo la de cara a cara), y a
veces sus intensos besos se prolongan doce minutos. Algunos investigadores han
puesto en tela de juicio que el beso sexual de los bonobos sea innato, al
haberse observado en cautividad. ¿Podrían haberlo aprendido de nosotros...
detrás de los barrotes? Para el prestigioso antropólogo Frans de Waal, que ha
estado observando a los bonobos desde hace años, estos monos son mucho más
sofisticados. Usan el beso como un elemento de excitación sexual. Los otros
chimpancés, en cambio, se besan casi de forma platónica e inocente después de
una trifulca. El beso, escribe este experto en su libro La política de los
chimpancés (Alianza Editorial), "se parece a una picadura. Parece que
podrías hacer algo peligroso, cuando en realidad no es así, sino que te coloca
en una posición muy vulnerable". Sí, los besos son etéreos y contradictorios y
quizá surgieron como una forma de comunicación afectiva.
No sabemos si los primeros humanos se besaban ya hace un millón y medio de
años, cuando surgieron los primeros Homo erectus en África. No hay nada
parecido al fósil de un beso. Y sin embargo, según las encuestas, la gente
recuerda el 90% de las cosas que ocurrieron con sus primeros besos con más
precisión incluso que sus primeros encuentros sexuales. Los besos dejan una
huella vívida en la memoria. Se ha argumentado que surgieron como una
consecuencia de la técnica de alimentación que muchas aves y mamíferos tenían
con su descendencia, despedazando el alimento entre sus picos o fauces para
dejar los pedazos en la boca de sus crías. Pero el asunto evolutivo del beso es
intrigante. Para el antropólogo Vaught Bryan, de la Universidad A&M, en
Tejas (Estados Unidos), no es algo innato, sino aprendido. "Si así fuera, todo
el mundo lo haría. Y no es el caso", indicó a la revista australiana Cosmos.
Algunos pueblos africanos nunca se besan en la boca porque consideran que es
la puerta de acceso al alma, por lo que uno podría robar el aliento vital
durante un beso. Y los indígenas de la isla de Mangaia, en el Pacífico Sur,
tenían fama de ser magníficos amantes, pero desconocían completamente el beso
hasta que llegaron los europeos en el siglo XVIII. Igual que los aborígenes
australianos.
En Europa se ha visto de muy distinta manera. "Las prácticas del beso
cambian con la época, especialmente en Inglaterra. Cuando era una niña, el beso
como saludo era algo desconocido. Y en Alemania, hace poco oí el argumento de
que los alemanes no usaban el beso como saludo, pues no era una costumbre
alemana, y hablaban incluso de prohibirlo en las oficinas. Al bucear en la
historia descubrí que en Inglaterra el beso para saludar se daba directamente en
los labios", explica Citron. Al igual que en el resto de Europa en los siglos XV
y XVI. Una carta escrita en 1544 por el poeta italiano Annibale Caro describe
cómo los hombres besaban a las mujeres en los labios en la recepción que el rey
español Carlos I dio en Bruselas en honor de la reina francesa Eleonora. Dos
siglos después, el saludo en los labios desapareció. "Tiene que ver con la
manera en la que la Iglesia católica contemplaba el beso", asegura esta
novelista británica. En el momento en el que las autoridades eclesiásticas
restablecieron las leyes contra la homosexualidad, los besos de saludo entre los
hombres en los labios quedaron prohibidos. Y aunque el Kamasutra oriental
describe los tipos de besos más eróticos y hermosos, el beso sexual es
relativamente más moderno en Occidente. "Antes, la mayoría de las personas
tenían muy poca higiene dental, por lo que se entiende que no resultara tan
atractivo besar tal y como lo entendemos ahora", dice Citron.
El beso en el catolicismo tiene una carga ritual y religiosa innegable: se
besan los pies de Cristo y los de los antiguos papas, o su anillo, o los objetos
sagrados; o el pontífice besa la tierra del país que visita... Su abanico de
connotaciones abarca incluso la traición -el beso de Judas en la mejilla de
Cristo para identificarle ante los soldados- o la compasión. El beso a los
leprosos estuvo de moda ente los nobles y religiosos medievales europeos y
alcanzó su apogeo entre los siglos XII y XIII. Se dice que los guerreros
templarios en Jerusalén interrumpían sus matanzas para besar las manos de los
leprosos, lo que les acercaba a Dios. "Culturalmente, el beso se extiende a lo
largo de todo el espectro de lo bueno y lo diabólico, desde el beso que da la
vida hasta el de la muerte", dice Citron. Como el llamado osculum infame,
el beso de la culpa, asociado a las orgías, el canibalismo o los rituales de
infanticidio, y el beso en el recto del diablo, que servía para catalogar a una
mujer como bruja en los terribles manuales del siglo XV.
Pero, ¿por qué besamos? El beso es adictivo. Como una droga. Nos gusta. Las
pupilas se dilatan. El cerebro se ilumina. Según la neurocientífica Wendy Hill,
del Colegio Lafayette en Pensilvania, los niveles de cortisol descienden. Se
aleja el estrés. Pero, ¿y si el primer beso no nos gusta? La relación romántica
cae hecha pedazos. Un estudio mostró que el 66% de las mujeres y el 59% de los
hombres no empezaron una relación romántica por el desencanto del primer beso.
Así que es posible que el beso sirva para obtener información mutua. El
intercambio de saliva podría permitir que el hombre pasase cantidades de
testosterona a la mujer para estimularla y hacerla más receptiva al acto sexual.
Los besos también podrían ser una forma de selección femenina mediante el olfato
(el beso esquimal no consiste, como se suele creer, en rozar las narices, sino
en olfatear las mejillas).
El biólogo Claus Wedeking, de la Universidad de Laussane, en Suiza,
saltó a la fama por su clásico "experimento olfativo de las camisetas sudadas".
Demostró que las mujeres preferían el sudor dejado por aquellos hombres cuyos
genes inmunológicos (MHC) eran diferentes a los de ellas (lo que garantizaría
hijos más sanos). En una repetición de este curioso experimento, Craig Roberts,
de la Universidad de Liverpool, comprobó que las mujeres que tomaban
regularmente la píldora ¡hacían justamente lo contrario! Les atraía el olor de
los hombres cuyos genes MHC eran más parecidos a los suyos. Esta selección no
funcionó "cuando ellas tomaban la píldora, ya que eso pervierte el instinto
natural del cuerpo", indica Citron.
El propio Wedeking ha comentado que la píldora produce una simulación del
embarazo, y que a las mujeres embarazadas les gusta rodearse de gente con el
mismo ADN, un ambiente familiar donde encuentran más seguridad.
Lana Citron, que lleva un par de años investigando todos los asuntos
relacionados con el beso, no lo duda: "Puedo decir de forma inmediata si un beso
va a funcionar o no. Para mí, la sexualidad es algo muy dependiente de a qué
huele y a qué sabe la otra persona".
Luis Miguel Ariza, Besos. ¿Qué hay detrás?, El País semanal, 16/10/2011
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