La nova orientació de la socialdemocràcia.
A la hora de reflexionar sobre la necesidad de renovación del pensamiento
socialdemócrata, es necesario partir de la siguiente creencia: la gente está
convencida de que su futuro será peor que su presente. Esta creencia está
instalada en toda la sociedad, es independiente de la actual situación de grave
crisis económica que padecemos (aunque ha sido amplificada por ésta), y afecta
sobre todo a los más jóvenes. La socialdemocracia tiene que ser capaz de
invertir esta creencia. Tiene que ser capaz de prometer que el futuro será mejor
que el presente. Tiene que ser capaz, en definitiva, de reactivar la esperanza y
la ilusión de los ciudadanos en la constante mejora y perfección de nuestras
sociedades. La idea de socialismo activador, que yo defiendo en estas páginas,
no solamente sirve para reformular los fines que pretende la socialdemocracia
(un futuro mejor que nuestro presente y nuestro pasado), sino que también puede
servir de eje sobre el que reorientar una profunda revisión de los instrumentos
que necesitamos para encaminarnos hacia ese objetivo.
Desde la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia ha tenido éxito en
Europa porque, a pesar de su aceptación del mercado, prometió su modulación a
través del establecimiento y desarrollo de un conjunto de políticas que estaban
dirigidas a paliar sus efectos más negativos. La expresión más clara de ese
conjunto de políticas se denomina Estado del bienestar. A través del Estado del
bienestar, la socialdemocracia prometía una salvaguardia casi completa frente a
los riesgos de “caída” del sistema. Si caías enfermo, entonces el Estado te
protegía a través de su sistema público de salud. Si caías en paro, entonces el
Estado te protegía a través del seguro de desempleo. Si llegabas a una edad
determinada, entonces el estado te protegía a través de un potente sistema de
pensiones públicas. El Estado era el garante del bienestar de los ciudadanos,
protegiéndoles frente a las contingencias que pudieran ir surgiendo a lo largo
del ciclo de la vida.
Por importante que haya sido, la nueva socialdemocracia no puede quedarse
simplemente en la defensa de la vertiente “pasiva” del Estado del bienestar. Y
no puede hacerlo, fundamentalmente, porque las políticas ligadas a esa
compensación que la socialdemocracia ofrece frente a los efectos más negativos
derivados de la aceptación del mercado, tienen que tener un perfil mucho más
activo, mucho más activador. A partir de ahora, la socialdemocracia tiene que
poder prometer que hará todo lo posible para que nadie caiga del sistema, y si
cae, tiene que poder prometer que hará todo lo posible para que quien haya caído
se vuelva a insertar en él. La socialdemocracia tiene que ser una barrera frente
al fracaso, no solamente un mero remedio una vez que éste se ha constatado.
Esta nueva orientación de la socialdemocracia, que supone el socialismo
activador, plantea una agenda de reformas muy interesante. Es crucial ponerlo de
manifiesto, justo ahora, cuando se pensaba que la socialdemocracia se había
quedado sin agenda política. El punto de partida de dicha agenda consiste en
situar al Estado en el centro de esta gran acción activadora. Para empezar, en
materia económica, el Estado tiene que cumplir un papel esencial a la hora de
establecer los incentivos adecuados para que las actividades económicas más
sostenibles, que mejor garantizan que nuestro futuro vaya a ser mejor que
nuestro presente, sean privilegiadas sobre aquellas que no lo hacen, que miran
solamente al corto plazo. En este sentido, es fundamental recuperar sin miedo la
idea de política industrial.
Además de ello, las políticas sociales, la parte más exquisita de la
tradicional herencia socialdemócrata, tienen que estar mucho más orientadas a la
prevención de las contingencias que puedan ir surgiendo en el futuro, más que a
paliar sus efectos. Y una vez que surjan, deben estar orientadas a intentar
dejar a la persona en una situación al menos similar a aquella en la que estaba
antes de que surgiera la contingencia de que se trate. Los ejemplos son
variados, y afectan de lleno al corazón de las políticas que la socialdemocracia
ha defendido tradicionalmente. En materia de salud, no bastará con poner el
acento en desarrollar un sistema sanitario que atienda a una persona cuando
tiene un infarto a los cuarenta años. Es más importante, si cabe, intentar que
el surgimiento de esa contingencia se retrase lo más posible en el tiempo. Será
fundamental, por tanto, poner el acento en la prevención, más que en la
actuación a posteriori. En materia de educación, uno de los elementos
fundamentales es la movilidad social de las personas, existe la evidencia cada
vez más contundente que indica que los esfuerzos deben realizarse, sobre todo,
en los primeros años de la vida, específicamente, desde los cero a los seis
años. A partir de ahí, los esfuerzos por limitar o paliar las desigualdades
fruto del origen social se diluyen en mucha mayor medida, son menos eficaces. La
idea es la misma: activemos nuestros recursos en las primeras etapas de la vida
y replanteemos si, en un entorno de recursos escasos, deben de aplicarse con la
misma intensidad en las etapas posteriores de la educación de las personas. El
último ejemplo lo constituyen las políticas de desempleo: no será suficiente con
proteger a través de los seguros de desempleo. Por el contrario, deberemos
activar a los desempleados, a través de la reorientación de las políticas de
desempleo en políticas de recapitalización de las personas que sufren esta
situación.
En definitiva, la idea del socialismo activador nos invita a realizar una
reflexión profunda sobre la necesidad que la socialdemocracia tiene de cambiar
el foco sobre dos cuestiones fundamentales: cuáles son los fines de nuestra
sociedad y qué instrumentos son válidos para llegar a ellos de la forma más
eficaz posible.
Antonio Estella, Socialismo activador, Público, 09/01/2012
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