Saskia Sassen: "En el camp i en la ciutat sobra gent."
Saskia Sassen |
¿La economía urbana ha pasado de valorar a las personas como
consumidores a tratar de expulsarlas porque sobran? Este proceso de
expulsión se da en muchos sitios. En el campo también, porque compran las
tierras y sobran quienes las cuidaban. En la ciudad, los hogares y los comercios
modestos quedan desplazados del centro. Además, en esta generación, la cuarta
tras la Segunda Guerra Mundial, la clase media está perdiendo poder. Se está
empobreciendo en países altamente desarrollados como Francia, EE UU y Reino
Unido. La nueva generación adquiere menos educación formal, menos ingresos, y
tiene menos posibilidades de comprar una casa. Eso es una especie de expulsión
de un proyecto de vida.
¿Creíamos que cada generación avanzaría respecto a la anterior?
Parecía parte de un contrato social, pero esa trayectoria ha sido
interrumpida en países como Chile o Argentina, donde fue brutal lo que le pasó a
la clase media tras la crisis.
¿Por qué ha sucedido? Es un nuevo sistema. Parece una
continuación del antiguo, pero no lo es. La lógica financiera ha invadido todos
los sectores económicos. Hay una organización del sistema que nace en los años
ochenta y se establece en los noventa. Hoy vivimos sus consecuencias. Y el
cambio fundamental es que, en la época del keynesianismo, la base económica era
la manufactura de masa y el consumo de masa: la construcción de espacios
suburbanos de masa con las correspondientes carreteras e infraestructuras. Es
decir, una serie de procesos económicos que implicaron que el consumo importara
muchísimo. Hoy, el sistema financiero ha inventado modos de multiplicar la renta
sin pasar por el consumo de masa.
Construir suburbios se convirtió en un gran negocio... Cada
hogar suponía una nueva nevera, una nueva televisión, nuevos muebles... Todo
nuevo. Se generó un ciclo vicioso positivo. Teníamos un sistema basado en el
consumo. Fuera o no necesario, era vital seguir consumiendo.
¿Ya no es así? Se ha roto la cadena. El salario del trabajador
ya no hace posible mantener el consumo. Se ha roto la cadena, porque se ha
terminado la construcción en masa. Ahora vivimos en un ciclo muy distinto.
¿Qué sucede con la gente que vive en las ciudades y ya no puede
consumir? No es solo un tema de desigualdad y exclusión social, aunque
ambos existen. El nuevo elemento es que muchos de los desempleados de hoy no
tienen posibilidad de volver a tener una vida normal de trabajo. Tanto en Reino
Unido como en Estados Unidos, la población de presos ha aumentado muchísimo, y a
mí me parece que si bien algunos de estos prisioneros son asesinos, la gran
mayoría no lo son y no deberían estar en prisión. La cárcel es una especie de
almacén de gente que el sistema no puede absorber porque no puede emplear. Viven
expulsados del sistema, almacenados y sin posibilidad de reinsertarse.
Otro tema que usted toca es el de países que compran grandes cantidades
de terreno en otros países, como China en Zambia, y que generan expulsiones
masivas de población. ¿Cómo es posible eso, adónde va esa gente?
Agencias de Gobierno y firmas financieras compraron 70 millones de
hectáreas entre 2006 y 2010 en África, Rusia, América Latina, Vietnam, Ucrania y
Camboya. Entre los grandes países compradores están China, Arabia Saudí, los
Emiratos Árabes, Corea del Sur y Suecia. Pero en los últimos años los mayores
compradores en África subsahariana han sido... las firmas financieras de alto
riesgo. ¡Imagínese!
¿Para qué? Es tierra para el cultivo agrícola. Y tierra con
altos niveles freáticos. Compran tierra con agua.
¿Compran en previsión del incremento del precio de los alimentos o para
convertir las cosechas en combustible? En general, uniformizan los
cultivos. Este año, J. P. Morgan compró 40.000 hectáreas de tierra en Ucrania,
pero los fondos de inversión especulativos son los que han comprado más. La
tierra representa comida y agua, pero también puede representar biocombustibles
y también tierras raras. ¿Sabe lo que son?
No. Hay 17 componentes que Mendeleyev identificó en su tabla
periódica como elementos que no sabía para qué podían servir. Ahora lo sabemos.
Las pilas ecológicas requieren algunos. Los americanos decidieron importarlos de
los chinos y no desarrollaron la tecnología para obtenerlos. Y ahora China es el
principal país exportador con casi el 90%, y Japón, EE UU y otros están
aterrorizados con que pueda suspender exportaciones. Cuando un país como China
compra 3 millones de hectáreas en el Congo y 2,8 millones en Zambia para plantar
palma, o sea, para plantar un único cultivo, eso es una manera de empobrecer la
tierra. Además de expulsar especies de flora y fauna y pueblos enteros, expulsan
a los pequeños agricultores. ¿Adónde se van? A las ciudades. Lo mismo pasa en
India. En los últimos 30 años, los pequeños agricultores han sido expulsados.
Estos pequeños propietarios no son estúpidos. Saben que la tierra produce. Pero
los agricultores pierden esa batalla.
Expulsados hacia las ciudades, ¿y si allí no hay trabajo para ellos?
El sistema económico, el auge de las finanzas, ha hecho crecer a un
sector intermediario que se ha vuelto estratégico. Pero este sistema no
distribuye los beneficios del crecimiento económico. Al contrario, los concentra
más y más. Hoy, en las ciudades sobra gente. Ya no hacen falta.
Pero muchas ciudades no dejan de crecer... La ciudad todavía
absorbe a gente, todavía es atractiva. En una época como la nuestra, de grandes
inestabilidades, se da una mayor apertura mental, hay grandes oportunidades y,
por tanto, grandes desilusiones. La ciudad es el territorio de lo posible, pero
no del progreso asegurado.
Vamos a la ciudad a probar fortuna. Ahí voy. En el campo queda
poco. La tierra está privatizada en manos de grandes empresas y de grandes
agencias de Gobierno, como las de China... Nuestras ciudades son mutantes, pero
las reconocemos a pesar de sus cambios. La sociabilidad, el contacto físico que
ofrece la ciudad, es insustituible. Los centros hacen que la gente se vea. Gente
muy distinta se tropieza, habla. Y esos encuentros en un centro urbano no
generan violencia. Los centros urbanos son fascinantes por esa capacidad de
mezclar sobrepoblación y paz.
¿El centro de la ciudad hoy, en tiempo de grandes inestabilidades, es
un espacio de civilización? Es de todos. Un inmigrante o un turista se
sienten bien en el centro de la ciudad. Los barrios suburbanos son otra cosa; la
misma mirada de la gente puede expulsar. Con tanta gente desesperada por tener
un empleo y una vida con más posibilidades, es el contacto físico de diversas
clases sociales lo que da la sensación de potencial en las ciudades.
Eso sucede cuando los centros son lugares con vida. Cuando la
gentrificación expulsa a los pobres de los centros y los uniformiza con una
única clase social, ¿se pierde ese civismo? Se pierde el motor de la
ciudad. Mi hijo Hillary, que es escultor, vive en Londres en una zona que mezcla
todo tipo de razas y religiones. El denominador común es la falta de dinero. En
ese barrio, por la noche, aparece el mundo. En las ciudades ocurren cosas como
que los jóvenes se encuentran. Mi hijo llegó a Londres desde Nueva York y ocupó
un edificio con otros amigos. Si ocupas un edificio, la policía te debe dar un
aviso de expulsión tres meses antes de echarte. Están fuera del sistema, pero
mientras viven en esos edificios montan exposiciones que reciben críticas y
reseñas en la prensa. Eso es interesante. Estás fuera de la ley, pero estás
protegido. En Berlín Este sucedió algo parecido tras la caída del Muro. Todos
esos mecanismos permiten sobrevivir y tener un proyecto de vida. No es cómodo,
pero es posible.
Pero su hijo probablemente no sea un ejemplo de pocos recursos. Tiene
una madre académica. Es verdad. Pero él quería su propio proyecto de
vida. Se trata de poder pertenecer al mundo. Lo hizo con 22 años. Hoy, con 30,
tiene un apartamento con una habitación, pero su entrada fue al margen de la
ley. Esa posibilidad de llegar fuera de la ley es buena. Algunos suburbios, como
las favelas, son algo más que zonas de miseria. Desarrollan sus propias
economías.
¿Está diciendo que para sobrevivir en las ciudades hay que hacerlo de
manera marginal? Lo que quiero remarcar es que la gente sin recursos
puede hacerlo así y sentirse parte de la ciudad, sentir que esa también es su
ciudad, que la ciudad le pertenece un poco. Yo entré en EE UU de inmigrante
ilegal y sentí eso, sentí que Nueva York también era mi ciudad, my
city... Es un hacer colectivo. No es un milagro, la ciudad lo
permite.
Nacida en Holanda, crecida en Argentina, nómada después por Europa...
¿Por qué tanto traslado? Mi familia vivió 14 años en Buenos Aires. Llegó
a principios de los cincuenta. En la posguerra... Hay dos o tres cosas que se
mezclan... Mis padres eran jóvenes, aventureros. El Estado holandés tomó medidas
progresistas cuando decidió acomodar a los refugiados de Europa del Este tras la
Segunda Guerra Mundial. Facilitaron la emigración de holandeses bajo la idea:
"Ustedes son holandeses, les van a recibir en todo el mundo, y aquí necesitamos
sitio". Hoy hay nueve millones de holandeses fuera del país.
¿Sus padres decidieron ceder su sitio? Bueno... Le explico el
contexto. Mi papá era periodista, y mi abuelo era el alcalde de una ciudad
bellísima del sur de Holanda, Hertogenbosch. Al ser invadida por los nazis, le
dijeron que o colaboraba o le bombardeaban la ciudad... No entregó a ningún
judío. No había judíos allí. Pero colaborar significaba que uno hacía un pacto.
Después de la guerra, a mi abuelo lo llevaron a prisión. Y mi papá había estado
con los nazis como periodista... Pero quizá fuera mejor dejar este tema...
No, por favor. Mi papá, que era un aventurero total, se
trasladó al frente, se hizo corresponsal de guerra. Goebbels había creado un
batallón para los corresponsales de guerra. Eran todos periodistas; y fumaban,
bebían. Nada de disciplina. Era un batallón cómico. Aun así, mi padre estuvo en
el frente en Rusia... Incluso fue herido. Luego Goebbels lo metió en prisión. El
general odiaba a mi padre y mi padre odiaba a Goebbels. Pero mi padre también se
volvió muy antisoviético. Yo, en cambio, me hice comunista con 13 años; hasta
estudié ruso. Y me fui de mi casa porque no aguantaba más. Pero todo es más
complejo... La familia de mi padre era de grandes propietarios de minas. Y los
católicos del sur de Holanda odiaban a los británicos, porque consideraban que
estaban robándoles... El problema de hablar de estos temas es que, al decir que
estaban contra los británicos, la gente tiende a calificarte de pronazi. En
Nueva York no puedo hablar de este tema. Terminarían diciéndome: "Lo que sucede
es que usted es antisemita". No me ha pasado, pero podría pasarme. Por eso no
hablo mucho de esto...
¿Y su madre? Mi madre llevaba una vida bohemia. Tengo fotos de
mis padres con escritores. Después de vivir en Irlanda, seguían siendo
antibritánicos. Eso se pierde luego en Europa por oposición generalizada al
Holocausto. Esa nueva negativa domina a la anterior antibritánica. Así es que
mis padres decidieron embarcarse.
Cuando llegan a Argentina, ¿qué hace su padre? Bueno, él... él
se hizo amigo de todos los grandes dictadores de América Latina: de Perón...
Pero siempre tuvo algo que por ahí era el socialismo. Estaban las dictaduras
militares, pero también los sindicatos... reuniones clandestinas en Mar del
Plata. Y siempre nos llevaba. Éramos nenas; creo que servíamos de camuflaje.
¿Todo esto lo ha entendido después? Eso de no entender me
marcó. Pero la política dominaba mi vida. Yo era comunista y me enfrenté a mis
padres. Quise irme. Ahorré dinero. Les pedí un préstamo y tomé un barco a
Hamburgo. Experimenté la pobreza y pasé hambre. En París, en Turín, donde en
invierno llegué a un acuerdo con el dueño de una trattoria para que cada
noche me diera un plato de sopa. En Estados Unidos, donde me dediqué a limpiar
casas. He tenido una vida paralela.
Usted va a menudo contra los conceptos establecidos. Por ejemplo,
defiende que la inversión en los países menos desarrollados aumenta la
emigración porque devasta las economías tradicionales. Eso hoy está
comprobado. Puede parecer contradictorio, y por eso me interesa. Uso la ciudad
para entender una realidad más allá de lo urbano.
Se repite que las movilizaciones del mundo árabe no hubieran sido
posibles sin Internet, pero tampoco se podrían haber producido sin las ciudades.
¿Hasta qué punto la ciudad es clave para movilizar a la gente? Cuando
hay mucha transformación urbana, el individuo pobre se vuelve multitud y puede
hacer historia. Eso no les da necesariamente poder, pero les da capacidad de
hacerse presentes. Creo que la ciudad tiene la capacidad de generar redes y
hacer presentes, visibles, a los sin poder. No es el viejo modelo de
protestar delante de las casas del poder y caer en la dialéctica dueño/esclavo.
Los indignados no buscan solamente estar ahí y que el poder los vea. Hacen red.
Ahí se ve la capacidad de la ciudad de volver compleja la falta de poder.
Saskia Sassen, "Se ha roto el ciclo, porque el salario del travajador no permite mantener el consumo", entrevista de Anatxu Zabalbeascoa, El País, 29/01/2012
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