No és temps d´eleccions.
Hace unas semanas, el nuevo primer ministro italiano, Mario Monti, declaraba
lo siguiente para justificar su plan de ajuste: "Después de la época de las
locuras, llega la del régimen".
Esta frase es, por varios motivos, tan desafortunada como representativa del
pensamiento político y económico que subyace en las medidas que están adoptado
los Gobiernos europeos. Hay que preguntarse qué debemos entender por "locuras".
Si el plan consiste en reducir el déficit por la vía de los recortes sociales,
podemos inferir que lo que constituye una "locura" es la extensión de los
derechos y prestaciones sociales, es decir, el gasto social, algo que siempre
fue una bandera del modelo de bienestar europeo.
La consideración de la rentabilidad por encima de cualquier otro aspecto de
la realidad, es un paradigma con el que es imposible medir y gestionar el modelo
europeo. E incluso la mismísima democracia. La pertinencia de las medidas
políticas y sociales a adoptar no puede reducirse a un cálculo de
costes-beneficio, a una contabilidad de primero de carrera. Si se analizan todas
las leyes y medidas que han dado forma a nuestro sistema, desde el Plan Marshall
hasta las leyes de igualdad, se llega a la conclusión de que sería imposible
implementar ninguna de ellas en el modelo actual que se ha impuesto. Y como no
se conciben, lo oneroso de su mantenimiento hace que sean prescindibles.
Si se profundiza en esta vía, hay una consecuencia lógica al final: que la
democracia es también onerosa, que con sus Parlamentos, con su Administración
pública, con sus sistemas fiscales redistributivos, con las prestaciones
sociales, no contribuye al dinamismo económico requerido para competir, por
ejemplo, con China.
Los nombramientos sin pasar por las urnas del propio Mario Monti en Italia y
de Lukas Papademos en Grecia (y de la persona más poderosa de Europa, de quien
depende gran parte de la solución a los problemas actuales: el presidente del
BCE), parecen indicar que en las élites europeas, hoy mayoritarias, ya se ha
llegado a la conclusión de que la democracia estorba. Ya lo dijo el presidente
del Consejo, Van Rumpoy, en una reciente visita a Italia: "Es tiempo de
acciones, no de elecciones". De ahí al "haga como yo, no se meta usted en
política" de Franco, no media mucha distancia.
Al hablar de "locuras" pasadas, el premier italiano elude cualquier
responsabilidad en los sacrificios que ahora exige, como si estos no dependieran
de la previa elección de un determinado modelo económico. Dicha exoneración
recuerda también a la justificación histórica que el franquismo instauró en
España para hablar del golpe, la guerra y la dictadura, y que por desgracia aún
se mantiene viva en los manuales escolares: el caos que se vivía en la Segunda
República (como si este hubiera caído del cielo) hizo inevitable que un grupo de
oficiales del Ejército se rebelara para aplacar la inestabilidad. Es decir, que
las "locuras" de la democracia hicieron inevitable el "régimen", el régimen de
Franco.
Esta visión economicista, tecnocrática, empobrecedora y reduccionista de la
realidad ha calado, por desgracia, en gran parte de la sociedad. Fueron
sorprendentes las reacciones de mucha gente bien informada a la presentación del
informe de la comisión de expertos para el Valle de los Caídos, en el que se
recomendaba el traslado de los restos del dictador a un lugar privado, y
convertir el Valle en un centro de reflexión histórica sobre la Guerra Civil.
Una propuesta tan razonable fue interpretada por muchos como una cortina de
humo, una pérdida de tiempo que clamaba al cielo en un momento de crisis
económica tan severa. Me pregunto si, los que así opinan, querrían suprimir los
ministerios que no están relacionados con la salida de la crisis de forma
directa.
Que superar la crisis sea la prioridad no significa que sea el único tema
que, como democracia que garantiza derechos políticos y sociales, debamos
asumir. Ese es un recorte que nadie nos ha pedido, y aceptarlo equivale a
admitir que la democracia es, finalmente, un estorbo. Urge recordar que los
derechos políticos y sociales adquiridos pueden ser deficitarios o sencillamente
ajenos al devenir económico, pero afectan a minorías que tienen que estar
protegidas del capricho coyuntural de las mayorías. Ningún dato económico mejora
suprimiendo derechos políticos, como pueden serlo el derecho a la verdad y a la
reparación. Algo que, por cierto, en Latinoamérica solo una minoría pone hoy en
duda, pese a que sus dictaduras son mucho más recientes e involucran a personas
en puestos de responsabilidad.
La falacia del discurso tecnocrático se pondrá de manifiesto en España en
breve: si el matrimonio entre personas del mismo sexo era algo "en lo que no
piensan los españoles", como tanto ha repetido el Partido Popular, y ya que
ellos van a ocuparse de "lo que realmente importa a la gente", ¿por qué no
retira el PP el recurso que interpuso contra él en el Tribunal Constitucional y
se compromete a no cambiar la ley? Es, además, una medida que no ha supuesto ni
un céntimo en el déficit que hay que recortar. Pero ese discurso, pese a que
intente ocultarlo, es pura ideología.
Antonio García Maldonado, La democracia onerosa, El País, 26/12/2012
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