Hölderlin i els orígens mítics d´occident.
Me dije entonces que seguramente aquello era debido a que los egipcios habían
ganado el mercado audiovisual gracias a las películas de momias, alguna de las
cuales me había parecido excelente, con mucho efecto virtual y desiertos enteros
que se transformaban en colosos ululantes o en plagas de escorpiones,
indistintamente. También habían ganado el mercado gore porque un cadáver
podrido, con jirones de lana colgando entre sus miembros deshechos, siempre
produce una impresión mayor que el dios Hermes con sus alitas en los
tobillos.
Siguiendo el razonamiento también me dije que con los griegos era sumamente
difícil hacer películas de terror y no te digo películas gore. Es de lo
más embarazoso imaginar a los dioses o a los héroes griegos tratando de infundir
miedo, pero no por las falditas (que es mentira que las usaran) o las trenzas
(otro mito), sino porque todo lo que tiene que ver con Grecia pertenece al lado
opuesto del terror, a pesar de que Nietzsche hizo esfuerzos ímprobos por
facilitarles también esa parte. Grecia admite el misterio, el terror y el
horror, sí, pero siempre mirándoles fijo a los ojos, sin hacer aspavientos, sin
dar gritos o agarrarse al brazo del vecino de butaca. Una cosa digna.
Este absoluto olvido de Grecia o esta imagen de Grecia cada día más
intempestiva, se remata por el lado político gracias a los regímenes actuales
que se parecen a los egipcios, como los emiratos árabes, Cuba, algunos
pueblecitos vascongados, Corea del Norte, en fin, esos lugares en donde la
teocracia se une al uso estúpido de la violencia contra el contribuyente. En
cambio, no se me viene ahora a las mientes un solo régimen político actual que
se parezca a Grecia. A lo mejor la isla de Bali, pero como solo la tengo de
oídas, no la considero digna de un juicio apodíctico.
Friedrich Hölderlin |
Yo no sé si hay en la actualidad mucha gente que se haga estas preguntas, lo
cual redunda en el triunfo absoluto de los egipcios, pero si la hubiere, puede
pasar un rato excelente leyendo un poema, incluso si en su vida ha tenido la
tentación de leer un poema. No es un poema cualquiera, es uno de los más grandes
poemas del poeta más grande de todos los tiempos, un alemán poco divulgado en el
bachillerato español, de nombre Friedrich Hölderlin, muerto hace casi dos
siglos, en 1843. El poema se llama El Archipiélago y ha recibido una
nueva y emocionante traducción editada por La Oficina.
Había ya muy buenas traducciones, pero no importa. En realidad a Hölderlin no
se le puede traducir y sin embargo las peores traducciones de Hölderlin suelen
ser mejores que cualquier poema contemporáneo. Ahora bien, la traducción de
Helena Cortés tiene un añadido sumamente agradable: está construida íntegramente
en hexámetros, que es el verso del original. Hay quien dice que el hexámetro no
da en castellano, pero que no cunda el pánico: tampoco daba en alemán. El
artificio de Helena Cortés reproduce el artificio mismo de Hölderlin, quien
trató de aproximarse a Grecia con el verso más parecido posible al mármol de
Paros.
El poeta alemán vivió en el momento de máxima adoración a Grecia, eran los
tiempos de Winckelmann, de Goethe, de Schiller, faltaba poco para las
excavaciones de Schliemann. La Grecia mitificada por la Ilustración se había
convertido en el ideal de todos los revolucionarios y demócratas europeos. En
1824 había muerto en Missolonghi el pobre Lord Byron cuando trataba de ayudar a
los griegos en su lucha de liberación contra los turcos, pero por desdicha había
descubierto que las armas que les proporcionaba con dinero de los servicios
secretos británicos, los griegos se las vendían de inmediato a los turcos. Había
ya entonces un problema en ese país. Así que Byron contrajo una enfermedad
antigua y se murió.
Hölderlin conocía como nadie y amaba como ningún poeta ha amado y comprendía
como ningún sabio ha comprendido a la antigua Hélade. De manera que sabía
perfectamente que la hermosa Grecia nunca había existido, sino que más bien
Occidente había construido el mito griego para que su propio destino viniera de
algún lugar y fuera hacia alguna parte. Este peliagudo asunto, es decir, que el
origen de Occidente es Grecia y que ese origen nos indica a dónde debemos ir,
está muy claramente expuesto en el epílogo de Arturo Leyte a la edición que
comentamos. En efecto, una vez desaparecido el sueño de Grecia, ¿qué le queda a
Occidente? Nosotros ya sabemos lo que nos queda: Egipto, pero cuando Hölderlin
comprendió el horror que nos esperaba era un caso único, porque Europa entera
estaba enamoradísima del ideal griego. Viene en el libro una fotografía
espeluznante: el ejército de ocupación alemán levantando la bandera con la
esvástica delante del Partenón. Incluso aquellas bestias necesitaban el amparo
de Atenas para justificarse. Sin ese origen, no tenemos destino, solo
distracciones y mercancías.
¿Y el poema?, me dirán ustedes. El poema es demasiado hermoso y demasiado
grande para que se lo comente este gacetillero. Es un poema para ser leído
despacio, en soledad, observando con mucho cuidado cada verso, saboreando la
portentosa traducción, y mirando de vez en cuando el horizonte. Comienza el
poeta preguntando si ya han regresado las grullas, como en cada primavera, y
acaba ofreciendo al lector, por todo consuelo, la memoria del
silencio.
Félix de Azúa, Perder lo que nunca fue nuestro, El País, 03/01/2012
http://pda.elpais.com/index.php?module=elp_pdapsp&page=elp_pda_noticia&idNoticia=20120103elpepicul_3.Tes&seccion=cul
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