Infoxicats.



Según las investigaciones de Peter Lyman y Hal Varian, de la Universidad de California, entre 1999 y 2002 se creó más información que en toda la historia anterior de la humanidad, con incrementos anuales del 30%. Este incremento apabullante de datos va acompañado por un aumento de los canales por los que se difunden. Es como si estuviéramos en una habitación con muchas rendijas por las que se cuela información: televisión, radio, Internet, e-mails, redes sociales... Y la mayor parte no la queremos.

Cuando se habla de infoxicación, normalmente se analiza el efecto que provoca sobre nosotros el rápido acceso al maremágnum de datos de Internet, pero hay otros canales tan caseros como el buzón que tenemos en la puerta de casa o el teléfono de toda la vida, que tampoco se quedan cortos a la hora de infoxicarnos.

La cascada informativa que se nos viene encima a diario puede frustrarnos al provocarnos la sensación de que no podemos estar al día. Un caso paradigmático es el de los científicos, que, por muy concreta que sea su especialidad, no pueden dominar todos los datos. Por ejemplo, existen dos millones de artículos de investigación sobre biología del cáncer (según PubMed). Nadie puede digerirlos todos.

Todos queremos estar bien informados. Entre otras cosas, porque suponemos que la información facilita que tomemos mejores decisiones. Desgraciadamente, demasiada información no nos ayuda, sino que nos despista. Si tenemos en exceso, nos resulta más complicado separar el grano de la paja.

Nuestras reacciones ante el tsunami informativo suelen ser varias. Una es la lectura superficial. No nos podemos entretener leyendo a fondo. En 2008, científicos de la University College de Londres investigaron cómo los internautas utilizaban las páginas web de la biblioteca británica. Concluyeron que los usuarios solamente realizaban un rastreo superficial. Alrededor del 60% de usuarios de periódicos apenas entraban en tres páginas. Parece que todo son simples ojeadas.

La información, para convertirse en conocimiento, necesita reflexión. Compararla e integrarla con lo que ya sabemos. No solo debemos procesar lo leído a nivel consciente, sino también inconsciente. Cuando comemos, nos olvidamos de que estamos haciendo la digestión, pero nuestro aparato digestivo va digiriendo el alimento por su cuenta. Lo mismo pasa con el cerebro: cuando engullimos datos, este los procesa aunque nuestra consciencia esté ajena a ese trabajo. Pero si comemos demasiado o tragamos muchos datos de golpe, podemos sufrir un empacho.

Otra forma con la que lidiamos la tormenta informativa es la multitarea. Nos entra información por todos los costados y hacemos malabarismos para atenderlos a todos. Trabajamos en un informe mientras vamos leyendo los e-mails que entran, mientras nos suena el móvil, mientras nos llega un mensajito por Facebook, mientras... Pero ¿es eficaz nuestro cerebro atendiendo varios temas a la vez? Cuando las tareas no son automáticas, precisan mucha atención. Por ejemplo, tecleamos algo mientras hablamos con alguien por teléfono, nuestra atención en ese caso no puede con todo porque ni escribir es automático, ni tampoco hablar con sentido. Así que en este caso la atención es como un foco que va de una tarea a otra, va dando saltos del teclado al teléfono. Pero en los instantes concretos que hablamos no escribimos o lo hacemos mucho más lentamente. Clifford Nass, de la Universidad de Stanford (EE UU), afirma que a pesar de que las personas creen que son buenas haciendo varias cosas a la vez, las investigaciones sobre atención no confirman esta impresión.

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