L´estat de les nostres democràcies.
Claude Lefort |
Sin igualdad de condiciones, ¿qué sentido tiene la soberanía popular? La
igualdad de condiciones se ha ido creando muy lentamente. En muchos países de
Europa, las mujeres adquirieron el derecho a voto en el siglo pasado. Sin la
mitad de la población la democracia y la soberanía eran un mito. Actualmente,
los extranjeros tienen muy limitado el derecho de voto, son los ecos de una
cultura que entendió que el Estado-nación era el lugar propio de la democracia y
que persistió en convertir al otro en sospechoso.
Pero Claude Lefort nos recuerda también que la democracia es un régimen en el
que el poder político no está incorporado a lo social, no se tiene, se ejerce.
Por eso puede decirse que el poder es un espacio vacío. En un régimen
aristocrático o monárquico el poder está inscrito en la naturaleza de la
sociedad: el palacio nunca está vacío, a rey muerto, rey puesto. En democracia
el palacio es un lugar de paso, en el que siempre se está con carácter
provisional. El pueblo -heteróclito, múltiple y conflictivo (como dice Lefort)-
es el soberano que decide sobre quién ocupa provisionalmente este lugar vacío
que es el poder. La naturaleza plural del pueblo -diferencias sociales,
diferencias culturales, diferencias de intereses- hace que la sociedad
democrática asuma el conflicto como factor de vitalidad y de progreso. De ahí
que la polarización derecha-izquierda haya sido extremadamente útil para el
desarrollo y consolidación de la democracia. La confrontación parlamentaria
opera como ritual de solución de conflictos y de sublimación de la violencia
social. Algunos autores, como Ralph Dahrendorf, han llegado a poner en duda la
continuidad de la democracia más allá de esta oposición simple. Porque, en el
fondo, una democracia sin alternativa es un contrasentido, porque es una
democracia sin vida. Y la alternativa desaparece cuando la alternancia se limita
a un simple cambio de personas, sin diferencias sensibles en las políticas.
El discurso que afirma que no hay alternativa, que se desplegó en Occidente a
partir de los ochenta, es letal para la democracia, además de ser una estupidez
en sí mismo, como nos recuerda Hans Magnus Enzensberger: "Es una injuria a la
razón", "es la prohibición de pensar", "no es un argumento, es un anuncio de
capitulación". Curiosamente esta capitulación de la política democrática ha
llegado en el momento en que los regímenes democráticos más se han extendido por
el mundo. La democracia ha entrado en franca pérdida de calidad en Europa,
precisamente cuando es mayor que nunca el número de países que la están
ensayando. Quizás la revitalización de la política democrática venga del
universo poscolonial, donde parece que emergen las energías que faltan a una
tierra tan gastada como Europa.
En el proceso de metabolización de la soberanía del pueblo en vida política
democrática juegan un papel decisivo los medios de comunicación y las
instituciones intermedias, que son las que crean opinión, crítica y discurso
alternativo. Estas instituciones: partidos, sindicatos, asociaciones,
organizaciones de la sociedad civil y demás grupos sociales presentan claros
síntomas de agotamiento y reclaman una reforma a fondo con urgencia. Son
instituciones nacidas con la cultura de la prensa escrita que chirrían en la
sociedad de la información. ¿Cuál es el destino de la democracia en tiempos de
Internet? Entre las potencialidades de la cultura de la colaboración que
Internet ofrece y la amenaza distópica de la multitud colgada de una nube
todopoderosa, hoy por hoy, hay más incógnitas que hipótesis plausibles.
¿Sabremos hacer de las redes un instrumento de creación de tejido social, de
conexión cultural y de reconocimiento, sin mengua de la autonomía del
individuo-ciudadano?
Mientras tanto, lo que impera en Europa es el empequeñecimiento de la
democracia. He aquí algunas características del estado de nuestras
democracias:
Negación de la alternativa: la hegemonía ideológica de la derecha y la
debacle ideológica de la izquierda dejan al sistema sin contrapeso. La crisis ha
llevado el principio "no hay alternativa" al paroxismo. Ya no es solo una
cuestión de modelo de sociedad, sino incluso de políticas concretas. Las
exigencias de los mercados y las órdenes de la señora Merkel, que ha hecho de
Europa un protectorado alemán, han sido los argumentos para que los gobernantes
rehuyeran la funesta manía de pensar.
Políticas del miedo: los Gobiernos, con el acompañamiento de un poderoso coro
mediático, han desplegado el discurso de la culpa colectiva -hay que pagar la
fiesta de nuestra irresponsabilidad- para extender la idea de un escenario sin
ventanas al futuro y poner el miedo en el cuerpo de la ciudadanía. El miedo
siempre ha sido el mejor instrumento para la servidumbre voluntaria.
Satanización del conflicto: desde determinados sectores ideológicos,
especialmente de la derecha, se salió en tromba contra los indignados por
haberse atrevido a señalar la desnudez de nuestra democracia y a preguntar por
la posibilidad de una alternativa.
Cultura de casta: el complejo político-económico-mediático aparece cada vez
más alejado de la ciudadanía, como una casta cerrada en la que el espectáculo de
la sobreactuación de sus diferencias no alcanza a disipar la certeza de un juego
de intereses compartidos y de complicidades manifiestas. Sensación agravada por
una corrupción que en algunos países amenaza en ser sistémica; y por la crisis
de las instituciones intermedias, que han dejado de bombear presión social hacia
arriba. Desde esta casta se ejerce un control creciente de la palabra que hace
que casi todo pueda decirse, pero que casi todo lo que se dice quede a beneficio
de inventario.
Ruptura de las condiciones básicas de igualdad. El crecimiento exponencial de
las desigualdades y el deslizamiento de una parte importante de la población
hacia el precipicio de la marginación hace que no se dé la igualdad de condición
propia de la sociedad democrática. La fractura entre integrados y marginados es
una herida letal para el sistema democrático.
Poco antes de morir, Claude Lefort decía: "Se puede temer un poder que
adormece a la sociedad, un poder que no consulta y que reforma sin que haya
movilización de los interesados. Se puede temer una sociedad que se deja modelar
por una autoridad, lo que antes era impensable". Ya estamos en lo que Lefort
temía, es el camino hacia el totalitarismo de la indiferencia.
Josep Ramoneda, La democracia en peligro, El País, 16/01/2012
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