Política i bioquímica.
Todos conocemos por experiencia la euforia y felicidad que nos produce el
placer físico, emocional o intelectual. La misma bioquímica es responsable del
placer que provoca la sensación de poder. Ahora bien, me gustaría distinguir
entre el placer que puede experimentar un líder natural, por el hecho de guiar a
los suyos hacia un estado de bienestar o de triunfo, y el placer del poder por
el poder. Entre los humanos, la existencia de líderes naturales carentes de ego,
guiados por su propia condición genética en beneficio del bien común es poco
frecuente. Por el contrario, las sociedades modernas, formadas por un número muy
elevado de individuos, casi siempre más inteligentes que los chimpancés y con un
elevado grado de autoconsciencia, hemos ideado modelos mucho más
sofisticados.
Lo queramos o no, las sociedades actuales modernas están condicionadas por
las élites de poder. Las primeras que nos vienen a la cabeza son las económicas
y las políticas, pero también están las científicas, culturales, religiosas,
etcétera. El entendimiento entre las élites es muy complejo y en muchas
ocasiones su desarrollo va unido a una fuerte rivalidad. La integración vertical
de estas élites en la sociedad es aún más compleja. Todas son legítimas, pero su
poder se retroalimenta y crea una tupida red muy difícil de atravesar. Las
élites económicas son casi impenetrables, porque funcionan generalmente en un
deseado anonimato. En cambio, las élites políticas están expuestas a la mirada
crítica de los poderes mediáticos, sobre todo en las sociedades que se llaman
democráticas.
A las élites políticas no les queda más remedio que aparentar su integración
vertical en la sociedad, pero en realidad su mayor satisfacción reside en el
puro placer de la hegemonía. Ni siquiera es habitual que tales élites sean
dirigidas por un líder natural, que también lo es de toda la sociedad a la que
representa. Por supuesto, experimentar ese placer bioquímico es legítimo y casi
diría que necesario. Pero, como todos los placeres, es efímero y las endorfinas
o la serotonina dejan de hacer efecto a medida que la resolución de los
problemas sociales es más acuciante. Por fortuna, para el común de los mortales,
existen múltiples alternativas para lograr el placer de la felicidad.
José María Bermúdez de Castro, Poder y placer, Público, 15/01/2012
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