Els límits de la política.
La política siempre lo ha tenido difícil, pero en otros momentos había al
menos un conocimiento asegurado, un espacio limitado, una legitimidad reconocida
y una soberanía respetada que bastaban para sortear las dificultades de
gobernar. Actualmente, la política está asediada por unas constricciones
imprevistas que proceden del desajuste entre unas realidades que han desbordado
los márgenes estatales y se articulan ahora en contextos globales, mientras que
todavía no disponemos de instrumentos para gobernar esos sistemas, al tiempo que
se ha puesto de manifiesto su limitada capacidad de autorregulación.
Estas constricciones a las que me refiero podrían agruparse en dos
categorías: hay límites cognoscitivos y límites de autoridad, es decir,
limitaciones que se refieren al conocimiento como recurso de gobierno y límites
que tienen que ver con el recurso que solemos entender como poder.
Los límites cognoscitivos serefieren al hecho de que entramos en una era de
mayores incertidumbres en general, pero de manera particularmente aguda en el
caso de la política. Particularmente inquietante es la "ignorancia sistémica"
cuando nos referimos a riesgos sociales, futuros, a constelaciones de actores,
dentro de las cuales demasiados eventos están relacionados con demasiados
eventos, de modo que queda desbordada la capacidad de decisión de los actores
individuales... pero que con demasiada frecuencia también sobrepasa la
competencia de los sistemas políticos en su conjunto. Cuando se trata de
sociedades complejas, donde todo está densamente interconectado, la gran
cuestión es cómo podemos protegernos de nuestra propia irracionalidad, de los
encadenamientos fatales.
Estas limitaciones se ponen especialmente de manifiesto en ciertas asimetrías
cognoscitivas a las que el poder político no estaba acostumbrado, más bien al
contrario. Por un lado, en una sociedad del conocimiento los Estados ya no
tienen enfrente a una masa informe de inexpertos, sino a una inteligencia
distribuida, una ciudadanía más exigente y una humanidad observadora, de la que
forma parte un gran número de organismos internacionales que no solamente les
evalúan, sino que disponen frecuentemente de más y mejor saber experto que los
Estados. Por otro lado, el aumento de la complejidad de los problemas que la
política debe resolver se traduce en una disminución de las competencias
cognitivas del poder político, muchas de cuyas dificultades proceden no tanto de
que no pueda como de que no sabe. Por poner el caso agudo de la gobernanza
financiera: toda la clave de la dificultad estriba en el hecho dramático de que
los reguladores han de regular a partir del saber experto que le suministran
quienes van a ser regulados. En estos y en otros muchos casos ocurre que, dicho
sin eufemismos, el que manda ya no es el que más sabe.
La política, que estaba acostumbrada al control y la jerarquía, se ve
obligada a gestionar las nuevas limitaciones, desarrollar una inteligencia
cooperativa, reconstruir la confianza y pensar en los efectos sistémicos de las
decisiones. Especialmente importante es el gobierno de los riesgos sistémicos,
es decir, de los que proceden de una interacción no transparente entre los
componentes de un conjunto concatenado. Buena parte de nuestro fracaso colectivo
a la hora de gobernar el sistema financiero global, por ejemplo, se debe a que
toda la acción regulatoria se ha dirigido a los componentes singulares, mientras
que el modo como interactuaban esos elementos ha permanecido intransparente. Por
supuesto que los riesgos sistémicos se caracterizan por una enorme cantidad de
incertidumbre, pero hay modos de gestionar la incertidumbre; hay vida política
-márgenes de acción, decisiones posibles- allá donde hay racionalidad,
conocimiento, recursos y autoridad limitadas.
Existe otro conjunto de constricciones que se refieren a la dificultad de
ejercer el poder, de representar una autoridad reconocida, de decidir o de ser
eficaz en un mundo como el nuestro y en un momento como el actual. En medio de
espacios abiertos y una densa interdependencia la soberanía es un instrumento
muy limitado, las fronteras apenas protegen, los riesgos están mutualizados y
entramos en ese ámbito de volatilidad y contagio que se ha hecho más inquietante
desde que estalló la crisis económica, con todos sus corolarios:
encadenamientos, contaminación, turbulencias, toxicidad, inestabilidad... ¿Cómo
se gobierna una sociedad en la que los problemas carecen de límites mientras que
los instrumentos están muy limitados?
Comencemos constatando que el poder duro (sin conocimiento, sin persuasión,
unilateral, como orden) no es un procedimiento apropiado para los procesos
sistémicos de elevada complejidad. Cuanto más depende la política de la
formación de procesos de formación de una voluntad política inteligente, más
anticuada resulta la idea de soberanía. Volvamos al ejemplo de la crisis
financiera: los mercados financieros se desarrollan sobre una agregación
transindividual de conocimiento y desconocimiento (incertidumbres, riesgos e
ignorancia) que ninguna persona o institución singular está en condiciones de
dirigir. Para gobernarlos la política tiene que proceder a una transformación
profunda tanto de las ideas como de los procedimientos de gobierno para abrirlos
a una mayor horizontalidad, tanto en relación con la sociedad que debe ser
gobernada como hacia otros Estados con los que es preciso cooperar más
intensamente.
Es cierto que los mercados están condicionando a los Estados de una manera
brutal, pero ¿no será que los Estados son tan vulnerables ante estos ataques
porque mantienen una estructura anacrónica y que podrían resistir si se tomaran
en serio el camino de la cooperación? ¿Qué mejor contrapunto para la
globalización financiera que una Europa que hubiera completado su transformación
postsoberanista?
Necesitamos una nueva sabiduría de los límites y una inteligencia para
entenderlos como una oportunidad para llevar a cabo una política en la que
volvamos a combinar efectividad y democracia. De que la política aprenda este
nuevo lenguaje depende que esté liderando las nuevas transformaciones o siga
quejándose del poco juego que le permiten las nuevas circunstancias.
Daniel Innerarity, La era de los límites, El País, 29/12/2011
http://www.elpais.com/articulo/opinion/era/limites/elpepiopi/20111229elpepiopi_4/Tes?print=1
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