Teoria de la pau democràtica.
La teoría se basa en una observación empírica bastante concluyente. Resulta
que, estadísticamente, "las democracias raramente van a la guerra entre
ellas", es decir, la probabilidad de conflicto entre democracias es
menor que la probabilidad de conflicto entre dictaduras y, también entre
dictaduras y democracias. Esta sencilla afirmación es objeto de una viva
polémica desde hace años en el mundo académico: primero porque la
definición de "democracia" es más elástica de lo que parece,
dándose casos de regímenes parcialmente democráticos que sí que han ido a la
guerra entre ellos; segundo porque el empleo del término
"raramente" ya indica que, como toda regla, esta tiene algunas
excepciones notables (la guerra de 1898 entre España y Estados Unidos es,
curiosamente, uno de los obstáculos más insalvables que tiene esta teoría); y,
tercero, porque el término guerra se ha transmutado tanto en los últimos años,
con la aparición de conflictos entre actores estatales y actores no-estatales, o
conflictos de carácter fundamental civil (incluidos los genocidios), que la
"guerra clásica" entre Estados es, cada vez, más, una anomalía.
Pero, en términos generales, la evidencia empírica es lo suficientemente robusta
como dar cierta credibilidad a esta afirmación sobre el pacifismo de las
democracias (al menos entre ellas).
El problema es que, como señala Juan Tovar en su tesis, la ristra de
intervenciones militares estadounidenses en pro de la democracia que
siguieron al fin de la guerra fría (Haití, Somalia, Bosnia, Kosovo, Afganistán o
Irak) ha resultado en un rotundo fracaso: ni han dejado
Estados viables, ni naciones cohesionadas, ni democracias consolidadas.
Cierto que los motivos de estas intervenciones no han sido tan “limpios” como
pretenden aquellos que las dirigieron: en el caso de Irak, por
ejemplo, es bastante evidente que la preocupación por la democracia fue muy
posterior a la decisión de intervenir, actuando más bien como un refuerzo
justificativo una vez que la tesis de las armas de destrucción de masiva no se
demostró capaz de fraguar un consenso suficiente. Tampoco en
Afganistán hubo originariamente una gran preocupación por el
régimen político: sólo se comenzó a construir un Estado moderno y una democracia
cuando se constató que era la única vía para ganarse a los afganos y
deslegitimar a los talibanes. Algo parecido puede decirse de
Somalia, donde las razones humanitarias (la hambruna) precedieron a las
preocupaciones sobre el régimen político.
En cualquier caso, lo interesante es hasta qué punto los casos mencionados
demuestran, independientemente de las razones originales, justificadas o no, que
estuvieran detrás de la intervención militar, que la imposición de la
democracia ha sido un desastre. Puede que, en muchos de estos casos,
todas las alternativas fueran peores (recuérdense las consecuencias del
no-intervencionismo en Ruanda). Como también es cierto que hay algunas
excepciones honrosas (¿Sierra Leona?, Japón y Alemania en otro contexto) a la
norma que nos dice que la imposición desde arriba de la democracia no funciona
(y menos con bombas). Pero lo cierto, es que pese a sus beneficios, morales y
prácticos, la agenda de la democracia está hoy en entredicho:
primero porque sus promotores han salido escaldados de unas intervenciones que
se han vuelto en contra de ellos, y segundo porque los que no creen en dicha
agenda (fundamentalmente Rusia y China, por su papel en el Consejo de Seguridad)
están crecidos. Reconstruir la agenda democrática es un gran desafío,
que nadie parece hoy por hoy en condiciones de recoger. Si Woodrow
Wilson levantara la cabeza...
José Ignacio Torreblanca, Guerras justas, intervenciones legítimas, desastres de gran calado, Café Steiner, 18/01/2012
http://blogs.elpais.com/cafe-steiner/2012/01/guerras-justas-intervenciones-leg%C3%ADtimas-desastres-de-gran-calado-1.html
http://blogs.elpais.com/cafe-steiner/2012/01/guerras-justas-intervenciones-leg%C3%ADtimas-desastres-de-gran-calado-1.html
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