Teoria de la pau democràtica.


En principio, la democracia es un bien en sí mismo, así que su promoción no necesita de más justificaciones que las morales. Pero en la práctica, existe un consenso bastante amplio sobre el hecho de cuantas más democracias haya en el mundo, más pacíficas y estables serán las relaciones internacionales. Por tanto, la promoción de la democracia no sólo sería buena, sino beneficiosa. En el fondo de este debate subyace lo que conocemos como la "teoría de la paz democrática". El postulado de esta teoría es sencillo: sostiene que las democracias son más pacíficas que las dictaduras. El argumento tiene fundamentaciones filosóficas, especialmente Immanuel Kant y su "proyecto de paz perpetua” y ha sido luego desarrollado en detalle por el académico Michael Doyle y otros.

La teoría se basa en una observación empírica bastante concluyente. Resulta que, estadísticamente, "las democracias raramente van a la guerra entre ellas", es decir, la probabilidad de conflicto entre democracias es menor que la probabilidad de conflicto entre dictaduras y, también entre dictaduras y democracias. Esta sencilla afirmación es objeto de una viva polémica desde hace años en el mundo académico: primero porque la definición de "democracia" es más elástica de lo que parece, dándose casos de regímenes parcialmente democráticos que sí que han ido a la guerra entre ellos; segundo porque el empleo del término "raramente" ya indica que, como toda regla, esta tiene algunas excepciones notables (la guerra de 1898 entre España y Estados Unidos es, curiosamente, uno de los obstáculos más insalvables que tiene esta teoría); y, tercero, porque el término guerra se ha transmutado tanto en los últimos años, con la aparición de conflictos entre actores estatales y actores no-estatales, o conflictos de carácter fundamental civil (incluidos los genocidios), que la "guerra clásica" entre Estados es, cada vez, más, una anomalía. Pero, en términos generales, la evidencia empírica es lo suficientemente robusta como dar cierta credibilidad a esta afirmación sobre el pacifismo de las democracias (al menos entre ellas).

El problema es que, como señala Juan Tovar en su tesis, la ristra de intervenciones militares estadounidenses en pro de la democracia que siguieron al fin de la guerra fría (Haití, Somalia, Bosnia, Kosovo, Afganistán o Irak) ha resultado en un rotundo fracaso: ni han dejado Estados viables, ni naciones cohesionadas, ni democracias consolidadas. Cierto que los motivos de estas intervenciones no han sido tan “limpios” como pretenden aquellos que las dirigieron: en el caso de Irak, por ejemplo, es bastante evidente que la preocupación por la democracia fue muy posterior a la decisión de intervenir, actuando más bien como un refuerzo justificativo una vez que la tesis de las armas de destrucción de masiva no se demostró capaz de fraguar un consenso suficiente. Tampoco en Afganistán hubo originariamente una gran preocupación por el régimen político: sólo se comenzó a construir un Estado moderno y una democracia cuando se constató que era la única vía para ganarse a los afganos y deslegitimar a los talibanes. Algo parecido puede decirse de Somalia, donde las razones humanitarias (la hambruna) precedieron a las preocupaciones sobre el régimen político.

En cualquier caso, lo interesante es hasta qué punto los casos mencionados demuestran, independientemente de las razones originales, justificadas o no, que estuvieran detrás de la intervención militar, que la imposición de la democracia ha sido un desastre. Puede que, en muchos de estos casos, todas las alternativas fueran peores (recuérdense las consecuencias del no-intervencionismo en Ruanda). Como también es cierto que hay algunas excepciones honrosas (¿Sierra Leona?, Japón y Alemania en otro contexto) a la norma que nos dice que la imposición desde arriba de la democracia no funciona (y menos con bombas). Pero lo cierto, es que pese a sus beneficios, morales y prácticos, la agenda de la democracia está hoy en entredicho: primero porque sus promotores han salido escaldados de unas intervenciones que se han vuelto en contra de ellos, y segundo porque los que no creen en dicha agenda (fundamentalmente Rusia y China, por su papel en el Consejo de Seguridad) están crecidos. Reconstruir la agenda democrática es un gran desafío, que nadie parece hoy por hoy en condiciones de recoger. Si Woodrow Wilson levantara la cabeza...

José Ignacio Torreblanca, Guerras justas, intervenciones legítimas, desastres de gran calado, Café Steiner, 18/01/2012
http://blogs.elpais.com/cafe-steiner/2012/01/guerras-justas-intervenciones-leg%C3%ADtimas-desastres-de-gran-calado-1.html

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