Les causes de la disminució de la violència en el món.
”El siglo XX fue el más sangriento en la historia.” Esta frecuente
aseveración es popular entre los románticos, los religiosos, los nostálgicos y
los cínicos. La usan para impugnar una gama de las ideas que prosperaron en
este siglo, incluyendo la ciencia, la razón, el laicismo, el darwinismo y el
ideal de progreso. Pero este factoide histórico raras veces se sosteniente con
cifras, y seguramente es una ilusión. Nos inclinamos a pensar que la vida
moderna es más violenta porque los registros históricos a partir de eras
recientes son más completos, y porque la mente humana sobrestima la frecuencia
de acontecimientos vívidos y memorables. También nos preocupamos más que antes
por la violencia. Las historias antiguas están llenas de conquistas gloriosas
que hoy serían clasificadas como genocidios, y líderes que se conocieron en la
historia como Tal-y-Tal el Grande serían ahora procesados como criminales de
guerra.
Cuando se intenta cuantificar las cifras de muertes de pasadas eras,
resulta que muchos de aquellos imperios, de los maníacos victoriosos, de las
invasiones de tribus a caballo, de las tratas de esclavos y de las
aniquilaciones de pueblos nativos tenían un total de bajas que, ajustadas a la
población, pueden compararse a ambas guerras mundiales. La guerra antes de la
civilización era más sangrienta. La arqueología forense y la demografía
etnográfica sugieren que alrededor del 15 % de las personas que viven en
sociedades sin estado mueren violentamente (cinco veces la proporción de
muertes violentas en el siglo XX sumando la guerra, el genocidio y las
hambrunas causadas por el hombre)
Además, un siglo tiene 100 años, no solamente 50, y la segunda mitad del
siglo XX ha asombrado a los historiadores de lo militar con una carencia de
guerras sin precedente entre estados desarrollados y grandes potencias. Las
guerras civiles proliferaron en los años que siguieron a las dos guerras
mundiales, pero éstas tienden a ser menos destructivas que las guerras entre
estados, aparte de disminuir en su número y en las cifras de muertes. Han
habido menos bajas por guerra en la primera década del SXXI que en cualquiera
de las cinco décadas precedentes.
La obsolescencia de las grandes guerras es sólo uno de muchos motivos de la
disminución de la violencia. Los porcentajes de homicidios en Europa se han
dividido al menos por 30 desde la Edad Media: aproximadamente de 40 personas
por 100,000 al año en el siglo XIV a 1.3 al final del XX.
Bárbaras costumbres que durante milenios no fueron nada excepcionales como
el sacrificio humano, la persecución de brujas y herejes, la esclavitud, los
deportes sangrientos, las torturas y las mutilaciones punitivas, las
ejecuciones sádicas (la pira, el quebrantamiento, la crucifixión, la
evisceración, el empalamiento) y la ejecución por crímenes sin víctimas ha sido
suprimidas en la mayor parte del mundo. En los últimos 50 años hemos asistido a
una cascada de revoluciones de derechos – civiles, de las mujeres, de niños, de
gays, de los animales – que han reducido, de forma demostrable, los porcentajes
de linchamientos, pogromos, violaciones, abusos conyugales, maltratos
infantiles, azotainas, ridiculización de los homosexuales, de la caza y de la
insensibilidad por los animales de laboratorio.
La disminución histórica de la violencia (mirar ‘Murder’s downfall’) es un desafiante rompecabezas científico para quien le interese la naturaleza
humana. La violencia no es solamente un moda cultural que pasa como los
miriñaques y las polainas. El comportamiento agresivo es general en todas
partes de la historia y la prehistoria de nuestra especie, y no muestra signos
de haber sido inventado en un lugar y llevado a otras partes. El cerebro humano
ha conservado los circuitos que soportan la rabia y el predominio en los
mamíferos, y los chicos juegan a pelearse en todos los lugares. Una mayoría de
adultos tiene fantasías homicidas y disfruta con los espectáculos violentos, y
la variación de las tendencias violentas en los individuos es
considerablemente hereditaria. Al mismo tiempo, ningún tipo de violencia se ha
quedado en un nivel fijo en el curso de historia. Sea lo que sea lo que causa
la violencia, no es un impulso perenne como el hambre, el sexo o el sueño.
LOS ÁNGELES BUENOS
¿Qué ha causado la disminución de la violencia? Poco o nada de esta
disminución puede explicarse por la selección natural. La velocidad de la
evolución biológica se mide en generaciones, y buena parte del declive ha sido
cosa de décadas o años. La explicación más prometedora, creo, es que los
componentes de la mente humana que inhiben la violencia – lo que Abraham
Lincoln llamó ” los ángeles buenos de nuestra naturaleza ” – han sido cada vez
más estimulados.
Hoy, la empatía es el más famoso de los ángeles buenos. Se estudia en
niños, chimpancés, estudiantes e, incluso, en simples neuronas, y se ha
propuesto en best-sellers como la solución a los problemas de la humanidad.
Realmente, una mejora de la empatía – promovida por el alfabetismo, los viajes
y el cosmopolitismo – ayuda a explicar por qué la gente de hoy abjura de los
castigos crueles y se preocupa más por los costes humanos de la guerra.
Pero la empatía no puede ser toda la historia. Contrariamente a la noción
popular de que las neuronas espejo hacen a los primates reflexivamente
empáticos, la empatía es una emoción voluble. Se dispara con un niño monísimo,
con la belleza, el parentesco, la amistad, la semejanza y la solidaridad. Y
fácilmente se suspende o se convierte en lo contrario, la schadenfreude (placer
por la desgracia ajena), con la competición o la venganza
La conciencia moral – otro campo de investigación de gran interés en la
psicología – también es un concepto menos pacífico de lo que se podría
pensar. Ninguna sociedad define la virtud únicamente por la evitación del daño.
Las intuiciones morales también surgen de preocupaciones como la de traicionar
a una coalición, de la propia contaminación o la de la comunidad, y del desafío
o del insulto a una autoridad. Como la gente siente que las infracciones
morales son legítimamente punibles, una definición amplia de la moralidad
proporciona una lista amplia de ofensas por las que el pecador puede ser
castigado violentamente, incluyendo la homosexualidad, la conducta licenciosa, la
blasfemia, la herejía, la indecencia y la profanación de los símbolos sagrados.
Además, como la moralidad proporciona a la gente motivos para actos
violentos que no les aportan ninguna ventaja tangible, a menudo es más el
problema que la solución. Si sumáramos todos los homicidios cometidos por la
sola búsqueda de la justicia, las víctimas de las guerras religiosas y
revolucionarias, la gente ejecutada por crímenes sin victimas y todos los
huevos rotos en genocidios para hacer tortillas utópicas, seguramente
excederían en número a las víctimas de la depredación amoral y la mera
conquista.
Lo que más ha contribuido, psicológicamente hablando, en la disminución de
violencia en el largo plazo puede haber sido en cambio la razón: las facultades
cognitivas, que pulidas por el intercambio de ideas a través del lenguaje, nos
permiten entender el mundo y negociar arreglos sociales. La razón, admitámoslo,
parece vivir tiempos difíciles. La cultura popular llega a nuevas simas de
estupidez, y el discurso político es una carrera hacia abajo. Vivimos en una
era de creacionismo científico, de estupideces de la Nueva Era, de teorías
conspirativas del 9/11 y de teléfonos directos de videntes y tarotistas.
Incluso participan científicos. Los seres humanos se rigen por sus pasiones,
dicen muchos psicólogos, y usan la razón sólo para racionalizar sus
sentimientos viscerales después de actuar. Los economistas de la conducta se
regocijan en mostrar cómo el comportamiento humano se aparta de la teoría del
actor racional, y los periodistas que simpatizan con ello no pierden la
oportunidad de diseminarlo. La idea es que, como la irracionalidad es
inevitable, nos relajemos y gocemos.
Pero he acabado creyendo que tanto la evaluación pesimista del estado de la
razón en el mundo como que eso no es una cosa tan mala son errores. A pesar de
toda su insensatez, las sociedades modernas han ido haciéndose más inteligentes
y, estando todo igual, un mundo más inteligente es un mundo menos violento.
¿Por qué la razón nos lleva sufrir menos violencia? La clave más obvia la
capta muy bien la frase del escritor francés Voltaire que dice que ” los que pueden hacerle creer cosas absurdas
pueden hacerle cometer atrocidades”. Desenmascarar las falsedades – como la
creencia de que los dioses demandan sacrificios, los herejes van al infierno,
los judíos envenenan los pozos, los animales no sienten, los Africanos son
brutos y los reyes mandan por derecho divino – socava muchas de las razones
para usar la violencia.
La razón también hace que la gente desee menos violencia. Esta idea parece
violar la afirmación del filósofo escocés David
Hume de que ” la razón es, y debería ser, únicamente la esclava de las
pasiones “. La razón, por sí misma, puede ser un camino hacia la paz o hacia la
guerra, hacia a la tolerancia o hacia la persecución, dependiendo lo que quiera
el que razona.
LA VIDA POR ENCIMA DE LA
MUERTE
Pero hay dos condiciones que tenderán a unir la razón con la no violencia.
La primera es que quienes razonan se preocupan por su propio bienestar. Prefieren
vivir a morir, conservar intactas las partes de su cuerpo y pasar sus días con
comodidad más que con dolor. La lógica no los fuerza a tener esos prejuicios.
Así cualquier producto de la selección natural – pongamos para empezar
cualquier agente que haya aguantado los estragos de la entropía suficientemente
tiempo para razonar – probablemente los tiene.
La segunda condición consiste en que quien razona sea parte de una
comunidad de razonadores que puedan afectar su bienestar y comprender el
razonamiento de cada uno. Y desde luego el Homo sapiens no es solamente un
animal racional sino social y que usa el lenguaje. El interés propio y la
sociabilidad se combinan con la razón para producir una moralidad en la cual la
no violencia es un objetivo. Si un agente dice, ” es malo que me haga daño “,
también implica ” es malo que le haga daño “, porque la lógica no puede
diferenciar entre ‘mí’ ‘y usted’. Por lo tanto, en cuanto tratas de convencer a
alguien de que no te dañe apelando a los motivos por los que no debería
hacerlo, apelas a un compromiso en el que la anulación del daño es un objetivo
general.
La gente, desde luego, no fue creada en origen en un estado de razón.
Descendemos de primates parecidos a un mono, pasamos cientos de miles de años
en pequeñas bandas y desarrollado nuestros procesos cognoscitivos en ser
cazadores-recolectores y en socializar. Sólo gradualmente, con la aparición del
alfabetismo, de las ciudades y los viajes a larga distancia y la comunicación,
pudieron nuestros antepasados cultivar la razón y aplicarla a una gama más
amplia de preocupaciones. Como la racionalidad colectiva se pule con los años,
se restringen los impulsos cortos de vista y en sangre caliente a la violencia,
y nos fuerza a tratar a un número mayor de agentes como querríamos que nos
trataran a nosotros.
Desde luego, parece increíble que nos tomara tanto tiempo entenderlo. ¿Por
qué necesitó la racionalidad humana miles de años para concluir que algo andaba
mal con la esclavitud? ¿O con las palizas a los niños, la violación de las
mujeres sin tutela masculina, la exterminación de pueblos indígenas,
encarcelando a homosexuales, o las guerras emprendidas para aliviar la vanidad
herida de los reyes?
Quizás la gente se ha hecho más agradable porque se ha vuelto más lista. Ha
ido espabilándose cada vez más.
MÁS INTELIGENTES SIN INTERRUPCIÓN
A principios de los años 80, el filósofo James Flynn de la Universidad de Otago en Dunedin, Nueva Zelanda,
tuvo su momento Eureka cuando notó que las empresas que venden pruebas de CI
(cociente intelectual) renormalizaban periódicamente sus puntuaciones. Las
generaciones posteriores, dándoles el mismo juego de preguntas que a las
anteriores, daban más respuestas correctas. Flynn investigó por el mundo las pruebas de los tests, y el
resultado fue el mismo en cada muestra: las puntuaciones del CI habían
aumentado a lo largo del siglo XX. Un adolescente medio de hoy, si pudiera ir
atrás en el tiempo hasta 1910, tendría un CI de 130, y una persona típica de
1910, transportada al presente, tendría un CI promedio de 70.
El aumento no está sólo en la inteligencia general, el factor hereditario
que es la base de todos los componentes de la inteligencia (como el
vocabulario, la aritmética y el conocimiento). Se concentra en el razonamiento
abstracto, como notar similitudes (” Qué tienen en común una libra y una
pulgada? ¿”) y analogías (” el PÁJARO es al HUEVO como el ÁRBOL es a qué? “).
Las causas más probables son los aumentos en la duración y la calidad de
educación, la extensión de la manipulación de símbolos en el trabajo y en el
ocio, y la permeación del razonamiento científico y analítico en la vida
diaria.
¿Podría haber atenuado la violencia una mejora de la razón? Considere las
declaraciones de grandes hombres de hace un siglo, como Theodore Roosevelt, que
escribió: “No llego tan lejos como para pensar que los únicos Indios
buenos son los Indios muertos, pero creo que nueve de cada diez sí, y no me
gustaría preguntarme demasiado en el caso del décimo “, o el joven Winston
Churchill, que llevó alegremente a cabo atrocidades en las colonias británicas
de Asia y África y escribió: ” Odio a los Indios. Son una gente bestial
con una religión bestial. ”
Hoy nos sorprendemos por lo compartimentado de la moralidad de estos
hombres, que eran esclarecidos en tantos sentidos cuando se trataba de su
propia raza. Pero nunca dieron el salto mental que los hubiera llevado a tratar
las otras razas con la misma consideración.
A los niños de hoy se les ha animado a dar estos saltos cognitivos con
amables instrucciones como ” hay Indios malos y hay Indios buenos, como hay
gente mala blanca y gente buena blanca. No puedes saber si una persona es buena
o mala por el color de su piel “, “ y, sí, las cosas que hacen estas personas
nos parecen raras. Pero las cosas que nosotros hacemos les parecen raras a
ellos. ” Tales lecciones no son adoctrinamiento sino razonamiento dirigido, que
lleva a los niños a conclusiones que pueden aceptar en sus propios parámetros,
y la comprensión que resulta se ha vuelto una segunda naturaleza.
¿Hay alguna evidencia de que las mejoras en el pensamiento nos hagan menos
violentos? La neurociencia cognitiva sugiere que la moralidad no solamente está
dirigida por circuitos límbicos que subyacen a la emoción sino también
por partes de la corteza prefrontal que son la base del pensamiento abstracto.
Y el registro histórico muestra que muchos avances humanos fueron iniciados en
el reino de ideas. Los filósofos prepararon informes cuidadosos contra la
esclavitud, el despotismo, la tortura, la persecución religiosa, la crueldad
con los animales, la dureza con los niños, la violencia contra mujeres y las
guerras frívolas. Estos argumentos fueron diseminados en folletos y bestsellers
y discutidos en salones y publicaciones, y luego en convenciones y legislaturas
que implementaron reformas. También hay eslabones más directos entre la razón y
la paz. Por regla general, y manteniendo todo lo demás constante, la gente con
mejor razonamiento comete menos crímenes, es más probable que colabore en
juegos experimentales y tiene clásicamente actitudes liberales como la
oposición al racismo y al sexismo. Y por regla general, manteniendo todo lo
demás constante, las sociedades con los niveles más altos de logro educativo e
intelectual son más receptivas a la democracia, y tienen porcentajes inferiores
de guerra civil. Los abogados de la razón y sus regalos, como la ciencia, la
tecnología y la democracia secular, ya no sienten que deban estar a la
defensiva. Las estimaciones comparativas entre lo mejor y lo peor del siglo XX
eran siempre groseras, y es hora de reexaminarlas bajo el prisma de la
historiografía con componentes estadísticos sólidos. Casi siete décadas después
de los horrores de la primera mitad del siglo XX podemos constatar que aquellos
picos no eran normativos ni tampoco el presagio de un futuro peor, sino una
punta esporádica de la cual el mundo ha descendido precipitada y notoriamente.
Las ideologías que los produjeron eran atavismos que terminaron en el cubo de
basura de la historia, y el ideal de derechos humanos universales, que habrían
parecido azucarados o incoherentes a nuestros antepasados, se han hecho lugares
comunes de la moral de nuestra época.
Las fuerzas de razón, desde luego, no han empujado regularmente en una
dirección; tampoco nos traerán la utopía. Pero la razón ha hecho algo más que
mejorar nuestra salud, experiencia y conocimiento – ha hecho del mundo, de
manera cuantificable, un lugar menos violento.
Steven Pinker, Domesticando nuestro demonio interior, Cultura 3.0. 03/11/2011
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