Exercici de transparència reial.
El silencio de casi todos los políticos sobre el desmesurado presupuesto de
la Casa Real y sobre el disparatado jornal de quienes no son más que
funcionarios del Estado (o cónyuges de los mismos) se explica por el miedo a
perder sus propios privilegios. Cómo criticar el dispendio del rey sin renunciar
inmediatamente a las ventajas económicas de esa casta llamada clase política. El
silencio que guardan sobre este asunto algunos periódicos serios me resulta más
difícil de entender. No se trata de decir que el rey está desnudo, sino todo lo
contrario: que está forrado y que sería bueno —bueno para la supervivencia a
medio plazo de la institución— que renunciara a una serie de privilegios,
intolerables en un país pobre y en crisis.
Me da igual el presupuesto de otras casas reales europeas. Para juzgar si el
sueldo de nuestro primer funcionario es justo no hay que compararlo con el que
tiene la reina de Inglaterra (cuya familia por cierto está más fiscalizada que
la Borbón), sino con nuestro salario mínimo o con el sueldo de nuestros
funcionarios del grupo A. La diferencia entre uno y otro es la que va de un país
demócrata a otro que todavía conserva en el tuétano de sus huesos legislativos
la esencia no sé si del franquismo o de la economía feudal.
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