El món gestionat com una botiga de queviures.
Margaret Tatcher |
Esta joven tendera tenía una voluntad férrea y la inteligencia muy despierta,
lo que le permitió conseguir una beca para estudiar en un colegio de Oxford,
pero llevaba ya incorporadas en el cerebro las lecciones prácticas que se
aprenden de la vida y no en la universidad: que dos y dos son cuatro y nunca son
cinco. En 1946, recién terminada la guerra mundial, era una hazaña que una chica
como Margaret fuera admitida en el círculo de los estudiantes elitistas y que,
encima, decidida a meterse en política, eligiera hacerlo en el Partido
Conservador. Un clan lleno de machistas, gentes de casta, viejos lores,
aristócratas cacatúas y herederos mantecosos, cuyas mujeres permanecían en casa
dando órdenes a los criados después de montar a caballo por la pradera.
Todo el secreto de la Dama de Hierro fue que defendió en economía las cuentas
de la vieja con suma entereza y obstinación. Por lo demás, la política consistía
en mantener siempre muy alta una moral de combate. Esta actitud de no permitirse
nunca una duda fue un disolvente entre los blandos varones de Partido
Conservador. Margaret Thatcher comenzó a escalar puestos; primero obtuvo un
escaño en el Parlamento, y antes de acceder al puesto de ministra de Educación,
ensayó sus armas como secretaria de la Seguridad Social, donde practicó las
mismas artes que la zorra realiza en un corral de gallinas; luego fue líder del
Partido Conservador, y en 1979, mientras el IRA hacía saltar por los aires a
lord Mountbatten desde su yate, Margaret Thatcher ganó las elecciones generales
y se convirtió en la primera ministra, un suceso insólito en la historia de
Europa. A renglón seguido, comenzó a aplicar la receta de una tendera de clase
media. El mercado lo es todo. El mercado se corrige a sí mismo, se purifica
expulsando de su seno a los débiles y a los holgazanes. El Estado no está para
ayudar a los ciudadanos. Cada uno es responsable de sí mismo.
Mientras Margaret Thatcher planchaba a los sindicatos, privatizaba a las
empresas públicas, se enfrentaba a las huelgas y entronizaba el neoliberalismo
más salvaje, desde Dawning Street se dirigía a la Cámara de los Comunes con el
bolso de cocodrilo charolado como el mismo espíritu con que iba a la tienda de
ultramarinos de su padre. Fue el gran festín del librecambio con los perros de
la codicia humana ladrando en el corazón del dinero. Pero aquella fiesta se
convirtió en el baile maldito de esta durísima crisis económica.
Manuel Vicent, La dama que soltó los perrros de la codicia, El País, 21/01/2012
http://www.elpais.com/articulo/Revista/sabado/dama/solto/perros/codicia/elpepirsa/20120121elpepirsa_2/Tes?print=1
Manuel Vicent, La dama que soltó los perrros de la codicia, El País, 21/01/2012
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