La substància i Spinoza.




La realidad única y total en los términos de Spinoza es la sustancia infinita. La noción filosófica de sustancia procede de la filosofía clásica griega. Aristóteles la tematiza como lo que subyace y da identidad a un ente o cosa particular. Pero para Spinoza sustancia es:

“aquello que es en sí y se concibe por sí: esto es, aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra cosa para formarse” (Baruch Spinoza (1991): E, I., def. III).

La sustancia en estado más puro es aquello que no necesita de “otra cosa”; es decir: esa realidad es causa de sí, se da o hace a sí misma: Esa realidad es Dios, que es la totalidad, lo absoluto, la suprema sustancia, la sustancia infinita:

“Dios es un ente absolutamente infinito, esto es: una sustancia que consta de infinitos atributos, de los que cada uno expresa la esencia eterna e infinita” (Baruch Spinoza (1991): E,I, def.VI).

Dios y la infinitud de la sustancia son conceptos inseparables. Y la sustancia infinita como realidad máxima y absoluta “consta de infinitos atributos”. Por un lado esto introduce la potencialidad, la expresividad, la generación de los atributos infinitos. El poder o potencia de la sustancia no puede ser limitado en sus efectos o expresiones. Por eso, sus atributos deben ser también, por tanto, infinitos.

Pero el humano solo puede entender dos atributos: el pensamiento y la extensión.

El pensamiento involucra las ideas, las formas o géneros del conocimiento, el entramado de los conceptos, el entendimiento. La extensión alude a lo que se manifiesta en el espacio, lo que ocupa lugar en la exterioridad como los cuerpos. Cada cuerpo es un modo o variación de este atributo de la extensión; las ideas son modos del pensamiento. Las ideas, los cuerpos, los entes, las cosas, son y co-existen en la sustancia infinita o Dios. Por tanto:

“Todo lo que es, es en Dios; y nada puede ser ni concebirse sin Dios» (Baruch Spinoza (1991): E. I, pr. XV)

Así, nada existe fuera de la unidad de la sustancia infinita o Dios. Las cosas, los cuerpos de los humanos y los felinos, de los insectos o de las rocas, las cosas que cambian en el tiempo de los segundos o las edades geológicas, se extienden en el espacio. Todo aquello, y la naturaleza como ámbito de todas las cosas ordenadas en leyes inmutables son dentro de la sustancia infinita o Dios.

Pero Dios como la sustancia infinita nada tiene que ver con el Dios personal de las religiones, con una voluntad divina creadora, que actúa por el amor al humano o al mundo que crea. No. La sustancia infinita o Dios es un orden universal, eterno y necesario. A su altura se remonta la razón universal, no la fe dogmática que se pretende superior a la racionalidad que entiende la totalidad. Y ese orden necesario y divino se expresa en las leyes naturales; y ese orden es en las cosas, pero las cosas no exhalan la misma esencia o jerarquía que la totalidad:

“Las cosas singulares no pueden existir ni ser concebidas sin Dios y, sin embargo, Dios no pertenece a su esencia” (Baruch Spinoza (1991), E, II, pr.10)

«Dios no pertenece a su esencia». Es decir: no pueden identificarse Dios y la naturaleza, el ámbito de las cosas. Dios o la sustancia infinita es inmanente, late en la red de las cosas, pero a la vez las trasciende. Es algo más. Eso más supone que Dios se expresa en infinitos atributos, pero en nuestro mundo humano conocido solo actúan el atributo del pensamiento y la extensión. Esos otros atributos no conocidos trascienden nuestra realidad, se despliegan en la mismidad de la sustancia infinita. Con el atributo del Pensamiento y la Extensión, según Karl Jaspers, es suficiente para suscribir la inmanencia; pero, a la vez, la sustancia infinita no se agota en su expresarse en las cosas, las trasciende más allá, hacia su insondable intimidad.

Inmanencia y trascendencia, lo que se llama panenteísmo entonces, no panteísmo, la proposición habitual Deus sive Natura (Dios o la Naturaleza), que se atribuye a Spinoza. En contra de una primera apariencia, el pensador que pule los cristales conserva la diferencia escolástica entre natura naturans (Dios como el Ser y la vida irreductible a toda particularidad), y natura naturata, el entramado de los modos infinitos y finitos, universales y particulares. Así no se disuelve la diferencia entre lo real mayor de la sustancia infinita y la extensión y el pensamiento en la que el humano se mueve y piensa. ​

En esta dirección, en una carta a Henry Oldenburg, Spinoza afirma que: «en cuanto a la opinión de ciertas personas de que identifico a Dios con la naturaleza (tomada como una especie de masa o materia corpórea), están muy equivocadas» (3).

Sin embargo, sí podemos concebir o entender que las cosas en la naturaleza solo son en la sustancia infinita divina, por lo que lo divino absoluto y el mundo natural no son separables:

“La extensión es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa extensa (E, I, proposición II).

Si Dios es una cosa extensa, y toda extensión se remite a la naturaleza, ésta así se diviniza, y participa de la realidad superior a la que solo se accede por la razón que entiende las cosas dentro de un orden eterno, bajo la perspectiva de la eternidad. 

Para Spinoza, las cosas nunca pudieron ser provocadas por Dios de «ni ningún otro modo ni con ningún otro orden a como fueron producidos» (E, V, pr. 33). La naturaleza de Dios es perfecta e inmutable. Entonces, si es perfecta es lo que debe ser, y no de otra manera. La realidad considerada metafísicamente está remitida a esa perfectísima inmutabilidad.

La libertad, como cristal que duplica un reflejo, también refleja el orden fijo, inmutable y eterno. Para el pensador que contempla caer la nieve, es una libertad-necesidad. Nada escapa, ni las ideas, ni las imágenes, ni las cosas, escapan de ser efecto o determinación de una causa. Para el austero filósofo de Ámsterdam, todo es así determinado. Determinismo. La propia libertad es aceptación de ese determinismo. La libertad no es, así, la elección de esto y lo otro (eso solo tiene una realidad psicológica), sino la aceptación racional del orden necesario enfundado en las leyes de la naturaleza. Pero también las cosas están determinadas a existir de «un modo fijo», en su condición de ser corruptibles.

Así para el filósofo de la tierra de los canales y los tulipanes, la realidad es una, orden eterno, infinita energía espiritual de la totalidad que se expresa infinitamente. La mente libre entiende y acepta y puja por elevarse a ese orden que el sujeto racional puede pensar y entender pero no construir en su existir como causa sui. El sujeto racional es testigo de la vastedad como rosa encendida de la sustancia de lo infinito, y los infinitos atributos. El sujeto no es el «gran sujeto» constructor de la única realidad significativa; es el observador embelesado por la gran presencia de la sustancia infinita que late dentro y fuera de su mente. La gran realidad, la inmensidad que abriga y colma de espiritualidad. Como esa realidad es una, ninguna nota queda fuera de su música, ni siquiera las cacofonías de la ignorancia, la irracionalidad o las supersticiones.

Esteban Lerardo, Spinoza y la realidad mayor, La mirada de Linceo 18/02/2024

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