¿Quién pagó los billones de dólares que costó fabricar y acumular el capital de la nube con tanta rapidez en manos de unos pocos nubelistas? Lo sorprendente es que fueron, sobre todo, los bancos centrales de los países del G-7. ¿Cómo es posible? Pues por accidente, o, para ser más exactos, por culpa de la crisis.
Tras el hundimiento del sector financiero en 2008, los banqueros centrales imprimieron nada menos que 35 billones de dólares para rescatar a los bancos mientras nuestros gobiernos sometían al pueblo a duras medidas de austeridad. Los capitalistas fueron suficientemente astutos como para prever que la gente no iba a tener un céntimo y no iba a poder comprar sus productos. Así que, en lugar de invertir, llevaron el dinero del banco central a la Bolsa y a los mercados de bonos, donde compraron acciones, bonos y, de paso, yates, arte, bitcoins, NFT y cualquier “activo” que pillaron.
Los únicos capitalistas que realmente invirtieron en capital fueron los dueños de las grandes tecnológicas. Por ejemplo, nueve de cada diez dólares que se invirtieron en crear Facebook procedían de ese dinero de los bancos centrales. Así se financió el capital en la nube y así se convirtieron los nubelistas en nuestra nueva clase dirigente.
Como consecuencia, el verdadero poder hoy no lo tienen los dueños de maquinaria, edificios, ferrocarriles, compañías telefónicas o robots industriales. Estos anticuados capitalistas terrestres siguen obteniendo plusvalías del trabajo asalariado, pero ya no son los que mandan. Se han convertido en vasallos de los propietarios del capital en la nube, de los nubelistas. En cuanto a los demás, hemos vuelto a nuestra antigua condición de siervos y contribuimos a la riqueza y el poder de la nueva clase dominante con nuestro esfuerzo no remunerado, que se añade al trabajo asalariado que hacemos cuando tenemos la posibilidad.
¿Todavía no están convencidos? Ya, es difícil dejar atrás la palabra capitalismo. Los liberales no son los únicos para los que es como el agua para los peces. Los socialistas también necesitamos sentir que nuestro propósito en la vida es derrocar al capitalismo. Resulta difícil aceptar que el capital se nos ha adelantado y lo ha sustituido por algo peor. De hecho, mis amigos de izquierdas son los que más intentan disuadirme y convencerme de que sí, puede que el capital en la nube sea importante, pero “esto sigue siendo capitalismo, colega”.
Llamémoslo capitalismo rentista o capitalismo monopolista, me sugieren. Pero no es suficiente. El alquiler de la nube
no es como el alquiler del suelo, porque exige una enorme inversión en nuevas tecnologías. Y tampoco son rentas procedentes de un monopolio, porque Bezos y Zuckerberg no monopolizan mercados para vender lo que fabrican (como hacían Ford y Edison), sino que han sustituido a los mercados y no están interesados en fabricar nada (a diferencia de Ford y Edison).
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Qué tal capitalismo de vigilancia? Tampoco. Los nubelistas no se limitan a utilizar algoritmos para lavarnos el cerebro en nombre de los anunciantes en un entorno capitalista. No, el capital en la nube se reproduce gracias a nuestro trabajo gratuito,
explota directamente el trabajo asalariado y exprime las rentas de la nube de los capitalistas vasallos en plataformas comerciales que no son mercados. Esto no es capitalismo, señores.
¿Pero qué pasa con la afirmación de que
el tecnofeudalismo es parasitario del sector capitalista integrado en él? Es verdad. Si los capitalistas convencionales se extinguieran, los nubelistasdesaparecerían, incapaces de cobrar rentas de la nube a los fabricantes. ¿Y qué? Cuando el capitalismo acabó con el feudalismo, los capitalistas pasaron a ser parásitos de los terratenientes, en el sentido de que, sin tierras privadas que produjeran alimentos, el capitalismo habría desaparecido. Ahora, el sector capitalista tradicional también alimenta el tecnofeudalismo, pero los que dominan son el capital y las rentas de la nube.
El concepto de tecnofeudalismo demuestra que el hecho de que
los trabajadores del automóvil y los enfermeros se organicen, aunque sigue siendo esencial, es insuficiente. Aclara lo que va a costar movilizarse contra el cártel de los combustibles fósiles cuando nuestros medios de comunicación funcionan gracias a un capital en la nube preparado para envenenar a la opinión pública. Explica por qué el paso a los coches eléctricos
ha provocado la desindustrialización de Alemania, a medida que los beneficios de la ingeniería mecánica de precisión se sustituyen por los dividendos que obtienen los propietarios del capital en la nube dedicados a observar las rutas y los hábitos de los conductores. De repente tiene mucho más sentido
la decisión de Elon Musk de comprar Twitter, como interfaz entre sus acciones de capital mecánico en Tesla y SpaceX y el capital en la nube. La nueva guerra fría entre Estados Unidos y China, especialmente desde que empezó la guerra de Ucrania, se explica como la repercusión de un enfrentamiento de fondo entre dos tecnofeudalismos con rentas de la nube, uno en dólares y el otro en yuanes.
Siervos de las nubes, proletarios de las nubes y vasallos de las nubes del mundo, ¡uníos! No tenemos nada que perder, salvo nuestras cadenas mentales.
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