L'amor fa mal, igual que l'amistat (Clara Serra)
El consentimiento es el criterio jurídico que permite delimitar la violencia sexual, ahí no puede haber matices. Lo que defiendo es que un campo penal que garantice la distinción entre la violencia y el sexo se consigue más con un «no» que con un «sí». En un contexto de intimidación, el sí no significa nada y debe ser invalidado. Cuando en un caso mediático como la violación de ‘La Manada’ se utiliza el lema del «solo sí es sí», me parece un error, porque el hecho de que una mujer diga que sí coaccionada por cinco hombres no sirve jurídicamente para delimitar nada. Abogo por sacar el deseo de lo penal para que la justicia proceda con clarificación y para que no penalice a las víctimas. Recuerdo un juicio en el que el juez ponía en duda la violación porque la mujer había lubricado, y otro reciente de un menor en el que se remarcaba que había tenido una erección. Da igual que haya habido deseo si no hay capacidad de consentimiento. Si intentamos clarificar el deseo y meterlo en el terreno penal, enturbiamos todo.
... el deseo excede la lógica del contrato que requiere el consentimiento. Si depositamos demasiadas expectativas en el consentimiento como si este fuera a salvarnos de un sexo incómodo, desagradable o incluso doloroso, estamos idealizando una herramienta que no sirve para eso. Si defiendo el lema del «no es no» es, entre otras cosas, porque resguarda mucho más el deseo. Te permite decir que no a ciertas cosas, pero no te obliga a saber de antemano qué es lo que quieres. Cuando nos obligan a emitir un «sí» alto y claro se nos impone la carga de saber lo que deseamos con exactitud. Hay una idea del deseo muy neoliberal en el hecho de concebir el sexo como un contrato donde ambas partes tienen todo estipulado.
Hoy en día impera un discurso neoliberal sobre el sexo que yo localizaría en la pretensión de garantizar un pacto sexual donde se da por hecho que el sujeto es autosuficiente, porque se conoce a sí mismo, sabe lo que quiere y expresa en todo momento cómo obtener placer, y por lo tanto interactúa con otros de una manera fácil. Esta idea es muy naif, porque el deseo implica inevitablemente una oscuridad y vincularse con alguien supone asumir una incertidumbre. A menudo desconocemos lo que deseamos y lo descubrimos a través del otro, y en esa exploración no podemos recurrir al consentimiento para garantizar que nuestras relaciones sean plenamente deseadas. Una mujer puede consentir y después tener una relación sexual malísima y desagradable.
Para una parte del feminismo, si una relación es consentida pero no es deseada, deberíamos considerarla agresión sexual, y eso puede empantanar todo. Asumir que el criterio para que algo no sea violencia es que haya sido deseado, le damos al Código Penal la capacidad de acceder a nuestros deseos y nos puede conducir a una deriva peligrosa. Lo feminista no es limitar nuestro deseo, sino permitirnos hablar y escribir de ello sin sentir culpa o vergüenza. Cuando se afirma que el deseo de las mujeres garantiza un límite a la violencia, se presupone la bondad del deseo femenino, como si no pudiera ser igual de agresivo que el del hombre, se nos limita y además se nos impone la obligación de desear bien. Lo más interesante de liberar el deseo de la obligación de ser bueno es precisamente reivindicar que existe también la voluntad. Una mujer adulta debe tener la posibilidad de elegir sin que nadie la juzgue.
Lucía Tolosa, entrevista a Clara Serra: "Abogo por sacar el deseo de lo penal", ethic.es 06/03/2024
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