Spinoza i la seva crítica de l'antropocentrisme.
La crítica al antropocentrismo y la defensa de la Naturaleza no manipulada o reducida a utilidad humana es un instante crucial en el que Spinoza nos reconduce a la condición del sapiens como parte y no como centro soberano, o gran sujeto, de la realidad infinita. El gran filósofo empieza por observar que:
“los hombres suponen comúnmente que todas las cosas naturales obran, como ellos mismos, por un fin y aun, sientan, por cierto que Dios mismo dirige todas las cosas hacia un fin cierto, pues dicen que Dios ha hecho todas las cosas por el hombre, y al hombre para que lo adore a Él” (B. Spinoza (1991): E, apéndice Primera Parte, FCE, p.43)
Los hombres son ignorantes de las causas de las cosas, y no actúan por nada sino por una “utilidad que apetecen”, un beneficio que desean. Descubren que muchas aspectos de la naturaleza parecen estar para su beneficio: los animales que los alimentan, el sol que los ilumina, el mar que cría los peces también para su paladar. Todos los seres naturales parecían dispuestos o creados para su favor, pero como el humano no crea a los animales, al Astro Rey o los océanos, entonces, es inevitable que:
“debieron concluir que había algún o algunos rectores de la Naturaleza, dotados de libertad humana, que les han procurado todo y han hecho todo para uso de ellos”.
Los rectores son los Dioses que “dirigen todas las cosas para uso de los hombres”, y en una transformación monoteísta se convierten en un solo Dios al que se le debe adorar para que beneficie más a un pueblo que a los otros. Así el prejuicio de que la naturaleza responde al fin de servirle al humano “se convirtió en superstición”. La creencia de que la Naturaleza solo obra para provecho humano solo mostraría que “la Naturaleza y los dioses deliran lo mismo que los hombres”.
Pero cuando en la Naturaleza irrumpen terremotos, inundaciones, tempestades, enfermedades.
¿Esto es también solo para uso o beneficio de los hombres?
Los violentos fenómenos de la naturaleza solo son a causa de que los dioses están irritados por las ofensas humanas. Los cataclismos naturales tienen como fin castigar a los humanos. Todo esto solo puede ser creído por ignorancia. La creencia de que la naturaleza responde a fines relacionados con un «justo castigo» al sapiens se refuta por las matemáticas.
En las matemáticas se exterioriza un saber sin fines por que estudia esencias, las propiedades de las cosas, no sus hipotéticas causas finales. La naturaleza no tiene fines. Las supuestas causas finales son ficciones humanas. Y la realidad sustentada en un orden matemático-geométrico demuestra que la realidad carece de fines.
Y el holandés pulidor de cristales recuerda que algunos dicen que las cosas pasan porque Dios es la causa. El Dios del que aquí hablamos es Dios providente, por cuya suprema voluntad interviene, controla, dirige los asuntos humanos (por eso también se manifiesta por los milagros). Entonces, si alguien pasa y se le cae una piedra, esto solo puede ser porque Dios así lo quiso. No por azar.
¿Pero la caída o desprendimiento de la piedra no podría ser causada por el viento?
Para negar esto se dirá que el viento es movido por el querer divino. Es decir, todo es por la voluntad misteriosa de Dios. Una actitud que encubre la ignorancia sobre las causas naturales de los fenómenos. Y estas causas naturales son estudiadas por el sabio. Por esta actitud, el sabio será estigmatizado como hereje o impío, mientras los hombres, prisioneros de las supersticiones, creen que todo pasa por ellos.
Pero:
«… la causa que se llama final no es otra cosa que el apetito humano mismo en cuanto es considerado como principio o causa primaria de alguna cosa (E, IV, prefacio).
Así el humano imagina un orden de la naturaleza cuyo fin es responder a las necesidades humanas. No se recurre al entendimiento. Se imagina un orden porque es más fácil imaginar que entender la dinámica real de las cosas. Y así:
«…todas las nociones por las cuales suele el vulgo explicar la Naturaleza son solamente modos de imaginar y no indican la naturaleza de cosa alguna, sino únicamente la contextura de la imaginación» (E, apéndice, p 49).
Los «entes de imaginación» son diferente de los «entes de razón», y el imaginar sostiene la creencia de que todo el orden de la naturaleza debe ser favorable o atinente a las necesidades humanas. Lo que es bueno para el humano, este cree, es bueno para Dios. Pero así solo «imagina» desde la mediación de deseos y preferencias y necesidades del sujeto ceñido a «la disposición de su cerebro». De esta manera solo se «imagina» y no «entiende». Y las supuestas imperfecciones de la naturaleza: «la corrupción de las cosas hasta la fetidez, la fealdad de las cosas que produce náusea, la confusión, el mal, el pecado», todo aquello signado como «imperfecciones» omite o no entiende que:
«la perfección de las cosas sólo ha de estimarse por su naturaleza y potencia; y, por tanto, las cosas no son ni más ni menos perfectas porque deleiten u ofendan los sentidos de los hombres o porque convengan a la naturaleza humana» (E, apéndice, p. 49)
Cuando se entiende a la realidad infinita desde «su naturaleza y potencia» esta ya no se la entiende desde fines, metas y necesidades humanas. La realidad entonces recupera su independencia de la manipulación subjetiva. Es la gran presencia respecto a la que el sujeto siempre accede desde el filtro de su ver, de su necesitar, de su madeja de condicionamientos e intereses en un entramado cultural dado; pero eso no impide, para quien sigue el ascenso de niveles del conocimientos en Spinoza, entender que la gran realidad, la de la sustancia infinita, siempre es la inmensidad del fuego que por ser expresión infinita no pude comprimirse a las categorías finitas de la mediación del sujeto.
Esteban Lerardo, Spinoza y la realidad mayor, La mirada de Linceo 18/02/2024
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