Les raons neurològiques de la bogeria adolescent.
Desde hace menos de tres décadas sabemos que la adolescencia es una etapa del
desarrollo de nuestra especie, que compartimos con las especies humanas que nos
han precedido durante el último millón de años. Los expertos se han preguntado
por las ventajas evolutivas de una fase tan convulsa de nuestra vida. Durante la
adolescencia se producen cambios fisiológicos muy complejos, que culminan en la
plena capacidad para la reproducción. El crecimiento corporal se dispara durante
el llamado “estirón puberal”, compensando la lentitud con la que nuestro cuerpo
va ganado en estatura hasta que cumplimos 11 o 12 años. Una parte de la energía
de los primeros siete años de ese largo periodo, que incluye la infancia y la
niñez, la dedicamos al crecimiento en tamaño del cerebro. Los cambios que
experimentamos durante la adolescencia, tan necesarios para una vida de adulto,
no parecen compensar las enormes dificultades emocionales que nos afectan
durante ese periodo.
Pero existen otros cambios invisibles, que pueden dar respuestas a la
pregunta de si la adolescencia es un carácter adaptativo, escogido y potenciado
por la selección natural desde hace miles de años. Si consideramos que la
adolescencia ocupa nada menos que un tercio de nuestro desarrollo tendremos que
admitir que la persistencia de ese carácter debe de proporcionarnos éxito como
especie. La neurociencia ya nos ha desvelado que el gran tamaño del cerebro, y
en particular del neocórtex, es solo una de las ventajas que nos confiere ser
una especie muy “encefalizada” (cerebro voluminoso con respecto al tamaño
corporal). Además, la maduración del cerebro se ha ralentizado al punto de que
no alcanzamos la plenitud funcional hasta bien entrada la veintena. En la
adolescencia se produce una ampliación y reorganización de las conexiones entre
las células nerviosas, así como la protección del “cableado” neuronal. Este
proceso, que avanza desde la parte posterior a la anterior del cerebro, mejora
hasta cien veces la velocidad en la transmisión de información a través de la
red cerebral. El cerebro humano mantiene una enorme flexibilidad ¡durante casi
la cuarta parte de nuestra vida!
Las “locuras” que realizamos durante la adolescencia obedecen a una mezcla de
impulsividad y planificación, que nos producen placer y recompensa emocional por
la secreción de neurotransmisores que activan ciertas zonas del cerebro
especializadas en el aprendizaje y la toma de decisiones. En ocasiones, esas
locuras acaban muy mal. Pero si tienen éxito terminan por transformarnos en
adultos con una enorme experiencia y capacidad adaptativa para el medio donde
nos haya tocado vivir.
José María Bermúdez de Castro, Público, 20/11/2011
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