El govern més tirànic.
by Magritte |
“Consideramos un gobierno tecnocrático de unidad nacional
la mejor opción para llevar a cabo las reformas y mantener la confianza de los
inversores, con una composición que abarque izquierda y derecha del espectro
político y cuente con líderes de confianza (…) Luchando como están las
democracias modernas maduras con la crisis de la deuda soberana, los gobiernos
tecnocráticos, ‘apolíticos’, pueden ser una opción imperiosa, conforme decae la
confianza pública en los políticos, se afianza la resistencia a las reformas
estructurales y los partidos sienten pavor por las consecuencias en las urnas de
aplicar reformas dolorosas” (Tina Fordham, Citigroup)
A diario suceden mil cosas, pero ¿cómo descifrar cuáles son
señales de las transformaciones que vienen? ¿Cuáles son huellas o ecos del
pasado, y cuáles anuncian tendencias sociales decisivas? ¿Cómo saber cuándo
hemos traspasado un umbral histórico? Me lo he preguntado estos días pensando
sobre los “gobiernos técnicos” que se han impuesto en Grecia e Italia. Los veo
como signos de muy mal agüero, fórmulas en experimentación que podrían luego
reproducirse, rápido. Prototipos.
La verdad es que ahora mismo no me cuesta demasiado imaginar un
gobierno técnico a escala europea, que se presente y justifique como única
alternativa posible a un crash total inminente o incluso como el menos
malo de los gestores posibles en caso de un desastre ya en curso (un corralito
general, por ejemplo). Un gobierno “de transición”, sin políticos de por medio,
compuesto enteramente por expertos y gestores que saben lo que hay que
hacer y no tienen miedo a llevarlo a cabo, ya sin ningún vínculo por débil
que fuese con la ciudadanía (voto, etc.). ¿Pesadilla?
Grecia e Italia serían los laboratorios del futuro. El
experimento no va mal. Para empezar, se puede hacer. Estos dos golpes
de Estado bajos en calorías militares no han provocado el escándalo en la
opinión pública “demócrata”. Así me lo parece al menos. Nadie ha elegido a Monti
ni a Papademos. Nadie votó los programas que van a llevar a la práctica, pero
los parlamentos han refrendado ambos gobiernos y en general se percibe un clima
de resignación, cuando no de entusiasmo. ¿Por qué no? Si lo que hay es lo único
que puede haber, pues que al menos lo gestione alguien capaz, sin extravagancias
y que sepa de cuentas, ¿no?
Hannah Arendt llamaba “Gobierno de Nadie” al dominio de la
burocracia y comentaba al respecto: “no es necesariamente un no gobierno, bajo
ciertas circunstancias incluso puede resultar una de sus versiones más crueles y
tiránicas”. ¿Por qué? Sencillamente porque “no podemos considerar responsable de
lo que ocurre a nadie, no hay auténtico autor de las acciones y de los
acontecimientos. Realmente es sobrecogedor”. Lo que sigue son sólo algunas
intuiciones y citas que me vienen más o menos desordenadamente a la cabeza al
pensar en los gobiernos técnicos de Monti-Papademos. Notas de una pesadilla.
El Gobierno de Nadie es hijo de la crisis de la
representación
“La falta de políticos nos facilita las cosas” (Mario
Monti)
“Papademos nunca estuvo involucrado en política. Sabe lo
que hay que hacer” (Thanos Papasavvas, jefe de Investec Asset
Management)
El contexto de globalización ha hecho trizas los atributos
clásicos de la soberanía del Estado-nación: fronteras, moneda, defensa, cultura,
etc. Los estados se limitan cada vez más a gestionar en un territorio concreto
las necesidades de la economía global. A izquierda y derecha del
espectro parlamentario, se defienden en general los mismos intereses,
las mismas ideas sobre el crecimiento y la competitividad. La permeabilidad de
las instituciones a la participación ciudadana está bajo mínimos. A estas
alturas todo esto son banalidades, secretos a voces. No son los anti-sistema,
sino todo tipo de personas quienes se lanzan a la calle al grito de “lo llaman
democracia y no lo es” y conspiran en la Red para hackear como pueden
el sistema electoral (voto nulo, voto a los partidos minoritarios, etc.).
Los gobiernos técnicos se asimilan muy bien sobre este fondo
social: rechazo masivo de la política de los políticos, inoperatividad absoluta
del eje izquierda/derecha, hartazgo generalizado de la corrupción y los
políticos-estrella (tipo Berlusconi), etc. Monti-Papademos anuncian gobiernos
post-políticos y post-ideológicos, de pura gestión técnica. Ellos mismos sólo
son máscaras como las de Anonymous, pero bajo las cuales no hay nadie de carne y
hueso, sólo el poder abstracto e impersonal de los mercados financieros. No son
de izquierdas o de derechas, de hecho lideran gobiernos nacionales de
concentración izquierda/derecha. No son políticos, menos aún políticos-estrella,
sino simples gestores, ingenieros, expertos. No están atados por fidelidades
torpes a una ideología, a la gente que les votó, a su ambición personal. Aspiran
a rentabilizar por su cuenta el rechazo de los políticos: son el reverso
tenebroso de la crisis de la representación.
El Gobierno de Nadie, un gobierno racional
“Monti promete ser, en fin, un primer ministro mucho más
normal y “aburrido” que Berlusconi. Pero lo que de él se espera es seriedad y
eficacia. La fiesta ha terminado” (La Vanguardia)
“Cinco palabras definirían el programa de Monti: eficacia,
urgencia, crecimiento, rigor y equidad” (Paso a paso).
A Mario Monti le llaman Il Proffesore. Tanto él como
Papademos sólo hablan de eficacia en la gestión. Ambos aseguran no tener
ideología: simplemente ejecutarán “lo que debe hacerse”. Lo que debe ser.
Según toda una venerable tradición filosófica que va desde
Platón hasta Kant, actuar “libremente” es actuar “por deber”, es decir
“necesariamente”. Es la teoría platónica de un “gobierno de la filosofía”: un
gobierno de las ideas universales y necesarias, lo que debe hacerse en tanto que
es racional y justo, independientemente de lo que opine o desee cada quien. Es
la teoría kantiana de un “agente libre”, es decir un agente que actúa “por
deber”, esto es “racionalmente”. El Gobierno de Nadie se presenta como un
gobierno técnico e instrumental: pura aplicación de las verdades de la ciencia
económica. Un gobierno sólido, en tanto que no actúa o decide por prejuicios o
intereses privados, sino “desinteresadamente”. Un gobierno eficaz donde mandan
los que saben, no los que más brillan en los medios de comunicación o los que
mejor ponen la zancadilla en los pasillos del poder.
“El Gobierno de Nadie es el más tiránico de todos ya que no se
puede pedir cuentas de sus actuaciones a nadie (…) es imposible localizar al
responsable o identificar al enemigo” (Hannah Arendt). Quien disiente del
Gobierno de Nadie no es un adversario con razones o intenciones respetables:
sólo puede ser un loco o un ignorante. Porque sólo un loco o ignorante pelea
contra la fuerza de la gravedad. Sería también de locos o de ignorantes pedir la
opinión al pueblo sobre las políticas a ejecutar, como si la verdad de una
formulación matemática pudiese elegirse por mayoría en unas elecciones. “¿Qué
sabrá la gente sobre lo que le conviene?” Lo que dice la gente no puede ser más
que ruido o furia. Es inútil, absurdo y altamente pernicioso escucharlo.
Por el contrario, la racionalidad del Gobierno de Nadie es la
“inteligencia de lo necesario”: descifrar las leyes que rigen el mundo y actuar
conforme a ellas. Pero se trata de leyes bien diferentes de la que pensaban
Platón o Kant. El “imperativo categórico” de Monti-Papademos es simplemente la
obediencia a las necesidades y exigencias de Goldman Sachs y los mercados
financieros. Esa es hoy nuestra fuerza de la gravedad.
El Gobierno de Nadie como “potencia de
salvación”
“¿Nos salvaremos? Absolutamente, sí” (Corrado Passera,
súper-ministro a cargo de Desarrollo, Infraestructuras y Transportes).
“Vamos a la carrera” (Mario Monti)
“Para salvar a Italia hay que apostar por la credibilidad y
la responsabilidad. Hay que ser prudentes con ir a las elecciones” (Franco
Frattini, ministro de Exteriores).
El Gobierno de Nadie es el poder que nos promete el rescate de
la catástrofe. El cometa
de la crisis se acerca imparable a la tierra, los medios de comunicación
anuncian su inminente llegada (ibex 35, prima de riesgo, calificaciones), los
ciudadanos de a pie miran boquiabiertos el cielo. Sólo un puñado de héroes
decididos entienden lo que pasa y actúan en consecuencia. Seguro que no pueden
salvarnos a todos, eso por descontado. Hay gente que corre muy lento. Pero quién
sabe, igual a mí sí, confiemos…
El poder de salvación ya no se justifica en nombre de tales o
cuales valores (democracia, etc.), sino de nuestra pura y simple supervivencia
como especie. Poder pastoral que vela y garantiza nuestra conservación
como rebaño. Poder médico: si te rebelas contra él firmas tu propia
sentencia de muerte. Poder providencial, como explica el filósofo
francés Maurice
Blanchot. “Nuestro destino está ahora en el poder: no un hombre
históricamente destacable, sino cierto poder que está por encima de la persona,
la fuerza de los más elevados valores, la soberanía, pero no de una persona
soberana, sino de la soberanía misma, en cuanto que se identifica con las
posibilidades reunidas en un Destino”. El gobierno técnico no es una dictadura,
un poder tiránico personal: “un dictador no deja de desfilar; no habla, grita;
su palabra tiene la violencia del grito, del dictare, de la repetición.
(El soberano) se manifiesta, pero por deber. Incluso cuando aparece resulta como
extranjero a su presencia: está retirado en sí mismo, habla, pero
secretamente…”. Frente al show berlusconiano, la discreta “aparición
por deber” de Il Proffesore (y
señora).
Blanchot explica que el poder de salvación impone siempre una
“muerte política” a cambio de la seguridad que ofrece. El soberano debe ser
incuestionable, de modo que se cancela toda posibilidad de disenso (a la que se
acusa además de complicidad con la catástrofe). Delegamos en el soberano todas
nuestras capacidades (de expresión, pensamiento, acción) y la política queda
proscrita. Porque en realidad el Gobierno de Nadie no hace política. Ni actúa,
ni decide: sólo gestiona. Es decir, modula como puede un poder que le
rebasa y precede. Una máquina hiper-compleja orientada por intereses económicos.
Un poder inhumano que no se puede alterar, gestionar o modificar, sino
simplemente obedecer lo mejor posible. Es el poder de lo automático, de lo
necesario. Es nuestro Destino.
La danza de los nadie contra el Gobierno de
Nadie
¿Cómo despertar de esa muerte política? Los discursos
“ilustrados” que aún identifican nuestras democracias con la racionalidad
política libre, voluntaria y organizada suenan cada vez más a chiste pesado.
Pero aún habrá quien aconseje, ante la amenaza del Gobierno de Nadie, que
recuperemos la confianza en el sistema de partidos, la representación política,
el eje izquierda/derecha, etc. Más aún. Habrá voces que responsabilicen con toda
seguridad a la revolución
anónima que se extiende ahora mismo por el mundo de haber allanado el
terreno al Gobierno de Nadie. “Mirad, ahí está el resultado de vuestro ‘no nos
representan’”.
En realidad es todo lo contrario. Entregando todo el poder a
los mercados financieros, blindándose contra todo atisbo de participación
ciudadana, convirtiéndose en simples gestores de lo Inevitable y lo Necesario,
los políticos han cavado su propia tumba. Ya pueden quejarse todo lo que quieran
Papandreu, Berlusconi o Rajoy cuando le toque: los poderes a los que se ataron
han decidido de pronto prescindir de sus servicios y poner en su lugar a otros
ingenieros de más confianza. Punto.
El único despertar posible de la muerte política es lo que Hannah
Arendt pensó como “acción”. Actuar es interrumpir el dominio de lo
automático, lo contrario de obedecer o repetir. También en la vida personal:
interiorizamos los automatismos cuando hacemos lo que debemos hacer, vemos lo
que tenemos que ver, decimos lo que hay que decir y pensamos lo que está
prescrito pensar. Arendt lo llamó “conducta”: un comportamiento normalizado,
previsible y predecible. Por el contrario, cuando actuamos “nos unimos a
nuestros iguales y empezamos algo nuevo”, salimos del aislamiento y la
impotencia, nos volvemos capaces.
La “política
del cualquiera” de movimientos como el 15-M no es equivalente ni simétrica
al Gobierno de Nadie: no confía el mando a los que saben, sino que parte del
principio de que todos podemos pensar; no tiene rostro, pero precisamente para
que quepan todos y cada uno de los rostros singulares; no gestiona lo que hay,
sino que inventa colectivamente nuevas respuestas para problemas comunes.
Pluralidad, invención, pensamiento: así es la danza de los
nadie contra el Gobierno de Nadie.
Amador Fernández-Savater, El gobierno de Nadie (una pesadilla), Público, Fuera de lugar, 23/11/2011
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