La bona tecnocràcia.
En sus orígenes (comienzos del siglo XX), la tecnocracia pretendía aplicar al
gobierno de la sociedad los principios de eficiencia técnica y conocimiento
científico que los ingenieros aplicaban al diseño y control de las máquinas en
las fábricas. El inventor del término definía la tecnocracia en 1919 como “el
Gobierno del pueblo a través de sus sirvientes, los científicos e ingenieros”.
En aquella época al menos, la palabra tenía más resonancias progresistas que
conservadoras. ¡Cuántas vueltas ha dado el mundo para que ahora la veamos como
un instrumento de manipulación y de opresión del pueblo, en manos de gestores
sin escrúpulos, responsables de habernos llevado a la ruina manipulando de forma
irracional los mercados financieros!
El movimiento tecnocrático perdió fuelle
porque no supo dar respuestas adecuadas a la crisis del 29. Fue una crisis de
irracionalidad y de inmoralidad, ante la que los ingenieros no tenían mucho que
decir y de la que Roosevelt ayudó a salir con su New Deal. “Rescate,
recuperación y reformas”: atender a los que más sufren la crisis (no
precisamente a los bancos, sino a los ciudadanos empobrecidos), animar la
actividad económica con inversiones públicas y reformar el sistema para que
funcione mejor. Roosevelt no era un tecnócrata, era un político. Pero estuvo
bien asesorado y ayudó a ganar la batalla.
Ahora todo es distinto. Los
ingenieros han sido sustituidos por gestores e ideólogos de la economía de
casino, que se apuestan la vida y la felicidad de centenares de millones de
personas, al tiempo que intentan hacernos creer que dominan la técnica de las
finanzas, que son ideológicamente neutrales y que lo que la situación requiere
es que pongamos en sus manos el control de la sociedad, en lugar de confiar en
nuestros representantes políticos. No son buenos ingenieros de la economía (hay
quien dice que si los ingenieros financieros diseñaran automóviles, no venderían
ni uno, porque nadie sería capaz de hacerlos arrancar), pero son fantásticos
manipuladores de opinión.
El problema no es que los mercados nos arrojen en
manos de tecnócratas, es que no hay buenos técnicos asesorando a buenos
políticos que gobiernen en nombre del pueblo soberano. Merkel no es
Roosevelt.
Miguel Ángel Quintanilla, Tecnocracia, Público, 26/11/2011
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