Mercat, imparcialitat i despolitització.
Adam Smith |
(La) noción de mano invisible, que se
impuso en el lenguaje corriente para designar el equilibrio del mercado, tuvo
ante todo un sentido teológico. Se refería a la mano de Dios, o a la de
potencias oscuras. (…) Adam Smith se la apropia en la Teoría de los sentimientos
morales y, luego, en La riqueza des
naciones. Pero hace un uso de ella casi irónico y, finalmente, la expresión
ocupa un lugar muy secundario en su obra. Justo un siglo después, con el
desarrollo de las teorías del equilibrio general (particularmente en la obra de
Karl Menger), la noción de la mano invisible adquiere la centralidad que le
reconocemos hoy. La que incluso sólo encontrará su sentido cumplido en Hayek.
La visión de Hayek de la economía difiere
profundamente de la de Adam Smith. Mientras que este último incluye el
intercambio económico en el marco de una moral y de una psicología, Hayek lo
concibe a partir de una teoría de la información. “El mercado -escribe- es el
único procedimiento descubierto hasta ahora en el que la información
infinitamente dispersa entre millones de hombres puede ser efectivamente
utilizada para ventaja de todos” (Le
mirage de la justice sociale. Droit, legislation et liberté, vol 2). Sobre
esta base, critica simétricamente la intervención del Estado, ya que, a su
juicio, éste se encuentra en “la imposibilidad de conocer todos los hechos
particulares sobre los que está basado el orden global de las actividades en
una gran sociedad” (ibid). Este abordaje cognitivista del sistema de mercado se
inscribe de manera coherente en un enfoque genético de su establecimiento. En
efecto, el mercado no es, para él, una “invención” surgida del cerebro de los
economistas. Resulta de un proceso adaptativo y acumulativo de la experiencia
humana el juego de la competencia por el mercado debe ser entendido como un
“procedimiento de exploración” (ibid) (por otra parte, destaquemos que este
enfoque hacía que Hayek tomara mucho más de Burke, y de su visión evolucionista
de la producción de las reglas y de la tradición, que de Smith).
Friedrich Hayek |
(…) Para él, el orden del mercado era, en
consecuencia, el único capaz de instituir un verdadero “gobierno” de la generalidad.
El poder político, por el contrario, está condenado a ser siempre parcial,
incapaz como es de captar, como hace el mercado, el conjunto de variables que constituyen
la interacción social. Se encuentra estructuralmente adherido al estrecho mundo
de la particularidad, ya que, en consecuencia, su intervención necesariamente
perturbadora sólo puede llevarlo, por más buenas intenciones que tenga, a crear
rentas o privilegios para algunos en detrimento de los intereses de todos. Así,
para Hayek, el mercado es el orden
invisible (ya no se trata de la mano, expresión aún demasiado ligada, según
él, a la idea de un sujeto y una voluntad) que deslegitima las pretensiones de
un poder humano e instalarse en el lugar de mando que es la sociedad. “El gran mérito del orden del mercado –destaca- (es)
quitar a cualquiera poder cuyo uso es,
por naturaleza, arbitrario. La verdad es que realizó la más masiva reducción
del poder arbitrario nunca cumplida de la historia” (ibid). Sobre esa base, se
esboza el proyecto de una despolitización radical del mundo. Incluso se evacúa
la propia idea de una relación directa entre los hombres, al mismo tiempo que
la de la confrontación crítica con un gobierno. En el universo del “capitalismo
utópico” de Hayek, ya no hay poder colectivo cuyo distanciamiento con la
sociedad pueda ser públicamente discutido. Ya no hay salvador supremo, ni
tampoco hay ya responsable al que se le pueda pedir cuentas. El reino de la
imparcialidad con el que sueña Hayek es, por eso, indisociable de la difusión
de un mensaje implícito de resignación. (160-163)
Pierre
Rosanvallon, La legitimidad
democrática, Paidós, Madrid 2010
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