Maquinària educativa.
Viene a ser tan disparatado como irritante que nosotros los periodistas, los
escritores, los catedráticos o los intelectuales, nos revolvamos contra los
recortes presupuestarios tal como si en ello le fuera la vida a la sociedad
actual. Tal como si la Cultura fuera material sagrado.
En primer lugar, casi nadie lee, tampoco se alimenta con la pintura, ni se
perfecciona demasiado con una o muchas clases en la universidad. Y no digamos ya
a lo largo del actual sistema educativo. Todo este currículo es muy importante
si funciona muy bien, pero si no es así y recordamos, además, tanto la situación
de los cinco millones de parados como la ruina que se extiende como una traca
por comercios y empresas, la cultura oficial que se financia es como el plato
más prescindible del menú.
Naturalmente todo es Cultura, incluida la miseria y el funeral. Todo es
cultura, desde los partidos de fútbol a la forma de conllevar la adversidad. De
lo que se trata aquí es de dirimir si la contracción de los gastos públicos para
una u otra actividad cultural o educativa puede someterse hoy a la misma condena
que la suspensión de ayudas a los dependientes, los desahuciados y a casos así
el cuerpo no está separado del espíritu como creía santo Tomás, pero si se trata
de evitar más bajas humanas, es indudable que lo primero es dar de comer.
Baudelaire llamaba al arte "los domingos de la vida" y en la intensidad de
esta crisis no queda jornada alguna en la que se pueda holgazanear. El arte y
los libros y el teatro y el cine y el circo nos embelesan a la manera de un
rebozo que siendo humano ("fieramente humano") nos blinda, aún ocasionalmente,
del mal.
Todas sus aportaciones son necesarias también para no dejar el espíritu en
los huesos pero, puestos a salvar vidas, el estómago y el techo son lo primero.
Por igual razón, no deben juzgarse como equivalentes los recortes en sanidad que
en educación.
Los programas y centros de enseñanza actuales padecen de tantos defectos que
si el absentismo es grande, la calificación de Pisa bajísima y desmedido el
fracaso escolar, por algo (y malo) será. Mientras el sistema educativo no se
transforme radicalmente en no pocos aspectos, reducir sus presupuestos es mucho
menos grave que reducir los presupuestos de la sanidad.
A diferencia del mundo de las aulas, los hospitales públicos españoles se han
comportado hasta ahora con prestaciones extraordinarias y ser bien atendido en
la enfermedad es el primer escalón para recobrar, gracias al bienestar, el
optimismo y, mediante la salud, las ganas de trabajar y de inventar.
El binomio "sanidad" y "educación" que se presentan como los dos grandes
pilares del Estado de bienestar deben ser examinadas en su realidad nacional
exacta y, a continuación, graduar los lamentos destinados a uno y otro.
Porque ¿y si lo mejor que le pudiera ocurrir al pésimo sistema educativo
actual fuera precisamente rebuscar la creatividad en la escasez y una
alternativa en los efectos paradójicos de la penuria? "El pájaro de Minerva
emprende su vuelo al atardecer", afirmaba Hegel. Es decir, la sabiduría halla
inspiración en la hora de la decadencia.
No estoy pensando, claro está, en los recortes de ingresos de unos u otros
funcionarios de la educación. Son obreros y padres de familia como los demás,
despedidos o apurados a fin de mes, sino en la maquinaria que opera actualmente
de acuerdo al nefasto diseño oficial.
Esa maquinaria, y no sus maquinistas, constituye el ítem que no siempre
merece ser defendido global y airadamente tal como si se tratara de un buen
modelo de nuestro tiempo.
Protección pues para los educadores y sus ya reducidos salarios pero no
tantas consideraciones y palinodias en defensa global del sector. "No es solo
nuestra ignorancia, es también nuestro conocimiento quien nos ciega", declara
Edgar Morin en La vía (Paidós) refiriéndose a la mala gestión de esta
Crisis.
De hecho, como bien se observa en las torpes recetas económicas que imponen
los mandamases y sus Cumbres, no todo conocimiento es productivo, no todo saber
da luces, no todo sistema educativo representa, en suma, a una intocable
criatura del divino Estado de bienestar.
Vicente Verdú, La cultura del atardecer, El País, 03/11/2011
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