Filosofia i educació.
Cuando la Organización de las Naciones Unidas para la Educación invita a
celebrar el día mundial de la filosofía, bueno es recordar que el artículo 26 de
la Declaración Universal de Derechos Humanos precisa que "la educación tendrá
por objeto el pleno desarrollo de la personalidad".
Lo difícil de todas las proclamas cargadas de buenas intenciones es que se
den las condiciones sociales de su cumplimiento. Baste mencionar el articulado
de la Constitución española según el cual todo ciudadano tiene derecho a una
vivienda digna. Sin embargo, tratándose del evocado derecho universal se da el
problema añadido de que ni siquiera se toma realmente en serio lo que implica
una educación integral, una educación que garantice el desarrollo efectivo de la
personalidad.
Pues bien, nada más adecuado al respecto que recordar la tesis platónica
según la cual la educación no ha de sustituirse a las capacidades innatas sino
fertilizarlas, ayudar a que se desplieguen las facultades intelectivas y
creativas que caracterizan al ser humano entre las demás especies animales. Sin
duda no todo ser humano puede consagrar su vida a la investigación científica o
a la tarea artística, pero, sin embargo, cada uno de los humanos se halla
concernido por ellas, y tiene derecho a que se le ayude a reconocer que
efectivamente es así, que lo que se dirime en estas tareas del espíritu también
es cosa suya. Entre otras cosas, misión de la filosofía es recordar este
derecho.
El motor de la filosofía no es tanto explorar desconocidos rasgos del mundo
como restaurar una actitud ante aspectos (del entorno o de nosotros mismos) que
eventualmente pueden ser ya conocidos, pero que no por ello dejan de ser
sorprendentes. Para un investigador en física los principios del formalismo
cuántico pueden constituir algo sabido, pero el simple ciudadano al que se ha
dicho que en tales principios se pone en tela de juicio la idea que nos hacemos
del mundo, tiene todo el derecho a exigir una educación general que no los
obvie, que le haga partícipe de lo que en ellos se juega.
Afirmar la universalidad de la disposición filosófica implica que las
interrogaciones fundamentales, que tantos por circunstancias sociales se han
visto forzados a repudiar de sus vidas, están al alcance de toda persona tensada
por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno. No se exige de entrada
ser una persona culta y menos aún una persona erudita. La filosofía tiene
sus problemas específicos, archivados en los grandes textos de su historia, pero
tales problemas son el resultado de que el ser humano ha experimentado siempre
una suerte de estupor ante la naturaleza y ante su propia existencia, estupor
que le lleva a interrogarse, traduciendo sus vacilaciones y respuestas en
conceptos y símbolos.
Pues, al igual que Descartes, Kant, Heisenberg o Einstein, ¿quién no se ha
preguntado alguna vez si hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá
tras su eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, los
cuales en apariencia tienen una percepción de tal realidad coincidente con la
suya? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta
cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o
científicas y han sido esgrimidos como armas por algunos de los eruditos más
importantes.
Pero la pregunta sigue siendo elemental y toda persona es susceptible de
sentirse interpelada por la misma, hasta el punto quizás de que, si su vida
material se lo permitiera, acuciada por tal interrogación, empezaría a dotarse
de los elementos de información precisos para abordarla. Cosa que ya ha hecho
alguna vez, al menos en una etapa tan ingenua como luminosa en la que la vida no
estaba extraviada entre querellas evitables y expectativas ilusorias.
Es un desprecio a los ciudadanos considerar la vida del espíritu como cosa de
minorías exquisitas y designar para el común la alternancia entre un trabajo
puramente mecánico (cuando lo hay) y un ocio estéril. Obviamente, el asunto
tiene implicaciones políticas y por eso el mero hecho de reivindicar una
educación que empuje a una actitud filosófica es ya una cuestión de
compromiso.
Cuando hace unos meses un importante consejero de Gobierno autonómico
promulgaba una educación superior pública adaptada al mercado, explicitando que
el propenso al estudio de la cultura griega habría de "pagarse el lujo", no solo
estaba despreciando a Eurípides y Aristóteles, sino también a Euclides, es
decir, la matriz de nuestra cultura.
Lo democrático de la filosofía reside en la tesis, enunciada por Aristóteles,
de que todos podemos instalarnos en la actitud interrogativa, a poco que nos
liberemos de las barreras sociales que lo dificultan y que impiden realizar
nuestra naturaleza de seres tallados por la razón y el lenguaje.
Víctor Gómez Pin, Filosofía y derechos humanos, El País, 13/11/2011
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