Els governs no pinten res.
En España, hemos tenido la suerte de que el cambio de Gobierno lo votarán los
ciudadanos. ¿Será el próximo Gobierno el último antes de llegar a la solución
tecnocrática? Como revelan todas las encuestas la gente está deprimida,
pesimista y asustada. No es el mejor estado de ánimo para hacer sentir su voz
ante los gobernantes. Con este espíritu más bien hay tendencia a aceptar lo que
impongan los mercados y el directorio europeo sin rechistar. Es decir, a dar por
hecho que nuestros Gobiernos pintan poco. Ante la magnitud de los problemas que
se acumulan, la sensación de que Europa sigue obsesionada en unas políticas
cuyos efectos positivos no se ven por ninguna parte, la sospecha de que todo
está orientado a un solo objetivo que es salvar a los bancos alemanes y
franceses (una estrategia ciega, porque cuando se haya destruido el resto de
Europa también se hundirán ellos) hacen que la llamada fiesta de la democracia,
el día electoral, se presente más bien con música de funeral.
En este clima, en las últimas horas ha cundido la idea de un virtual Gobierno
de concentración nacional. Otro disparo al corazón de la política. Llegar a las
soluciones de última instancia siempre es de alto riesgo. El Gobierno de
concentración es un remedo del gobierno de tecnócratas. Es una manera de decir
que los problemas tienen una única solución, que cualquiera que gobernara
debería aplicar la misma receta, que la receta será dura y que hay que aunar
fuerzas para hacerla tragar a los ciudadanos. ¿Y cuando fracase el Gobierno de
concentración, qué? No, el que gane que asuma sus responsabilidades y gobierne.
Rajoy ya no puede vivir más de "estar por ahí". Por el hecho de estar, los
mercados ya han avisado, no resolverá nada. Y el que esté en la oposición que
trabaje para reconstruirse como alternativa y para mantener viva la deliberación
democrática. Hay que evitar a toda costa que la crisis se lleve la democracia
por delante.
Josep Ramoneda, La victoria del PP ya está amortizada, El País, 17/11/2011
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