Allò democràtic.
Comuna de París |
Para entender el papel central que juega la figura del ciudadano ya no
podemos quedarnos simplemente en el marco de lo que siempre se ha denominado
democracia. La democracia, en la medida que se hacía forma Estado y dejaba de
ser “la menos mala de las formas de gobierno” como tantas veces se nos decía,
experimenta necesariamente una transformación total. Para dar cuenta de esta
mutación proponemos el desplazamiento desde “la democracia” a “lo democrático”.
De la misma manera que C. Schmitt en un momento propuso pasar de la política a
“lo político” y así abrió una nueva manera de abordar la cuestión de la
política, nosotros creemos que hoy es factible hacer algo semejante respecto a
la democracia. Si los mismos defensores de la “verdadera” democracia tienen que
añadirle adjetivos para poder caracterizarla (participativa, inclusiva,
absoluta…) es que la situación ya está madura para plantear su crítica.
La democracia, como hemos adelantado, ya no es una forma de gobierno en el
sentido tradicional sino el formalismo que posibilita la movilización
global . La movilización global sería el proyecto inscrito en la
globalización neoliberal, y como tal consistiría en la movilización de nuestras
vidas para (re)producir – simplemente viviendo – esta realidad plenamente
capitalista que se nos impone como plural y única, como abierta y cerrada, y
sobre todo, con la fuerza irrefutable de la obviedad. Una realidad que nos
aplasta porque en ella se realiza, (casi) en todo lugar y (casi) en todo
momento, un mismo acontecimiento: el desbocamiento del capital. Pues bien, la
función de “lo democrático” es permitir que esta movilización global que se
confunde con nuestro propio vivir, se despliegue con éxito. Con éxito significa
que gracias a “lo democrático” se pueden efectivamente gestionar los conflictos
que el desbocamiento del capital genera, encauzar las expresiones de malestar
social, y todo ello, porque “lo democrático” permite arrancar la dimensión
política de la propia realidad y neutralizar así cualquier intento de
transformación social.
De aquí que no sea fácil definir qué es “lo democrático”. El núcleo central
del formalismo está constituido por la articulación entre Estado-guerra y
fascismo postmoderno : entre heteronomía y autonomía, entre control y
autocontrol. Veámoslo de más cerca. “Lo democrático” se construye sobre una
doble premisa: 1) El diálogo y la tolerancia que remiten a una pretendida
horizontalidad, ya que reconducen toda diferencia a una cuestión de mera opinión
personal, de opción cultural. 2) La política entendida como guerra lo que supone
declarar un enemigo interior/exterior y que remite a una dimensión vertical. “Lo
democrático ” realizaría el milagro - aparente se entiende - de conjuntar
en un continuum lo que normalmente se presenta como opuesto: paz y guerra,
pluralismo y represión , libertad y cárcel. En este sentido “lo democrático” va
más allá de esa articulación y se dispersa constituyendo un auténtico formalismo
de sujeción y de abandono. “Lo democrático”, en tanto que formalismo
posibilitador de la movilización global, no se deja organizar en torno a la
dualidad represión/no represión que siempre es demasiado simple. En “lo
democrático” caben desde las normativas cívicas promulgadas en tantas ciudades a
las leyes de extranjería, pasando por la policía de cercanía que invita a
delatar. O el nuevo código penal español, el más represivo de Europa, que sigue
apostando por la cárcel pura y dura. La eficacia de “lo democrático reside en
que configura el espacio público – y en último término nuestra relación con la
realidad - como un espacio de posibles, es decir, de elecciones personales. Más
libertad significa multiplicación de la posibilidades de elección, pero no puede
emerger ninguna opción a causa de la cual valga la pena renunciar a todas las
demás. Esta opción que pondría en duda el propio espacio de posibles, está
prohibida. “Lo democrático” es el aire que respiramos. Se puede mejorar,
limpiar, regenerar y los términos no son para nada casuales. Pero nada más. En
este punto ya podemos adelantar un aspecto esencial. “Lo democrático” actúa,
sobre todo, como modo de sujeción – de sujeción nuestra a la realidad – ya que
establece la partición entre lo pensable y lo impensable. “Lo democrático”
define directamente el marco de lo que se puede pensar, de lo que se puede
hacer, y de lo que se puede vivir… Más exactamente: de lo que se debe
pensar, hacer y vivir en tanto que hombres y mujeres que se dicen libres
a sí mismos.
Santiago López Petit, ¿Y si dejáramos de ser ciudadanos?, El Viejo Topo, septiembre 2010, nº 272
Comentaris