Contra les disciplines.


El sistema capitalista encuentra fáciles detractores y demagogos incluso por todas partes, pero el fracaso del sistema democrático padre de todos los paros, las primas de riesgo, las deudas soberanas y la crisis sin fin, continúa, apenas, sin más denunciantes que los "indignados".

Si la democracia parlamentaria es una completa farsa en los nuevos países que se han incorporado a ella recientemente, en los viejos Estados democráticos, berlusconianos todos, también lo es.

Más justamente, la prolongada vejez de su fachada representativa coincide con la descomposición del cadáver que lleva dentro. Un cadáver embalsamado con las invocaciones a la sanidad y a la educación que vienen a ser como los componentes de un bifármaco que (aparentemente) se inyecta para conjurar su absoluta descomposición.

Tiempo sería pues de que la educación, por ejemplo, evitara convertirse en un zombi futuro gracias a una metamorfosis que convirtiera la enseñanza de un saber para el currículo a un saber para habitar. Saber las asignaturas de ciencias y de letras que antes se llamaban "disciplinas", haciendo entender su inherente tortura, debían sumarse a un amplio curso con asignaturas referidas a la asunción de la prosperidad y de la adversidad, de la honradez y de la equidad, del amor y de la muerte.

Hasta ahora, fueron los años y sus inevitables accidentes quienes se encargaron de tratar estos asuntos pero, ¿quién duda de que cualquier experiencia es más provechosa si se llega a ella más o menos preparados?

Inventar en la escasez fue la obsesión de Ivan Illich en su brillante y paupérrimo centro (el CIDOC) de Cuernavaca por los años sesenta y se demostraba allí cómo se podía habitar, curarse e instruirse con los medios más escasos. El truco consistía, especialmente, en no segmentar nunca el conocimiento por "disciplinas", sino asumir que el ser humano es una compleja entidad y su cultura feliz debe ser, al menos, una ancha miscelánea.

La nueva cultura, no ya la que se refiere a los libros o la música, sino la misma cultura general incluiría también el arte de cualquier construcción y debería procurar economizar la materia como forma de acentuar los entresijos de la mente. Y hacer que de esas fisuras brotaran luces que esclarecieran en tiempos oscuros recursos sin fin que antes, sin atención, se echaban al vertedero.

Vicente Verdú, Luces de la pobreza, El País, 24/11/2011

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