L´escolàstica empresarial de la creació.
Es lo que oigo un día sí y otro también: "Lo que hoy vale es la invención, la
creación, la innovación, el valor añadido; inventar o morir, imaginar o
pringar". Para fabricar lo material y tangible -añaden- ya está ahí la mano de
obra barata de más de medio mundo. Hay que deslocalizar pues los astilleros o
las fábricas de automóviles -¡que fabriquen ellos!- al tiempo que localizamos e
incentivamos tanto la investigación científica en la universidad como la
invención formal en el diseño. Hay que estimular todo aquello que rompe con
nuestra pereza intelectual o inercia visual. Investigación+Invención=Desarrollo:
¡ésta es la fórmula!
El culto a la novedad y la invención, el anatema a lo repetitivo o rutinario,
todo esto fue en su día monopolio del progresismo y la vanguardia. Hoy han
cambiado las tornas y se ha transformado en el saber convencional de ejecutivos,
publicistas, jefes de venta o políticos inspirados que hablan "con visión de
futuro". Y así es como la escolástica vanguardista de la subversión ha cedido el
paso a la escolástica empresarial de la creación.
¿Pero hay algo menos creativo (y más contradictorio) que predicar la
creatividad? No sé si es siempre cierto aquello de que el fuego en el corazón
produce humo en el cerebro, pero sí estoy seguro de que el explícito y
voluntarioso elogio de la "creatividad" se hace un nudo con la sinapsis y acaba
produciendo más cretinos que creadores.
¿Cómo no esperar pues que empiece a inquietarnos esa prédica -más que
práctica- de la Investigación y esa retórica -más que teórica- de la Creación?
¿Cómo no volver a rendir tributo a los reflejos, automatismos, hábitos y
creencias que nos permiten andar por ahí con el piloto automático puesto y
responder rutinariamente en el 99% de nuestras acciones? ¿O no es acaso el
ahorro de energía así alcanzado lo que nos permite concentrar el 1% restante en
nuestra inteligencia, imaginación o atención?
Cada cosa reclama su grado o nivel de concentración y atención justos: una
atención óptima que sólo en contados casos resulta ser o coincide con la
máxima. ¡A buenas horas nos sabríamos hacer la corbata o encontrar las
llaves si no dejáramos nuestra mano suelta para hacerlo!, ¡a buenas horas
descubriríamos algo nuevo sin esa concentración del pensamiento que podemos
permitirnos cuando dejamos la administración del día a día a nuestros hábitos y
creencias!, ¡a buenas horas puede curarse, pongamos por caso, una disfunción
eréctil si no aprendemos a no hacerle caso!
Pero no es sólo eso. No es sólo que la rutina constituya el medio natural y
el alimento necesario de la ciencia o del arte. Es que la propia insistencia y
obsesión en que innovemos y seamos creativos acaba a menudo siendo un obstáculo
para ello. Hay cosas, en efecto, que no se pueden buscar ni predicar
expresamente sin que sus efectos resulten contradictorios. Es el caso, por poner
un ejemplo cotidiano, de la madre que, inquieta por la timidez del niño, le
dice: "... Juan, sé más natural, a ver si eres espontáneo de una vez". El pobre
niño, claro está, no sabe cómo se hace eso de "ser espontáneo" por encargo;
justo como muchos de nosotros nos sentimos inhibidos ante este imperativo de ser
innovadores y creativos. Y no digamos cuando nuestros "creativos" de escuela de
negocios traducen las "raisons du coeur pascalianas" por un "pensamiento
emocional" desde el que nos lanzan su nueva consigna: "¡Apa, a ser
sentimentales!". Es la paradoja que inevitablemente aparece cuando
pretendemos hacer de una actitud un objetivo, o de un objetivo una
actitud.
Algo de paradójico tiene también el imperativo de que investiguemos sin
recato alguno. Investigar viene de investigo, que significa rastrear,
buscar con cuidado, "hacerse cargo" de las cosas... sin cargárselas en el
intento. En efecto, si somos demasiado voraces y poco cuidadosos, corremos el
peligro de acabar observando, no la realidad, sino el producto de nuestros
manejos con ella. Y olvidando que hay en esta realidad algo tan frágil como
delicado; algo que sólo se manifiesta si sabemos observarlo sin magullarlo con
más palabras, preguntas, métodos, razones o legitimaciones de la cuenta.
Cierto que las cosas no sueltan prenda ni se manifiestan si no somos capaces
de "ponerlas a parir" o, como decía Popper, hacerles las preguntas pertinentes.
Pero también es cierto que las preguntas hechas con demasiada habilidad acaban
haciéndole la ley a las cosas más que descubriéndosela. Es el
peligro que Giordano Bruno advertía cuando sentenció: "Que la naturaleza sea la
ley de la razón, no la razón la ley de la naturaleza".
Y si la razón no ha de hacer la ley a las cosas, menos todavía ha de hacerla
esa creatividad programática y de encargo que han dado en llamar "inteligencia
emocional" y que está mezclando salsa rosa con el negocio y el negocio con salsa
rosa.
Xavier Rubert de Ventós, Elogio de la rutina, El País, 28/01/2011
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