No són comunistes.
Qué hacer después de la ocupación de Wall Street, de
que las protestas que comenzaron lejos (Oriente Próximo, Grecia, España,
Reino Unido) hayan llegado al centro y ahora, reforzadas, estén
volviendo a extenderse por el mundo? Uno de los grandes peligros que
afrontan los manifestantes es el de enamorarse de sí mismos, de lo bien
que se lo están pasando en los sitios ocupados. En San Francisco,
en una concentración de solidaridad con Wall Street, el 16 de octubre
de 2011, se oyó una invitación a participar en la protesta como si fuera
una concentración jipi de los años sesenta: "Nos preguntan cuál es
nuestro programa. No tenemos programa. Estamos aquí para pasárnoslo
bien".
Organizar una feria es barato; lo verdaderamente
importante es lo que queda al día siguiente, en qué cambia nuestra vida
diaria. Los manifestantes deben enamorarse del trabajo duro y paciente.
No son un final, sino un comienzo, y su mensaje fundamental es: se ha
roto el tabú, no vivimos en el mejor mundo posible, y tenemos el
derecho, e incluso el deber, de pensar alternativas. En una especie de
triada hegeliana, la izquierda occidental ha vuelto a sus principios:
después de abandonar el llamado "fundamentalismo de la lucha de clases"
por la pluralidad de las luchas antirracistas, feministas, etcétera, el
problema fundamental vuelve a ser el "capitalismo". La primera lección
debe ser: no debemos culpar a personas ni actitudes. El problema no son
la corrupción ni la codicia, es el sistema que nos empuja a ser
corruptos. La solución no es "la calle frente a Wall Street", sino
cambiar este sistema en el que la calle no puede funcionar sin Wall
Street.
Queda mucho camino por recorrer, y pronto habrá que
abordar los interrogantes verdaderamente difíciles, no sobre lo que no
queremos, sino sobre lo que queremos. ¿Qué organización social puede
sustituir al capitalismo actual? ¿Qué tipo de dirigentes necesitamos?
¿Qué órganos, incluidos los de control y represión? Es evidente que las
alternativas del siglo XX no han funcionado. Aunque la "organización
horizontal" de las multitudes concentradas, con su solidaridad
igualitaria y sus debates abiertos, resulta emocionante, no debemos
olvidar lo que escribió Gilbert Keith Chesterton: "Tener la mente
abierta, en sí, no es nada; el objeto de abrir la mente, como el de
abrir la boca, es poder cerrarla con algo sólido dentro". Lo mismo
ocurre con la política en épocas de incertidumbre: los debates abiertos
tendrán que fundirse en nuevos significantes fundamentales, pero también
en respuestas concretas a la vieja pregunta leninista: "¿Qué hacer?".
Es
fácil responder a los ataques conservadores directos. ¿Son
antiamericanas las protestas? Cuando los fundamentalistas conservadores
aseguran que Estados Unidos es una nación cristiana, conviene recordar
lo que es el cristianismo: el Espíritu Santo, la comunidad libre e
igualitaria de creyentes unidos por el amor. Los manifestantes son el
Espíritu Santo, mientras que, en Wall Street, los paganos adoran a
falsos ídolos. ¿Son violentos los manifestantes? Es cierto que su
lenguaje puede parecer violento (ocupación y otros mensajes similares),
pero lo son en el sentido en el que era violento Mahatma Gandhi. Son
violentos porque no quieren que las cosas continúen como hasta ahora.
¿Pero qué violencia es esta comparada con la necesaria para sostener el
buen funcionamiento del sistema capitalista mundial? Se les llama
perdedores, pero ¿no están los verdaderos perdedores en Wall Street, y
no les hemos rescatado con nuestro dinero, cientos de miles de millones?
Se les llama socialistas, pero, en Estados Unidos, ya existe un
socialismo para los ricos. Se les acusa de no respetar la propiedad
privada, pero las especulaciones que desembocaron en la crisis de 2008
aniquilaron más propiedad privada, ganada con esfuerzo, que si los
manifestantes se dedicaran a hacerlo noche y día; baste recordar los
cientos de hipotecas ejecutadas.
No son comunistas, si por
comunismo nos referimos al sistema que se vino merecidamente abajo en
1990; y recordemos que los comunistas que quedan hoy gobiernan el
capitalismo más despiadado que existe (China). El éxito del capitalismo
comunista de China es un mal presagio de que el matrimonio entre
capitalismo y democracia está aproximándose a un divorcio. El único
sentido en el que se les puede llamar comunistas es que les importan los
bienes comunes -los bienes comunes de la naturaleza, del conocimiento-,
que el sistema está poniendo en peligro. Les desprecian por ser
soñadores, pero los auténticos soñadores son quienes piensan que las
cosas pueden seguir indefinidamente como están, con meros cambios
superficiales. No son soñadores, son el despertar de un sueño que está
convirtiéndose en una pesadilla. No destruyen nada, reaccionan ante la
autodestrucción gradual del propio sistema. Todos conocemos la típica
escena de dibujos animados: el gato llega al borde del precipicio, pero
sigue andando, sin saber que ya no tiene suelo bajo los pies, y no se
cae hasta que no mira hacia abajo y ve el abismo. Lo que están haciendo
los manifestantes es recordar a quienes tienen el poder que deben mirar
hacia abajo.
Esa es la parte fácil. Los miembros del movimiento
deben cuidarse de los enemigos y, sobre todo, de los falsos amigos que
fingen apoyarles pero ya están haciendo todo lo posible para diluir la
protesta. Igual que nos dan café descafeinado, cerveza sin alcohol,
helado sin grasa, el poder intentará convertir las protestas en un gesto
moralista e inocuo. En el boxeo, "abrazarse" es agarrar el cuerpo del
rival con los brazos para impedir o dificultar los golpes. La reacción
de Bill Clinton a las protestas de Wall Street es un ejemplo perfecto de
abrazo político; Clinton cree que las protestas son "en conjunto...
algo positivo", pero le preocupa que la causa sea tan difusa: "Deben
defender algo concreto, no solo mostrarse en contra, porque, si se
limitan a estar en contra, otros llenarán el vacío que han creado",
dijo. Clinton sugirió que los miembros del movimiento apoyen el plan de
empleo del presidente Obama, que, según él, creará "dos millones de
puestos de trabajo en el próximo año y medio".
A lo que hay que
resistirse en esta etapa es precisamente a ese deseo de traducir
rápidamente la energía de la protesta en una serie de demandas
"pragmáticas" y "concretas". Es verdad que las protestas han creado un
vacío: un vacío en el terreno de la ideología hegemónica, y hace falta
tiempo para llenarlo como es debido, porque es un vacío cargado de
contenido, una apertura para lo Nuevo. Los manifestantes salieron a la
calle porque estaban hartos de un mundo en el que reciclar las latas,
dar un par de dólares a obras benéficas o comprar un capuchino en
Starbucks porque el 1% va al Tercer Mundo basta para sentirse a gusto.
Después de externalizar el trabajo y la tortura, después de que las
agencias matrimoniales hayan empezado a externalizar incluso las
relaciones, vieron que llevaban mucho tiempo dejando externalizar sus
compromisos políticos, y quieren recuperarlos.
El arte de la
política también es insistir en una demanda concreta que, aunque sea
totalmente "realista", trastorna la ideología hegemónica, es decir, que,
pese a ser factible y legítima, en la práctica es imposible (por
ejemplo, la sanidad universal en Estados Unidos). Después de las
protestas de Wall Street, debemos movilizar a la gente por esas
demandas, pero es muy importante permanecer alejados del terreno
pragmático de las negociaciones y las propuestas "realistas". No debemos
olvidar que cualquier debate que se haga aquí y ahora seguirá siendo
necesariamente un debate en el campo enemigo, y hará falta tiempo para
desplegar el nuevo contenido. Todo lo que digamos ahora nos lo podrán
quitar (recuperar); todo menos nuestro silencio. Este silencio, este
rechazo al diálogo, a los abrazos, es nuestro "terrorismo", tan
amenazador y siniestro como debe ser.
Slavoj Zizek, El violento silencio de un nuevo comienzo, El País, 17/11/2011
Slavoj Zizek, El violento silencio de un nuevo comienzo, El País, 17/11/2011
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